HABLEMOS DE CONVERSIÓN, QUE ESTÁ DE MODA.

Chesterton llamaba vulgar a «aquel que se encuentra con algo grande y no se da cuenta».
Conversión de San Pablo, San Agustín de Hipona, Dante Alighieri, Santo Tomás Moro, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, Paul Claudel, Alexis Carrel, John Ronald Reuel Tolkien, Clives Staples Lewis, Gilbert Keith Chesterton, André Frossard, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), Mortimer J. Adler, John Henry Newman.

Ofrecemos a continuación historias y anécdotas de conversiones de grandes escritores de la Literatura Universal…

Conversión de San Pablo

Pablo dirá refiriéndose a su conversión camino de Damasco: «cuando aquel que me eligió desde el seno materno y me llamó por su gracia se dignó a revelar en mí a su Hijo, para que lo Anunciara entre los paganos…»(Gal. 1, 15-16). «Ya se puso a predicar a Jesús, proclamando que éste es el Hijo de Dios»(Ac. 9, 20). Conversión de San Pablo.

Tenemos 3 relatos de los Hechos de los Apóstoles sobre la conversión de San Pablo. (Hechos 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-23) con diferentes detalles, pero en esencia idénticos. La primera, camino de Damasco cuando»de repente le envolvió una luz fulgurante que venía del cielo, cayó a tierra y oyó una voz que le decía: -Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?», una visión contundente.

La segunda, casi idéntica, cuando Jesús le ordenó ir a Damasco «y allí te dirán todo lo que he decidido que hagas». Un mandato enérgico. La tercera, cuando Pablo concreta más el mandato del Señor: «me he aparecido a ti para destinarte a ser servidor y testigo de los que has visto de mí y de lo que aún te tengo reservado». Jesús le hace una promesa, le marca unos objetivos, le exige confianza absoluta, y Pablo confió totalmente en el Señor hasta el extremo del martirio, preparado durante años, cuando Pablo exclamaba que ya no vivía él sino «es Cristo que vive en mí».

Es una conversión milagrosa, también otras conversiones, pero en este caso, no había la disposición de Pablo, al contrario, iba a perseguir a los seguidores de Jesús. Fue una opción excluyente, o Jesús o el desastre. Fue obra de la gratitud de Dios, de la gracia divina, porque no se basaba en teorías ni razonamientos, porque Dios no los necesita, pero se sirve de ellos; fue un cambio contundente, imprevisto, tal como lo narra en su carta a los Gálatas (1, 12-15, y en la 1Cor 15, 10. Nos dice en Gálatas:»Pero Dios me eligió desde las entrañas de mi madre y me llamó por su gracia.

Cuando a él le pareció bien, me reveló a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos». Nos dice en la epístola a los Corintios: «Cristo murió y resucitó, se apareció a Pedro y a los Doce, a muchos discípulos…finalmente, al último de todos, como a uno que nace a destiempo, (como a un aborto), se me apareció a mí». Pablo pasó del no ser al ser en Cristo (Josef Holzner, San Pablo, heraldo de Cristo, ed. Herder, Barcelona, 1989, p. 48), por eso, del momento de Damasco a la confesión de la cruz en la carta a los Gálatas y el himno a la cruz de la carta a los Filipenses no hay más que un paso.

La cruz es el «escándalo», la «fuerza de Dios». Cristo se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme en nada más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; en la cruz, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».

Sus Epístolas son una fuente doctrinal de gran valor, un tratado teológico y eclesial sin parangón, el reflejo de una inteligencia privilegiada, de una solidez extrema, de una fidelidad incuestionable, y de una certeza de tener a Dios como fuente de inspiración. La calidad y el estilo de San Pablo merecen un estudio particular, porque fondo y forma se conjugan en unos tratados de gran seriedad. Es la obra del Espíritu que se valió del perseguidor-converso para propagar la Resurrección.

Conversión de San Agustín de Hipona

En su carta del 26 de Agosto de 1986, (Juan Pablo II, Lettera Apostolica Augustinum Hipponensem nel XVI centenario della conversione di S. Agostino), el Santo Padre recuerda la trayectoria de San Agustín, maestro de la Iglesia y de la cultura de Occidente, citado y estudiado en múltiples documentos eclesiales, punto de referencia doctrinal, síntesis del pensamiento de la antigüedad, de gran modernidad en sus estudios y pensamientos; éstas y otras alabanzas merece Agustín de Hipona en los documentos de la Iglesia.

Agustín vivió del 354 al 430, en la parte romana del norte de África. Su vida estuvo marcada por el deseo de los placeres mundanos y su deseo de encontrar una verdad que le marcara el camino a seguir. Después de haber leído y estudiado el pensamiento antiguo y de su época, con una lucha interior extraordinaria, a los 30 años, encontró a Dios.

Agustín fue un enamorado de Dios, fascinado por la figura de Cristo, tenía sed de Dios, una sed inalcanzable en esta vida mortal, fue un don de Dios a la Iglesia, un modelo de pastor de almas y defensor acérrimo de la fe que antes había atacado, un genial filósofo que buscaba la armonía con la fe, un promotor, propagandista de la perfección moral y religiosa (introducción «Lettera Apostolica») su proceso de la conversión está detallado en las «Confesiones». Allí, San Agustín describe su camino hacia Dios, narra las circunstancias cambiantes de su vida, y nos demuestra en esa «biografía», la filosofía, la teología, la mística y la poesía, por eso su lectura arrebata y conmueve, y ayuda a los creyentes y no creyentes en la búsqueda de la verdad.

Agustín necesitaba encontrar la verdad, estaba ansioso, angustiado en esa búsqueda, intuyendo un encuentro definitivo que le diera la razón de ser y de esperar, con la certeza de que la esperanza es la promesa que Dios nos ha dado, de una vida plena y definitiva con Él. Supo luchar ante los problemas de la vida, contra las doctrinas que antes defendía erróneamente y contra sí mismo, contra su orgullo interior, el verdadero obstáculo para la conversión.

