Dejó las muletas al cabo de diez años

Curación instantánea de una invalidez total consiguiente a fractura de tibia (17 de mayo de 1992

En Cerdanyola del Vallés, un pueblo de la provincia de Barcelona (España), todos conocen bien a Josep Más, un hombre que, en el momento en que sucedió el prodigio que se relata a continuación, tenía ya 70 años. José posee una pequeña casa en Cerdanyola, donde vivía desde 1981, cuando se encontró de repente en el paro —era viajante de comercio— a causa de la quiebra de la empresa para la que trabajaba. Especialmente era conocido por la invalidez que le afectaba desde 1982, a consecuencia de un grave accidente que le dejó cojo hasta el punto de no poder moverse sin la ayuda de muletas. Según el certificado de invalidez civil expedido en mayo de 1983 —confirmado por otros médicos en noviembre de ese mismo año y en junio de 1984—, Josep estaba incapacitado «para cualquier [clase de trabajo] que precise desplazamiento del enfermo».

Una persona residente en el pueblo recuerda que, desde varios años atrás, coincidía frecuentemente con Josep en la Misa de las ocho de la mañana que se celebra diariamente en la parroquia. Lo describe como «un señor de más de 60 años de edad, que caminaba con muletas, como un auténtico inválido. Solía ocupar uno de los primeros bancos de la parte izquierda de la nave de la iglesia y caminaba con mucho esfuerzo y provocaba cierto estruendo al moverse. Por su dificultad para andar —escribe este testigo—, solía quedarse el último en la fila para la comunión; después, volvía despacio al lugar que ocupaba en el primer banco».

Durante diez años, de 1982 a 1992, ésta era la escena que todos contemplaban. Hasta que un día cambió radicalmente. Así lo refiere el mismo testigo ocular: «El día 20 de mayo de 1992, en la Misa de ocho (…), el párroco nos dijo éstas o parecidas palabras: Demos gracias a Dios por la extraña curación de nuestro amigo, que ha venido a Misa sin muletas. Efectivamente, con gran sorpresa comprobé que el hasta entonces inválido, había prescindido de las muletas, que ya no le hacían falta, y andaba y se movía con completa normalidad».

Continúa la anécdota testimonio…

Parecidas reacciones de sorpresa suscitó en muchas otras personas del pueblo la repentina curación de Josep. ¿Qué había sucedido en esos días de mayo de 1992, para que Josep recuperara repentinamente y de modo completo la facultad de caminar normalmente, que le había sido negada durante diez años?

Dos accidentes con graves consecuencias

El protagonista de esta historia es un fervoroso creyente que ha realizado diversos trabajos a lo largo de su vida: electricista, taxista, viajante de comercio, agente de ventas de una casa de electrodomésticos. Basta repasar este elenco para darse cuenta de que ha debido viajar mucho de una parte a otra. Precisamente en uno de esos viajes, en 1966, sufrió un grave accidente de automóvil del que, una vez recuperado, le quedó como secuela un dolor permanente en la parte inferior de la columna vertebral. En las fases agudas, tenía que recurrir a un masajista para poder seguir trabajando. Un médico al que acudió le pronosticó que, con el paso del tiempo, el dolor se irradiaría probablemente a las piernas. Le fue diagnosticada una espondiloartrosis lumbar.

El agravamiento de su situación, sin embargo, fue consecuencia de otro accidente sufrido el 10 de mayo de 1982, cuando regresaba al pueblo desde Barcelona. Esta vez, sin embargo, no fue un accidente de tráfico, sino algo en apariencia más trivial, pero que le dejaría completamente inválido. Así lo cuenta el mismo interesado: «Regresaba de Barcelona y, para ir desde la estación a mi casa, tenía que pasar por una zona que entonces estaba despoblada. Serían las seis de la tarde cuando me salieron al encuentro dos grandes perros que se me abalanzaron y me tiraron al suelo, donde quedé sin conocimiento y tuve que ser auxiliado por la policía, que me recogió».

En efecto, otras personas que fueron testigos del incidente llamaron enseguida a la policía, que lo trasladó a un hospital de la vecina ciudad de Sabadell, pues tenía una conmoción cerebral. Como ignoraban la caída que había sufrido, los médicos interpretaron que se trataba de un caso de insuficiencia vásculo-cerebral. Sólo algunas horas más tarde, al efectuar un examen clínico más cuidadoso, descubrieron que había sufrido una fractura de la meseta tibial externa izquierda. Le prescribieron un tratamiento meramente funcional: aplicaron al herido un vendaje compresivo de la extremidad inferior que, días después, fue sustituido por una rodillera elástica. Once días después comenzó sesiones de rehabilitación.

