Una formidable tormenta, un temporal en el mar, un volcán, un terremoto, son espectáculos que sobrecogen. La grandiosidad del cielo tachonado de estrellas, la inmensidad del universo, ayudan a comprender  nuestra pequeñez. Y, a la par, permiten vislumbrar la grandeza de su autor, la majestad y la omnipotencia de Dios.
Solamente en la medida en que palpemos la grandeza divina –aunque, a veces, nos asuste- podremos valorar justamente su amor. Cuanto más presente tenga su esplendor, más alegría me dará saber que “está por mí” y más agradeceré el que me quiera.

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Rey de Reyes

Al emperador Carlos V debía fascinarle el estruendo de los truenos y relámpagos. Cuando oía tronar, mirando al cielo, solía exclamar:
-Señores, Ese si que es Emperador.

 

Por Agustín Filgueiras Pita