Le faltaba la aceptación libre, la voluntad de querer y aceptar la verdad. Pero Agustín seguía buscando, y su madre, Mónica, paciente y confiada, oraba por él. El Santo Padre habla de una reconquista de la fe porque Agustín la había perdido y reencontrado. Se había apartado de la Iglesia, pero no de Cristo, a quien buscaba por el camino erróneo. Agustín habla de su conversión como algo esencial, con una fe medular profunda, esa fe que explica su personalidad y su doctrina.

Estudiaba a Cicerón a los 19 años, el «Hortensio», conocedor de los clásicos; en sus «Confesiones» llama a Dios su «Verdad». Agustín se apartó de la Verdad por tres razones: una, porque se equivocó en la relación entre la razón y la fe, cayendo en un racionalismo mal asimilado; otra, porque separó a Cristo y a la Iglesia pensando que apartándose de la Iglesia encontraría más plenamente a Cristo (una opción hoy considerada símbolo del progreso y libertad. ¡Qué gran modernidad! ¡Qué actualidad presentan la vida y la obra de San Agustín!); y una tercera razón, huir del pecado, liberarse de semejante responsabilidad, no por la gracia sino negando cualquier responsabilidad humana en el pecado, en el mal.

A través del platonismo eliminó su concepción materialista del ser, tomada del maniqueísmo y abrió los ojos de su alma. Intuyó que el mal no es una sustancia sino la privación del ser, por lo tanto, Dios sólo crea sustancia y el mal no lo es; por eso, cuando percibió el sentido del pecado, su vida cambió radicalmente.

Pensaba también, Agustín, que podía llegar con sus solas fuerzas al conocimiento de la verdad, pero sus experiencias humanas le demostraron lo contrario. Siguió buscando en San Pablo, y allí encontró «el poder y la sabiduría de Dios»(1 Cor 1, 24), encontró a Cristo redentor y se aferró a Él. Fue el triunfo del amor a la verdad con el apoyo de la gracia divina, fue la conversión.

Dante Alighieri

Dante no es un converso pero traza el recorrido de la verdadera conversión, desde el mal y sus consecuencias hasta la Purificación en el Purgatorio, como preparación de la bienaventuranza celestial, en compañía de los ángeles y santos, rodeando a la Virgen Maria y a la Trinidad, el misterio incomprensible de Dios, al que veremos tal cual es.

Dante es un poeta que trasciende su época, sale del contexto del cambio del siglo XIII al siglo XIV, a pesar de su exilio de su Florencia amada, los últimos veinte años de su vida. La Divina Comedia es una búsqueda del poeta hacia el encuentro de su amor idealizado, Beatriz. Todo un símbolo porque Dante siempre va acompañado de Virgilio en este viaje, Virgilio, considerado el poeta más grande y conocido de la historia (Jenkyns, Richard, El legado de Roma, ed.

No entraremos en un análisis histórico ni literario, ni en su aspecto formal, solo nos interesa el contenido, el mensaje lleno de enseñanzas, un mensaje teológico y religioso, hasta el último verso, testimonio palpable de la obra literaria como vehículo doctrinal.

Dante fue un gran pensador que expresó el amor intelectual, como en la «Vita Nuova», y su preocupación por la reforma de la Iglesia, y su claro sentido de la justicia. Conocedor de los clásicos y de los escritos de su época, tuvo la genial idea de componer un poema sobre Florencia, para sacarla de la corrupción y de la ambición política con la ayuda de Dios, porque la Divina Comedia es un canto al amor divino, a la misericordia del Creador, rodeado de los bienaventurados, siguiendo aquella hermosa visión del Apocalipsis de San Juan.

En esencia es la historia del mundo, con sus vicios y virtudes personalizados en individuos concretos; es una historia hacia la salvación, un poema sacro convertido en un tratado doctrinal completo porque está inspirado en textos bíblicos y en una gran formación intelectual y religiosa de su creador, Dante. Se trata de una obra teológica, llena de elementos bíblicos que buscan relacionar el mundo clásico y el mundo cristiano, que asume lo clásico y lo completa, le da un sentido nuevo. Es un texto original con algunos breves precedentes en la Eneida, en Cicerón y en San Pablo. No se narra, se incluye al lector como protagonista, con un objetivo claramente doctrinal.

Dante nos dice que se ha perdido en una selva oscura, para algunos el pecado, el mal, esa situación anterior a la conversión y a la purificación en la vida de la gracia. Dante se purifica y acaba meditando en silencio, en la plena contemplación del Paraíso. Dante buscaba la felicidad desde la finitud, y fue ascendiendo en una carrera de obstáculos hasta llegar a lo más alto, el Paraíso. La Divina Comedia es un poema trinitario que comienza con una visión del cosmos dominado por el mal, pero con la esperanza de «la luz que brilla en las tinieblas» como nos dice San Juan, En Dante, todo es jerárquico, simbólico, con la cruz como elemento permanente, como dolor humano y moral y como signo de purificación definitiva.

El Infierno es la desesperación por la ausencia eterna de Dios, es la morada del desamor, la negación de toda esperanza «perded toda esperanza los que aquí entráis» es el mensaje aterrador, definitivo, de los sin Dios. El Purgatorio es una montaña en la que se intuye la misericordia, con un ángel que la representa. Es el sufrimiento mitigado por la esperanza. En lo más alto está el Paraíso terrenal, aquel lugar perdido con el primer pecado; por eso, el Purgatorio es la antesala del Paraíso definitivo en el que espera Beatriz, y en donde Virgilio, poeta anterior al cristianismo, no puede entrar. Por fin, el Paraíso, la visión beatifica de los bienaventurados, los que «verán a Dios cara a cara»; allí ya no hay esperanza, sino la realidad de Dios en plenitud.

Dante conocía la teología, fue contemporáneo y algo posterior a Santo Tomás de Aquino. También conoció la obra de Santo Domingo, de San Francisco de Asís y de san Buenaventura. Dante habla en boca de Beatriz pero con la doctrina de Santo Tomás de Aquino, habla del misterio de la Trinidad, del cuerpo glorioso después de la muerte corporal; habla de la sabiduría de Salomón, de pensadores anteriores al siglo XIII, y sirve de inspiración de muchos artistas posteriores, como Botticelli, Giovanni di Paolo, William Blake y Gustavo Doré, que se inspiraron en la Divina Comedia para recrear escenas y situaciones en dibujos y grabados de gran finura y elegancia.