Los especialistas concuerdan en que una fractura de este tipo, con hundimiento de la meseta tibial y apertura de la epífisis, puede fácilmente provocar —aunque se instaure un tratamiento adecuado— graves consecuencias de incapacidad funcional. Un reciente estudio muestra que el 70% de estas fracturas comporta inestabilidad, causada por el movimiento del hueso y por las lesiones de meniscos y ligamentos que suelen acompañarlas. Según otro estudio, cuando se produce una variación del eje de 8 mm. (con la consiguiente instauración de valgus, es decir, desviación externa del hueso), sólo en el 60% de los casos se obtienen resultados aceptables, a condición de que el tratamiento sea adecuado.

Desgraciadamente, al protagonista de esta historia no se le hizo la cura que habría requerido. Una hermana suya hace dice que, cuando sucedió el accidente, se extrañó al ver que daban de alta a su hermano sin haberle colocado un yeso que inmovilizara la pierna. Hizo presente su extrañeza, y se oyó responder que «no era necesario hacerle más cosas, pues con una fractura de ese tipo se quedaría cojo y no volvería a andar nunca más con normalidad».

Cuenta el interesado: «Al salir de la clínica con estas dos limitaciones —la antigua de la columna y la nueva de la rodilla—, me indicaron usar muletas e ir a recuperación. Recuerdo que me dijeron que si no usaba las muletas, no podría andar; pero además me indicaron que las usara porque tampoco debía apoyar el peso del cuerpo en la pierna herida. Yo les dije que quería ir a trabajar, y fue cuando me volvieron a decir que lo mío no tenía tratamiento posible y que se me había terminado la posibilidad de trabajar. Me dieron un certificado de baja laboral definitiva».

Durante cuatro años siguió sesiones de rehabilitación. Como le resultaba prácticamente imposible caminar, a pesar de las muletas, la Seguridad Social puso a su disposición una ambulancia que le transportaba de su casa al centro de rehabilitación. En los primeros tiempos, como vivía solo, acudieron a cuidarle su hermana y una sobrina. «Durante aquellos cuatro años, no podía ir a Misa. No salía de casa más que con la ambulancia, y el párroco me traía algunos días la Sagrada Comunión a casa, cuando era posible.

»Después de este tiempo dejé la recuperación, aunque no me sentía muy mejorado. Quizás lo dejé por eso (…). Una hermana mía me aconsejó preparar un coche que tenía —era la furgoneta que había utilizado en el trabajo—, para poder conducir a pesar de mi invalidez (…). A pesar de los dolores que tenía en la espalda y de la poca movilidad de la pierna, al poder desplazarme en coche —tenía el embrague en la mano—, me animé mucho.

»En estos diez años, no dejé nunca de usar las muletas excepto cuando estaba en casa porque, al ser pequeña, podía desplazarme apoyándome en los muebles, repisas o paredes. A pesar de estos cuidados, en este último tiempo me encontraba peor. Los dolores seguían aumentando y pensé volver al médico por si me podía dar algún otro tratamiento que me aliviase. Pensaba que podía haber salido algún medicamento nuevo».

El momento de la curación

Pasaron los años. Josep pedía constantemente a Dios la curación. Solicitaba este favor directamente a la Virgen durante el mes de mayo, y al Sagrado Corazón durante el mes de junio. El resto de los meses se dirigía a varios intercesores a los que tenía devoción; algunos eran santos canonizados, otros siervos de Dios muertos con fama de santidad. No se desanimaba, aunque sus súplicas parecían no ser acogidas.

No oyó hablar de Mons. Josemaría Escrivá hasta finales de abril o principios de mayo de 1992. Un día que no recuerda con precisión —duda entre el 27 de abril, fiesta de la Virgen de Montserrat, o el 1 de mayo, que era primer viernes de mes—, al salir de la Misa parroquial, un muchacho le ofreció una estampa con la oración al Fundador del Opus Dei. «Yo a aquel chico no recordaba haberle visto nunca, pero debía conocerme de haberme visto otras veces en Misa. Es evidente que un cojo inválido como yo, llamaba siempre la atención».

Tomó la estampa, la agradeció, pero reconoce que, al llegar a casa, la dejó encima de un mueble y prácticamente no se volvió a acordar. «Aquel día —dice— recé la oración una sola vez».

La inminente beatificación del Fundador del Opus Dei era noticia en aquellos momentos, y el tema salió con frecuencia en los medios informativos. El 15 de mayo, viernes, Josep se enteró por la televisión que el domingo siguiente, 17 de mayo, tendría lugar la beatificación. Esta noticia fue para él como un aldabonazo: no sabía que estuviese tan próxima. Pero dejemos que él mismo nos cuente los hechos que se desarrollaron el 17 de mayo.

