De excursión

(conocimiento de Dios y felicidad)

            Eran tres buenos amigos. Entre otras aficiones compartían la de salir de excursión a la montaña. Aquella vez se internaron por un bosque maravilloso –muy tupido- en el que no habían estado nunca. Tan magnífico les pareció el lugar que, sin darse cuenta, se les hizo de noche: entonces empezaron a sentir angustia, pues ninguno de ellos sabía regresar al lugar donde habían dejado el camino que les llevó hasta el bosque. La noche era oscura: despejada pero sin luna.

            A lo lejos -al otro lado de un valle profundo que se encontraba a sus pies- vieron la figura de un anciano con barba blanca que daba grandes voces para llamar su atención y les indicaba que se acercaran a él. Uno de los muchachos, tras mirar el valle profundo que debían atravesar decidió no ir: -«Yo me oriento bastante bien con las estrellas -decía- y sé que el camino estaba situado al norte de este bosque». Y se fue.

            Los otros dos amigos empezaron a descender hacia el valle. Iban despacio para evitar tropiezos y torceduras que dificultasen su regreso. Cuando, por fin, al remontar la otra ladera se acercaron al anciano vieron que éste señalaba con su mano derecha en una dirección y les decía: -«El camino se encuentra por allí». Uno de los dos muchachos, impaciente por regresar, no quiso escuchar más y se encaminó en esa dirección, a pesar de que su amigo le reconvenía diciéndole: vale la pena que nos detengamos a hablar un poco más con el anciano, para que nos explique más detalles y no extraviarnos.

            El último joven, después de conversar con el anciano, que le previno contra algunos obstáculos y falsos senderos que podían engañarle, agradeció al anciano su amabilidad -aunque éste no quiso aceptar ningún obsequio de su mochila, pues pensaba haber cumplido con su deber- y emprendió el camino de vuelta…

            No podemos afirmar que ninguno de los tres jóvenes emprendiera un camino equivocado, pero resulta evidente que el primero podría extraviarse con más facilidad que los otros dos, y que sólo el último -aunque también podría perderse pese a las indicaciones recibidas- disponía de todos los medios para llegar felizmente a término.
            En la vida nos encontramos a menudo como perdidos en un bosque muy espeso. Todos los hombres -en esto no hay excepciones- buscamos el camino de la felicidad, aunque frecuentemente la densidad de los árboles que nos rodean haga que perdamos la perspectiva. Con la recta razón y la ayuda interior que Dios concede a cada uno para salir adelante -con frecuencia no somos conscientes de que está ayudándonos un día y otro- podemos llegar a esa felicidad (que en cualquier sólo se encontrará -ya en esta vida y después en la otra- cerca de Dios).
            Pero Dios ha salido a nuestro encuentro y ha querido revelarnos su vida íntima -especialmente desde el momento en que el Hijo de Dios se ha hecho Hombre- y manifestarnos el sendero que debemos recorrer hacia la felicidad. Sin embargo, cuando reducimos las» explicaciones» de Dios a lo que Él ha querido dejar por escrito en la Biblia, sin tener en cuenta las aclaraciones de la Iglesia -que Él mismo ha querido fundar como garante de la verdad-, actuamos con la misma precipitación que el segundo muchacho.
            Porque sólo quien lee con piedad -y medita en su oración personal- la Palabra de Dios contenida en la Biblia, pero también escucha la interpretación fiel que la Iglesia hace de esa revelación… está en condiciones de alcanzar -con la gracia de Dios (necesaria para todos)- el camino adecuado para ser feliz: siempre cerca de Dios.

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