Dante demostró la actualidad de su mensaje, las dudas y certezas de la vida cotidiana, la necesidad de la conversión-purificación, ese peregrinar hacia el Padre, ese «cielo nuevo» y esa «tierra nueva» de San Juan, la verdadera conversión. Dante tiene una ventaja sobre San Agustín, Shakespeare y otros autores, porque la Divina Comedia es un viaje fascinante que absorbe, que transporta al más allá de la muerte, del infierno al purgatorio, y por fin, al paraíso. Pecadores esperando la purificación, entramos de la mano de Dante como él hizo con su amor idealizado, Beatriz, y nos dejamos transportar hasta la visión celestial de San Juan, hasta el trono de la Trinidad cristiana. No hay que moverse, hay que leer y meditar ese trayecto de la vida mortal a la vida eterna.

Es un viaje con Dante, nuestro viaje personal, elaborado con una gran belleza, una lectura y una reflexión obligada después de la Biblia y de San Agustín, una obra para lograr la paz espiritual, para recuperar la esperanza, lectura obligada para el creyente, porque muchas obras nos acercan al mundo y lo desmenuzan, pero sólo Dante ha viajado hasta lo más alto después de haber afrontado con gran valentía el infierno y el purgatorio, las miserias humanas, el dolor físico y moral.

Es un poema de eternidad, de búsqueda permanente, de mirada hacia la luz, de esfuerzo hacia las alturas, de elevación personal y de verdadera purificación. (Gustave Thibon, Nuestra mirada ciega ante la luz, Rialp, Madrid, 1963). Es el camino de la conversión espiritual hecha poesía, el camino de Dante muy parecido al nuestro. Dante buscaba la perfección cristiana, en definitiva, la santidad, a la que todos estamos llamados. Trazaba el camino hacia la salvación, con la ayuda de la gracia, por eso conmueve a los creyentes y agrada a los no creyentes que sólo en la poesía encuentran una parte de la belleza espiritual y se quedan a medio comprender el misterio de lo sagrado porque les falta ese afán de eternidad para gozar plenamente del poema y de su canto a la creación (Dante Alighieri, Divina Comedia, versión en catalán, con traducción y comentarios de Josep Mª de Sagarra, ed. 62, Barcelona, 2ª ed. 1997. La primera traducción se realizó entre 1947 y 1952, con varias ediciones posteriores).

Santo Tomás Moro

Tomás Moro, político, escritor y mártir. No es un converso en el sentido estricto del término pero es converso porque tuvo que decidir entre su fe, su fidelidad a la Iglesia y a su conciencia, y el servicio y la obediencia al rey; entre los honores mundanos y su recta conciencia, y eligió lo segundo, muriendo por ello. En la Carta Apostólica para la proclamación de Santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos, el Papa Juan Pablo II nos recuerda «la dignidad inalienable de la conciencia», «el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella» (Gaudium et spes, 16)

Inteligente y culto, estudioso y crítico, persona de gran elocuencia, con un estilo elegante y directo. Supo ser libre en su pensar y sentir, libre en la escritura, libre a los ojos de Dios, por eso es un converso, porque recibió la llamada de Dios que le pedía todo, la vida incluida. Aceptó la voluntad de Dios y fue libre en su defensa marcada por un juicio y una sentencia ya marcadas de antemano.No tenía posibilidad alguna pero demostró su categoría humana, su inteligencia y su fidelidad.

Testimonio fiel ante la corrupción política; de una actualidad clamorosa, fiel a su conciencia y a Dios, ganó la visión de lo eterno elevado a los altares y glorificado como político, pensador y mártir, con el patronazgo de la vida política, porque fue fiel a la vocación de santidad. Su formación humanística fue la admiración de su época; conferenciante, gran comunicador, poeta, no encontraba su sitio en el mundo; estudioso de la patrística, especialmente San Agustín. Tomás Moro dudaba entre su carrera mundana y la vida sacerdotal. Hombre de intensa oración y penitencia, temía no ser fiel al sacerdocio y desistió.

Tuvo un gran éxito en la Corte, fue parlamentario y portavoz, y se enfrentó al rey en múltiples ocasiones poniendo en peligro su vida. Tenía un sentido muy estricto de la justicia. Se casó felizmente, en primeras nupcias y más tarde en segundas nupcias. De carácter alegre y sonriente, era un hombre sincero y amable, dado a la amistad, fiel y paciente… así lo describe su amigo Erasmo de Rotterdam en 1519. Hombre de gran talento, sabía acomodarse a las circunstancias, pero con sentido común, manteniendo sus convicciones más profundas.»Estimado por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio y con una erudición extraordinaria» (Carta del Santo Padre, 31 de octubre del 2000). Gran abogado, fue nombrado Canciller de Inglaterra, el primer seglar en ostentar el cargo.

Revolucionó la justicia, porque actuaba con eficacia y diligencia en las causas; defendió la ortodoxia contra los protestantes; gran escritor, renunció al cargo para no aceptar las ambiciones de poder del rey Enrique VIII, que sometía la Iglesia a su antojo. Se mantuvo neutral pero el rey quiso implicarle en sus problemas personales.

El 14 de abril de 1534, aprobada el Acta de Sucesión, Tomás Moro se negó al juramento obligado por el rey para aceptar su descendencia y su vida licenciosa bajo pretexto de buscar heredero. Ese no al rey fue determinante. Se le expropiaron las tierras que la Corona le había entregado, fue llevado a la Torre y acusado de alta traición; en prisión se dedicó a la oración y a la meditación; escribió «Diálogos sobre la consolación en la tribulación», tratado sobre la Pasión de Cristo (inacabado), y múltiples cartas, las conocidas Cartas desde la Torre, las Memorias para un hombre solo, con un epílogo, su última carta a su hija mayor, un testimonio de fe, con la certeza de la salvación, de la muerte corporal inminente, y con el consuelo que supo dar a los suyos y la alegría profunda de su partida al encuentro de su Señor. Fue una conversión permanente, toda una vida buscando y esperando la bienaventuranza eterna. Fue un literato, un político, un jurista, un converso y un santo.