«Llegó el domingo 17, y me fui a la Misa de nueve en la parroquia y, al regresar a casa, puse la televisión pensando que quizá televisarían la ceremonia a la que había ido tanta gente: se decía que iban a asistir más de 200.000 personas y un acto así era lógico que se televisara». Sin embargo, la antena de su aparato no captaba la señal de la emisora que retransmitía en directo la ceremonia desde la Plaza de San Pedro.

«Me fui entonces a desayunar y a arreglar el gallinero. A eso de las once, pensé: «Ahora debe ser la hora de la beatificación». Entonces le dije al Venerable Siervo de Dios: «Si me has de curar, debido a que estoy haciendo el mes de María y rezo a la Virgen de Montserrat, tienes que curarme hoy. Ya que hoy te hacen Beato, si me curas hoy, habrá que atribuírtelo a ti». Recé entonces el Rosario, la oración de la estampa y el Padrenuestro. Inmediatamente de acabar, me di cuenta de que el dolor que tenía constantemente y que me obligaba a tomar aspirina u otros analgésicos, a pesar de que no me aliviaban mucho, me había desaparecido. Fue de repente. También me di cuenta de que me movía con más soltura. Al encontrarme mejor, le dije al nuevo Beato: «Ahora te haré una novena», e inmediatamente la empecé con intención de acabarla el día 25. Pensé entonces que ese mismo día 25, al terminar la novena, si se confirmaba la curación, iría al ambulatorio para que me hiciesen unas radiografías».

El día 18 de mayo, Josep no salió de su casa. Continuaba sin sentir ningún dolor, no tuvo necesidad de tomar aspirina ni ningún otro analgésico. Su única preocupación era cómo explicar a la gente lo que le había ocurrido.

El 19 de mayo salió a hacer algunas compras. «Tomé el coche, como siempre, con las placas de inválido, y aparqué en el lugar reservado. Bajé del coche y, no sé cómo, en cuanto me encontré en la acera, levanté las muletas y me dije: «¡Ando bien!», y pensé que, en efecto, el Beato me había curado completamente, y me dije: «¡Mañana tengo que ir a Misa de ocho para dar gracias!»».

Así lo hizo. Pero cedamos ahora la palabra al párroco, que lo vio llegar a la Misa de ocho. «Le vi venir hacia la iglesia aquella mañana del 20 de mayo pasado y me llamó mucho la atención porque el Josep que yo había visto hasta entonces era un inválido (…). Cuando le vi acercarse sin muletas quedé sorprendido, extrañado, no me podía caber en la cabeza cómo era posible. Mi reacción fue de una sorpresa mayúscula. Después de diez años de verle siempre con muletas le veía en aquel preciso momento sin ellas y andando correctamente, sin dificultad. Me quedé pasmado y perplejo. Llegué a dudar si sería él, pero no había duda. Le pregunté entonces qué le había pasado. «Aquel señor de Roma», me dijo en un primer momento. Yo supe enseguida que se refería al recientemente beatificado Josemaría Escrivá.

»Pasó a la Capilla del Santísimo donde iba a ser la Misa. Había bastante gente en la iglesia y yo, antes de terminar, me sentí obligado a decir unas palabras: «Todos hemos visto a Josep con muletas durante diez años y ahora lo vemos sin muletas. Para mí es una agradable sorpresa y doy gracias a Dios porque indudablemente es un don del Señor».

»Después de la Misa —continúa el relato del párroco— entró en la sacristía y me dijo que le había desaparecido el dolor de las vértebras y de la pierna. «Me sostengo de pie sin ayuda de las muletas… y me parece una cosa extraordinaria». Y, tal como hablaba, se dejó caer de rodillas al suelo y se volvió a levantar como si tuviera un muelle. Yo estaba evidentemente cada vez más extrañado por el contraste entre lo que había visto durante tantos años y lo que veía en aquel momento».

Una curación permanente

La noticia de esta curación repentina llegó enseguida a los medios de opinión pública, que dieron noticia tanto en la prensa escrita como en la información radio-televisiva. El Ayuntamiento del pueblo le declaró personaje del año. El interesado se halla tan persuadido de que ha recibido una gracia extraordinaria, que no ha dudado en someterse a exámenes clínicos, radiológicos y psicológicos que sirviesen para confirmar científicamente la realidad de lo sucedido.