San Ignacio de Loyola

Ignacio de Loyola, nacido en 1491, a caballo de dos siglos plenos y conflictivos, en plena hegemonía española y entre la reforma protestante y más tarde la reforma católica en Trento. Herido en 1521 en la defensa de Pamplona, tuvo que guardar cama después de varias intervenciones, para curar de sus heridas físicas, porque para matar el tiempo pidió novelas, y como no las había, le dieron vidas de santos y una vida de Cristo.

Quedó impresionado por las acciones de Santo Domingo (El Peregrino, 7) y San Francisco de Asís (El Peregrino, 28), por su predicación y por su pobreza radical. Fue encontrando la paz interior, y abandonando sus ideales caballerescos, decidió peregrinar a Tierra Santa. Peregrinó al santuario de Aranzazu (El Peregrino, 13), y después hacia el santuario de Montserrat (El Peregrino, 13 y ss), vestido con la sencillez y austeridad de un verdadero peregrino. Realizó una confesión escrita de tres días (El Peregrino, 22). El 24 de Mayo de 1522 el Señor le dio el último toque y pasó toda la noche orando ante la Madre del Cielo (El Peregrino, 18).

Bajó a la ciudad de Manresa, cerca del santuario de Montserrat y allí tuvo la experiencia espiritual definitiva, durante 11 meses. Oraba a solas y en comunidad, en la misa (El Peregrino, 19), hacía penitencia y cayó en una profunda crisis que casi le costó la vida (El Peregrino, 21 y 24). Pero el Señor no abandona a los que Él ama y le buscan con sincero corazón. Así lo explica en «El Peregrino», relato biográfico de su conversión (n.25 y 28), y allí, en Manresa, se inspiró y escribió sus «Ejercicios». El resultado será una experiencia maravillosa y personal de Dios, que le preparó para poder guiar a los demás.

En «El Peregrino», la autobiografía de San Ignacio de Loyola, se explica la aventura interior de Ignacio, la acción de Dios en su vida, la fascinación que ejerce ese Dios en Ignacio. Es una obra de gran sobriedad en la que San Ignacio explica «el modo como Dios le había dirigido desde el principio de su conversión». El título es sugerente, «El Peregrino», porque ese fue el caminar de San Ignacio por la vida terrena.

Es una experiencia de soledad , de aislamiento, solo ante Dios, en una búsqueda de la perfección personal, pero sin exageraciones, sin caer en su propia autocomplacencia, manteniendo la libertad necesaria para poder fiarse plenamente de Dios (El Peregrino, 35). (El Peregrino, autobiografía de San Ignacio de Loyola. Introducción, notas y comentario por Josep Mª Rambla Blanch, S.J. Mensajero- Sal Terrae, 3ª edición, Santander, 1998).

Santa Teresa de Ávila

¿Escritora, fundadora, conversa? Simplemente Teresa de Jesús. Buscó la vocación religiosa como el camino más seguro, después de leer las cartas de San Jerónimo. Como su padre se negaba a su vocación, Teresa huyó de casa, demostrando la firmeza de su carácter, su convencimiento y tozudez en la búsqueda de la verdad. Para ella, dejar a su familia fue morir, pero lo hizo, hasta que su padre le permitió entrar en la vida religiosa. Enferma y de poca salud, pero de carácter fuerte y vigoroso, tuvo fama de visionaria y algunos pensaron que era poseída del maligno. Escribió estas experiencias en su «autobiografia», en las «Relaciones» y en el «Castillo interior», allí plantea sus desposorios espirituales, su matrimonio místico. Reformó el Carmelo, en el convento de Carmelitas Descalzas de la Antigua Observancia de la Regla de San José de Ávila, el 24 de agosto de 1562.

Escribió el «Libro de las Fundaciones», una crónica puntual y detallista de todos los conventos creados y su historia; empezó, también la reforma de los frailes. Fue atacada durante años, peligrando toda su reforma, hasta que con Felipe II, en 1580, recibió la aprobación canónica. Aunque anciana, siguió fundando y sufriendo hasta su muerte. Teóloga, mística y escritora, con un estilo incisivo y directo, con un gran sentido del humor, analítica y clara en su exposición.

Era tomista por herencia de sus confesores y consejeros, dominicos. Fue una mística personal que todo lo basaba en su experiencia, porque jamás pretendió fundar una escuela. La mística es una forma peculiar de llegar a Dios, supone libertad e individualidad, dos cualidades hoy valoradas en demasía, como absolutas; pero la mística supone un deseo personal e íntimo de hablar con Dios y de conocerle, un convencimiento profundo, subjetivo, muy libre; así, los místicos golpean, impresionan, porque salen de su yo personal y profundizan y reflexionan sobre lo sagrado (Antonio Orbe, Elevaciones sobre el amor de Cristo, BAC), con un lenguaje propio, personal, original, un lenguaje muy directo, que abre el alma a lo trascendente, y llena de trascendente todo el ser.

Los místicos son testimonio de una vivencia única, pero fortalecida por una profunda formación y por un respeto estricto a la tradición eclesial. Es la ortodoxia de lo personal, la contemplación ardorosa del misterio, la luz que resplandece después de la noche oscura, de la prueba de Dios. Los místicos encarnan el mensaje, lo asimilan en profundidad y se transforman, transformándolo todo. No hay que ir lejos para amar a Dios, por eso los místicos no dan doctrina sobre el amor de Dios, escriben, dejan correr los sentimientos, los expresan, porque van con amor, cada uno con su estilo peculiar. Son almas espontáneas que aman a Dios porque dicen y escriben como lo sienten. Viven ese amor. Así, San Juan de la Cruz, así, Santa Teresa.

Paul Claudel

Paul Claudel, nacido en 1868, pertenecía a una familia católica pero la enseñanza laicista que recibió le hizo perder la fe, que redescubrió a los 18 años en la Navidad de 1886. Sus ideas están muy unidas a sus creencias, por eso creía en una poesía como lenguaje para explicar el mundo que le rodeaba, y ver una unidad entre ese mundo y el espíritu. Para Claudel, no hay contradicción sino íntima relación de todo lo creado y de la fe que acabó reconquistando de una forma definitiva.

Su obra expresa su profunda fe: «Art poéthique», también, «Cinco grandes odas», 1905; el drama poético, «La ciudad», 1890; obras de teatro, como «La anunciación a María», 1909, y «El zapato de raso», 1929. También escribió un oratorio dramático, «El libro de Cristóbal Colón», en 1930, con música de Darius Milhaud. Es interesante su correspondencia de 1907 a 1914, y su obra, «Mi conversión».

Toda su obra refleja los conflictos espirituales y la salvación del alma, una constante en su propia vida. Fue un poeta y dramaturgo que pensaba que la formación del hombre se realizaba con experiencias contundentes. Su vida fue una búsqueda incesante desde sus estudios de Derecho, de Ciencias Políticas y desde la carrera diplomática. Su vida marcará toda su trayectoria porque desde una infancia solitaria, se refugió en la poesía. La situación histórica de Francia le golpeó con fuerza, una Francia de fría ciencia y de marcado materialismo, unas lecturas nihilistas, la muerte de seres queridos, una visión desesperada y sin sentido, una visión pesimista e inconformista al mismo tiempo.

Para salir del pozo en el que estaba metido acudió a la música de Beethoven y de Wagner, a la poesía clásica y a la literatura. Allí encontró lo que buscaba, pero sólo era un primer paso, porque después de encontrarse a sí mismo, Dios le salió al encuentro en la Navidad de 1886. Esa es su experiencia: «Así era el desgraciado muchacho que el 25 de diciembre de 1886, fue a Notre-Dame de Paris para asistir a los oficios de Navidad. Entonces empezaba a escribir y me parecía que en las ceremonias católicas, consideradas con un diletantismo superior, encontraría un estimulante apropiado y la materia para algunos ejercicios decadentes».

Esa era su predisposición, una cierta desgana, pero sigue: «Con esta disposición de ánimo, apretujado y empujado por la muchedumbre, asistía, con un placer mediocre, a la Misa mayor. Después, como no tenía otra cosa que hacer, volví a las Vísperas. Los niños del coro vestidos de blanco y los alumnos del pequeño seminario de Saint-Nicholas-du-Cardonet que les acompañaban, estaban cantando lo que después supe que era el Magníficat» (ahí está la mediación mariana, imperceptible, silenciosa, pero eficaz).»Yo estaba de pie entre la muchedumbre, cerca del segundo pilar a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía».

«Entonces fue cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla» (esa llamada arrebatadora, única, imposible de silenciar).»De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una verdadera revelación inefable.

Al intentar, como hecho muchas veces, reconstruir los minutos que siguieron a este instante extraordinario…», vio como la Providencia se servía de todos los detalles para abrirle el corazón: «¡Qué feliz es la gente que cree! ¿Si fuera verdad? ¡Es verdad! ¡Dios existe, está ahí! ¡Es alguien, es un ser tan personal como yo! ¡Me ama! ¡Me llama!». Cayó en un mar de lágrimas acompañado por la ternura del canto del Adeste Fideles. No fue fácil porque Claudel seguía con los mismos prejuicios, pero alterado en su interior, en lucha permanente, durante cuatro años. Un combate espiritual brutal, durísimo, lleno de angustias y contradicciones.

El mismo día del «golpe» de conversión Claudel ojeó y leyó fragmentos de una Biblia que tenía en su casa. Y acabo con un fragmento estremecedor, maravilloso: «No conocía un solo sacerdote. No tenía un solo amigo católico.(…) Pero el gran libro que se me abrió y en el que hice mis estudios fue la Iglesia. ¡Sea eternamente alabada esta Madre grande y majestuosa, en cuyo regazo lo he aprendido todo!». (Las citas son de «Claudel visto por sí mismo», de Paul-André Lesort).

Alexis Carrel

Alexis Carrel, fue una conversión desde la ciencia, una fe revelada en «El viaje a Lourdes», en 1913. Le avalan una serie de publicaciones científicas ligadas a la medicina y a los nuevos tratamientos descubiertos por él. Médico, investigador y humanista, nacido en 1873, especializado en métodos de sutura y en cirugía vascular. Accidentalmente acudió a Lourdes en sustitución de un colega y presenció una sorprendente curación. Como reveló lo visto, la medicina oficial le hizo el vacío y le cerraron todas las posibilidades profesionales.

Emigró a Canadá para ser «granjero»pero en Chicago se interesaron por sus métodos revolucionarios en medicina. Fue patrocinado por la fundación Rockefeller y se dedicó totalmente a la medicina, consiguiendo el Nobel en 1912. Su viaje a Lourdes marcó muchas cosas, su vida personal y su vida afectiva, porque conoció a la que sería su esposa. Investigó las heridas de guerra y descubrió varios sistemas de asepsia. Viajó por Europa y América y consiguió múltiples galardones, pero su búsqueda era espiritual, por eso publicó una serie de meditaciones en 1935, «La incógnita del hombre», en donde pretendía poner en práctica sus ideales humanísticos.

Moriría de una insuficiencia coronaria en noviembre de 1944. Podemos resumir su trayectoria científica y humana por la búsqueda de la verdad, con una vida de gran humanidad, entregada a los enfermos y heridos y dando un ejemplo de amor al prójimo porque sus trabajos han sido fundamentales en el tratamiento de los problemas cardiovasculares y en los trasplantes de órganos.

Algunas de sus ideas nos aproximan a la calidad humana y espiritual de Alexis Carrel, que confiaba totalmente en las verdades reveladas y en la tradición y la revelación. Pensaba que no existía contraposición entre la fe y la ciencia, como el lo había demostrado con el testimonio de vida. Defensor de la ley natural, estrechamente relacionada con la moral cristiana. Consideraba la religión un complemento de la racionalidad, porque añade afecto a la conducta humana.

Era muy crítico con la sociedad porque veía que las costumbres «modernas» eran desintegradoras y provocaban la aparición de los peores vicios en la persona humana. Sentía una gran preocupación por no haber llegado tarde a la vida verdadera, y le preocupaba el tiempo perdido sin las cosas de Dios. Realmente estos ejemplos de literatos convertidos y de estos conversos que necesitaban expresar sus vivencias íntimas a través de la literatura, nos enseñan una gran verdad, que toda la vida cristiana es una peregrinación hacia la casa del Padre, una peregrinación que se va haciendo cada día, detalle a detalle, porque todo es importante a los ojos de Dios, que es misericordioso y nos exige la donación absoluta por amor a Él y a los demás. Esa es la respuesta personal a la llamada misteriosa de Dios.