Ya el 23 de mayo de 1992, un médico realizó un examen clínico del enfermo y confirmó la curación. Lo describe como «un paciente bien orientado témporo-espacialmente, deambula sin necesidad de muletas, sin cojera, flexiona la extremidad inferior pudiendo arrodillarse y levantarse sin necesidad de apoyo, y con movilidad normal de la columna vertebral». En la declaración, puesta por escrito algunos meses más tarde, este médico se siente en el deber de añadir: «He tenido oportunidad de entrevistarme con los directores de los centros de rehabilitación a los que acudió Josep entre los años 1982 y 1984. Lo recuerdan como una persona inválida, que andaba ayudado de muletas, que se trasladaba siempre en ambulancia, y que dejó de acudir al centro de rehabilitación al no sentir mejoría».

Dos meses después de la curación, Josep fue visto por un especialista en Traumatología y Ortopedia, que en su informe señala la ausencia de puntos dolorosos tanto en columna vertebral como en rodilla, movilidad normal en relación con la edad, lesiones artrósicas en columna cervical y lumbar, discopatía severa en región lumbosacra, secuela de antigua fractura de la meseta tibial externa con pocas consecuencias degenerativas. No se trata, pues, de una curación anatómica, ya que las radiografías anteriores al 17 de mayo y las sucesivas son parecidas, sino de una curación funcional, quizá más sorprendente precisamente por la permanencia de la causa de esa invalidez, que había afectado a Josep durante diez años. Por eso, el facultativo concluye: «Nos sorprende que, con la clínica que refiere dicho paciente y los informes elaborados desde 1982 y que trae consigo, actualmente se encuentre libre de molestias y plenamente capacitado para la deambulación normal sin ayuda de muletas».

Un año y medio más tarde, la situación permanecía estable. Un especialista de Cirugía ortopédica y Traumatología, tras reconocer de nuevo al antiguo enfermo y reafirmar la completa normalidad funcional del aparato locomotor, hace notar en su informe la misma patología radiológica ya señalada.

Un estudio psicológico del paciente, realizado a finales de 1993, muestra asimismo la ausencia de patología de tipo psíquico.

Además de todos estos pareceres, se ha sometido este caso al estudio de tres especialistas italianos. Un profesor de Medicina Legal en la Universidad de Nápoles, escribe: «La recuperación funcional completa, después de diez años usando muletas, no es explicable según los actuales conocimientos, por su inmediatez y porque no existen recursos terapéuticos capaces de corregir las consecuencias ya estabilizadas. Para los objetivos del juicio médico-legal, no es relevante la permanencia de defectos anatómicos a nivel local, pues el grave defecto funcional ha cesado completamente».

Esta conclusión, que confirma el carácter científicamente inexplicable de la recuperación de Josep, tiene especial importancia, pues el médico que la formula (hoy fallecido) era miembro de la Comisión Médica de la Congregación para las Causas de los Santos y, por tanto, conocía muy bien los criterios que presiden el juicio médico-legal sobre las presuntas curaciones que son objeto de los dictámenes de ese organismo vaticano. Desde su punto de vista, es suficiente probar con seguridad la curación funcional para que, aun en ausencia de una restitutio ad integrum (curación anatómica), pueda hablarse de suceso no explicable naturalmente.

Otro traumatólogo de Roma, después de un detenido estudio de las placas radiográficas, afirma: «En estos casos, el decurso natural de la enfermedad es hacia un progresivo empeoramiento de la situación clínica o, en el mejor de los casos y en presencia del tratamiento adecuado, hacia una disminución lenta, progresiva y siempre provisional de los síntomas (…). Es, pues, inexplicable una remisión espontánea e inmediata del dolor y de la impotencia funcional, como la que se ha realizado en el caso de Josep, dado el tipo de fractura y la duración por diez años de la invalidez subsiguiente, clínica y médicamente certificada».

Finalmente, otro médico, también miembro de la Consulta Médica de la Congregación para las Causas de los Santos, concluye así su estudio: «Me urge subrayar un hecho fundamental y esencial, constituido por la presencia de una importante sintomatología dolorosa y una impotencia funcional clara e invalidante, que cesan repentinamente con persistencia de las lesiones anatómicas. Este hecho sustancial no parece de ningún modo que se pueda achacar a actitudes de simulación por parte del paciente, que durante largos años ha sufrido una disminución tan grave que le hacía imposible no sólo la actividad laboral, sino la práctica de las más elementales exigencias de la vida de relación.

»La persistencia de las lesiones anatómicas no falsea de ningún modo el juicio de inexplicabilidad científica de la curación, ya que, en mi opinión, el hecho más importante en este caso está constituido por el cese (…) de la grave invalidez».

Años después de los hechos señalados, Josep, a pesar de la edad avanzada (cerca de 80 años), conserva una movilidad óptima. Después de este largo plazo de tiempo, se puede afirmar que la curación funcional de su invalidez fue instantánea, completa y permanente. Esto mueve a los peritos médicos a «expresar el juicio de que resulta inexplicable el quoad modum de la curación» del enfermo.