John Ronald Reuel Tolkien

Novelista y creador de mitos, nacido en Sudáfrica en 1892. Huérfano de padre siendo niño, su madre tuvo que luchar contra las penurias y dificultades. La madre se convirtió al catolicismo en el año 1900 en contra de todos los parientes familiares; murió muy joven, a los 34 años, cuando Ronald tenía 12 años. Este golpe fue la base de su fe profunda y de su catolicismo convencido.

La conversión y muerte de su madre fueron el ejemplo y la referencia en su vida. Heredó la fe de su madre y fue fiel a la llamada y a la doctrina cristiana. Optimista ante las dificultades pero realista ante las circunstancias que tuvo que vivir. Estudioso de los clásicos, le tocó vivir de lleno la primera guerra mundial, en la que fue herido y perdió a sus mejores amigos.

Convaleciente, trabajó el tema de la mitología británica. En Oxford se reunía con C.S. Lewis, su amigo, y con otros profesores de literatura para comentar sus obras. Creador de mitos y poesía, con gran calidad y éxito editorial; fue un excelente narrador, mezcló historias y mitología con un gran domino del lenguaje, en parte inventado por él. Aprovechó el mito para contar la historia y caracterizar y dar valores a sus personajes.

Era reflexivo y creativo; colaboró en la obra creadora por eso sus mitos siempre definen dogmas y reflejan un enorme deseo de eternidad. Quiso plasmar en su obra, la limitación de la vida y las raíces cristianas que permiten la esperanza en otra realidad sin las imperfecciones de este mundo. Fue crítico con el progreso y estaba esperanzado en un paraíso que estaba por venir. En su obra refleja la bondad, la existencia de Dios, la actuación de la Providencia, el bien que acaba por triunfar sobre el mal; la obra de Dios Creador y la belleza como reflejo de esa creación, el sentido de la eternidad.

Clives Staples Lewis

C.S.Lewis, es la conversión de un filósofo nacido en 1898 y fallecido en 1963. De origen irlandés, gran profesor de literatura medieval inglesa en Oxford, y escritor de libros de texto, cuentos y narraciones. Se convirtió al cristianismo y constantemente lo justificó en sus libros, porque tenía una necesidad urgente de comunicar ese giro esencial en su vida. Sabía argumentar, con estilo sutil y con fina ironía.

Era ateo convencido, golpeado por la muerte de su madre, desde muy joven, a los 9 años, y frustrado por la experiencia vivida y por un mundo cruel que le rodeaba, con su separación de su padre, escribió desde pequeño cuentos fantásticos con animales como personajes. Buscaba la respuesta a todos los problemas pero no la encontraba, porque no buscaba en la dirección adecuada. Sentía miedo a creer, no quería comprometerse.

Cayó enfermo en la primera guerra mundial y como San Ignacio de Loyola, leyó un buen libro, un ensayo de Chesterton, autor que le era perfectamente desconocido. Empezó a leer pero encontraba vacío todo lo que leía, sólo se salvaban algunas obras porque leer para entretenerse no le llenaba, quería algo más. Entró en contacto con Tolkien y empezaron a cambiar algunos prejuicios que le perseguían. Volvió a leer a Chesterton y el valor de la lectura y de la reflexión, cambiaron su vida.

Es una situación peculiar porque la literatura ayudaba a la literatura y el literato ayudaba a la conversión de otro literato. Esa literatura le provocó más ansía de buscar y encontrar, más ansia de preguntarse el por qué, de poner en duda sus antiguas convicciones, de aceptar como en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1929: «cedí, admití que Dios era Dios y, de rodillas, recé». Unos días más tarde, le pareció despertar de un sueño magnífico, había descubierto que Jesucristo era el Hijo de Dios.

Su conversión había llegado después de reflexionar profundamente sobre el problema del dolor, sobre el pesimismo que le embargaba al ver el mundo y al pensar sobre el problema del mal. Lewis estaba convencido de que Dios nos habla a través del dolor, Dios nos interpela, despierta la conciencia y nos presenta el dolor como una purificación de nuestras limitaciones. El dolor salva. Podemos destacar algunas de sus obras. «El problema del dolor», «Mero cristianismo», «Crónicas de Narnia», unos geniales relatos infantiles; «El diablo propone un brindis». En sus obras explicó y defendió la fe cristiana y dedicó sus talentos a servir a Dios, que le había dado tanto.

Gilbert Keith Chesterton

Escritor extraordinario nacido en 1874 y fallecido en 1936. Persona de cierta excentricidad, de gran agudeza mental y fino humor, sabía reirse de sí mismo y sabía ganarse al público que le escuchaba. Fue un gran polemista, que analizaba y argumentaba con gran profundidad. A los 18 años entró en la universidad y el mundo se le vino encima, porque de cierta incredulidad pasó al agnosticismo total, pensando que la vida no tenía sentido. Pero encontró al P. O´Connor y y reflexionó sobre la Iglesia, la bondad, el mal.

Fue dejando ese indiferentismo y encontró el equilibrio sentimental y profesional. En 1908 escribe «Ortodoxia», para defenderse de los ataques que le hacían porque parecía que se preocupaba mucho de hablar de los demás pero no de su propia vida. Ocurría algo parecido a lo que más tarde sucedía con Mortimer Adler, porque esta obra, Ortodoxia enseñaba y reflexionaba sobre la fe, ayudando a reafirmarla o a la conversión, pero Chesterton no se convirtió hasta unos trece años más tarde.

Era un instrumento par otros pero no para el propio autor. Paradoja. En 1910 publicó «La esfera y la cruz», en donde dos personajes discuten sobre la verdad del cristianismo.Su conversión se produjo en 1922, de una forma sencilla, con un bautismo sencillo, y con el convencimiento, contrario a lo que pensaba años atrás, de que la Iglesia católica era la única solución a sus pecados, «no existe ningún otro sistema religioso que haga realmente desaparecer los pecados de las personas».

Vio la grandeza del cristianismo y de la Iglesia durante dos mil años, y se consideró indigno de formar parte de esa grandeza. Comentó que la Primera Comunión había sido «la hora más feliz de su vida». Y estaba convencido que su conversión había sido «el acto más inteligente de su vida». Como vemos en estas expresiones, Chesterton refleja su sentido analítico, aunque no deja de transmitir un enorme entusiasmo por lo que está ocurriendo, pero sin absurdos sentimentalismos. Es una decisión maravillosa, consciente y definitiva, porque había encontrado la verdadera Iglesia.

Era el resultado lógico de una búsqueda, de una pregunta permanente sobre el sentido de la religión, porque no podía ser que en el mundo todos cambiaran constantemente de ideas, y nadie se explicara ni se planteara las cuestiones más esenciales de la existencia, por eso Chesterton se mostraba crítico con las ideologías, con las corrientes deterministas, con el evolucionismo en boga y con todas las formas de escepticismo, que no solucionaban los problemas esenciales de la vida humana.

En «Por qué me convertí al catolicismo», Chesterton habla de infinidad de cosas que motivaron su decisión, argumentos que se suceden sin excesivo orden, porque van fluyendo constantemente. No interesan demasiado los detalles, que aunque son importantes, no pueden desviar el hecho sustancial, la conversión. Chesterton era un anticatólico, crítico con la Iglesia, pero esa crítica le hizo reflexionar y llegar a la conclusión contraria, a la verdad de la Iglesia y de su doctrina.

Sus obras tuvieron y tiene una gran resonancia, y a cada una de ellas vemos comentarios de literatos y pensadores ilustres, algunos, conversos como Chesterton. Lewis y Gilson comentan «El hombre eterno», en 1925, y la biografía de «San Francisco de Asís», anterior, de 1923; también «Santo Tomás de Aquino», «El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad», sus múltiples escritos y novelas sobre el P. Brown, «El hombre que fue jueves». No podemos olvidar, «ortodoxia» y su «Autobiografía».

Como tantos conversos, el cielo se presentaba para Chesterton como la tierra definitiva, de los que verdaderamente viven en el Señor, y consideraba la muerte, no como la hermana muerte de San Francisco, pero muy cercana, una broma escondida por Dios, al que llamaba Rey Bueno. Era jovial en cualquier situación y bromeaba hasta en las dificultades encontrando el lado amable, el punto de humor, en todo. Era una persona agradecida por el don de la vida, porque Dios le había dado más de lo que merecía, por eso tenía un sentido vital y un optimismo desbordante, fruto de esa vivencia de fe, de esa cercanía a la alegría plena de Dios.

Fue un escritor en tiempo de crisis, un analista que desmenuzaba pero que también aportaba soluciones a los problemas planteados.

André Frossard

Francés, nacido en 1915, con un padre diputado de la III República, miembro destacado del Partido Comunista, ateo convencido hasta que a los 20 años, todo ese mundo saltó por los aires. Fue en una capilla del Barrio Latino, tal como lo cuenta en «Dios existe, yo me lo encontré», Rialp, 1979. Dice:»un cardo que inopinadamente florece en rosas», y cuando se lo comunica a su padre, éste le llevó al psiquiatra pensando que había perdido el juicio. Fue un golpe tremendo dentro de una familia anticlerical que Frossard describe con todo detalle.

Todo estaba en contra porque el ambiente y la educación recibida, ni siquera permitían plantearse un cambio en esa dirección. Algo impensable. Dios llama a las personas de espíritu inquieto, actúa en el momento y lugar menos pensado, siempre para responder a un afán de búsqueda del converso, siempre respetando su libertad. Pero recreando las sanas dudas y la lucha interior, porque la fe que es un don de Dios, hay que ganársela cada día con esfuerzo, una vez recibido ese don.

A Frossard le costó escribir su conversión, pero necesitaba dar ese testimonio a los demás. «Dios existe, yo me lo encontré». Un título, una afirmación sorprendente, precisa. Se lo encontró fortuitamente, paseando tranquilamente por una calle de París. Fue un terremoto al que nunca se acostumbró, porque era acostumbrarse a la existencia de Dios. «había entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra».

¿Qué había pasado? Porque nunca se había planteado ni remotamente la existencia de Dios, no le preocupaba en absoluto, pero entró ateo y de extrema izquierda, según su propia confesión, y salió «católico, apostólico y romano, arrollado por la ola de una alegría desbordante». En su obra no cuenta cómo llegó al catolicismo sino cómo no iba a ninguna parte, cómo no había ninguna reflexión previa, ninguna carga intelectual, simplemente se encontró allí, y allí estaba Dios esperándole.

Así de simple. Genial, porque la imprevisión, el factor sorpresa son determinantes en la llamada de Dios. No existe programación ni análisis previo en André Frossard, fue algo repentino. Algo que está en el centro, dice Frossard, en el comienzo de su vida, «puesto que ésta, por la gracia del bautismo, debía revestir la forma de un nuevo nacimiento». Fue un instante que «cambió mi manera de ser, de ver y de sentir, transformando tan radicalmente mi carácter y haciéndome hablar un lenguaje tan insólito que mi familia se alarmó».

Fueron tres o cuatro minutos en aquella capilla los que provocaron «un mundo distinto, de un resplandor y de una densidad que arrinconan al nuestro entre las sombras frágiles de los sueños incompletos. Él es la realidad, Él es la verdad». Y seguía diciendo: «hay orden en el universo, y en su vértice, más allá de este velo de bruma resplandeciente, la evidencia de Dios». Para ahorrar suspicacias, Frossard repetirá varias veces que entró por casualidad, que su anticlericalismo estaba arraigado y que allí estaba Él, Dios. Por eso, en muchos de sus escritos, iba convirtiendo en oración estas reflexones repetidas, ahora ya, verdaderos actos de fe.

Santa Teresa Benedicta de la Cruz

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, provenía de una familia no cristiana. «En ella, todo expresa el tormento de la búsqueda y la fatiga de la peregrinación existencial. Aún después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, después de una aproximación a través de la filosofía, debió vivir hasta el fondo el misterio de la Cruz» (Carta Apostólica en forma de «Motu Proprio» para la proclamación de Santa Brígida de Suecia, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz copatronas de Europa. Juan Pablo II, 1 de octubre de 1999, nº 8 y 9). Nº 8. «La gracia la esperaba precisamente en las sinuosidades del pensamiento filosófico: orientada en la línea de la corriente fenomenológica, supo tomar de ella la exigencia de una realidad objetiva que, lejos de reducirse al sujeto, lo precede y establece el grado de conocimiento, debiendo ser examinada con un riguroso esfuerzo de objetividad». Se puso a la escucha de la realidad, captándola por «empatía» que permite en cierta medida hacer propia la experiencia del otro.

Tensión de la escucha, testimonio de Teresa de Jesús y la mística, y recio pensamiento cristiano consolidado en el tomismo. Fue una llamada irresistible, primero el Bautismo y después la vida contemplativa hasta el martirio.

Una búsqueda interior, permanente, basada en el estudio, en la promoción de la mujer y en la oración profunda; sus escritos son junto a su vida, el verdadero testimonio de su profunda conversión. No renegó de las raíces judías, las descubrió más plenamente, sufrió la incomprensión también de los más próximos, y asumió su cristianismo y su origen judío, desde la cruz que marcó su vida y su inmolación final.

La conversión marca un antes y un después, define la existencia y obliga a la donación absoluta por Dios, y a Dios mismo. Esa fue la llamada de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein. Fue una servidora de la verdad: «no sigas a la muchedumbre para obrar el mal, ni te acomodes en tus juicios al parecer de la mayoría, si con ello te desvías de la verdad» (Ex. 23, 2), aunque la verdad te acarree la muerte corporal, porque «quien pierde su vida por mí, ganará la vida eterna».

Mortimer J. Adler

Mortimer J. Adler. Ha sido un gran filósofo, estudioso de los clásicos y revitalizador de Santo Tomás de Aquino. Una conversión tardía, porque se produjo al final de su vida. Un no creyente de 97 años, convertido al catolicismo, desde su intelectualismo, porque ya no podía más y su existencia necesitaba de un fundamento.

Fue una conversión sin ruido, y para algunos colaboradores, esperada desde hacia muchos años, y más cuando sus escritos habían provocado la conversión al catolicismo de otros intelectuales y profesores de universidad, cercanos al protestantismo. Un caso sorprendente, como todos, que demuestra con fuerza la llamada irresistible de Dios. Fue amigo de Jacques Maritain y Etienne Gilson, converso y estudioso de la obra de Santo Tomás, con un gran amor por la Iglesia.

Escritor prolífico, pensador, divulgador de la obra de Santo Tomás pero sin la fe necesaria para llegar más a la esencia de su propia vida. Estaba convencido de que Santo Tomás había sido la preparación a su conversión. En sus obras intentaba explicar durante años por qué no se había convertido al catolicismo, pero sus obras llevaron a muchos estudiantes a la conversión. Un ejemplo de la contradicción aparente entre la razón y la opción personal de vida, frecuentemente difíciles de separar.

En su vida siempre hablaba de fe muerta. Tenía cierto miedo a comprometerse públicamente, cierto respeto humano. Profesor de universidad, escritor y editor de obras enciclopédicas, fundador de un instituto filosófico, reformador de la enseñanza, consideraba que la verdad era una cosa cercana a la vida espiritual. Para muchos de sus colaboradores fue un católico de corazón, pero no se atrevía a definirse.

Algunas de sus obras, son éxitos editoriales, como en 1940, «Cómo leer un libro», y «Aristóteles para todos», en 1978. Participó en un programa dominical de gran éxito, «Línea de fuego», y publicó su autobiografía en 1991, «Una segunda mirada por el espejo retrovisor». Curiosamente, muchos de sus escritos eran una justificación del por qué no se había convertido al catolicismo, como «Philosopher at Large», en 1977, pero con el tiempo se transformaron en argumentos de su conversión.

John Henry Newman

John Henry Newman fue un converso ilustre de la iglesia de Inglaterra. Se atrevió, tuvo la osadía de enfrentarse al orden establecido y de tomar una decisión escandalosa, abandonar la iglesia anglicana y entrar en la Iglesia católica, llegando hasta el cardenalato. Fue un hombre de letras, filósofo y escritor prolífico, había nacido en Londres en 1801 y murió en Birmingham en 1890, después de una vida dilatada, plena y azarosa, al servicio de la verdad. Era hijo de una familia de siete hermanos, de madre hugonote que le educó en el calvinismo a su manera. A través del Movimiento de Oxford fue el artífice del resurgimiento religioso aunque provocó un verdadero terremoto y la conversión de muchos al catolicismo.

Es un autor grande, original, refinado en su estilo, y de gran vitalidad, también expresada en sus escritos. Fue una persona profundamente religiosa e inquieta, con una piedad demostrada en sus escritos y en su predicación, porque también era un gran comunicador.

Ya antes de su conversión, era muy crítico con el catolicismo y rebatió el anglicanismo y el agnosticismo, definiendo las raíces del verdadero cristianismo que buscaba con tanto ahínco. Podemos resumir su vida y su obra como una demostración de su profundo amor a la Iglesia, un amor reverencial, profundo e incondicional. Como hombre de gran cultura, cultivo también la poesía. Era imaginativo y algo supersticioso siendo niño, pero poco a poco desde la adolescencia fue robusteciendo su personalidad, punto central de sus escritos, una de sus grandes preocupaciones. Era un lector voraz que pronto demostró sus dotes intelectuales en la Universidad de Oxford. En un momento de su vida renunció a la abogacía para dedicarse a la vida religiosa.

Sus convicciones calvinistas le dejaban vacío, sin aquella plenitud que él buscaba. Elitista en sus convicciones políticas, hijo de su tiempo, desconfiaba de las masas. Viajó por gran parte de Europa y quedó impresionado por la ciudad de Roma.

Fue un escritor incansable preocupado por la reforma de la iglesia inglesa, pedía una vuelta a la iglesia primitiva porque la crisis anglicana era evidente. Newman se presentaba como un verdadero conciliador entre los elementos católicos, y anglicanos aunque era muy crítico con la Iglesia de Roma. Entró de lleno en las polémicas nominalistas de Oxford, poco a poco se fue separando de la iglesia anglicana, y en 1841, se dedicó a vivir con extrema austeridad, llevando una vida ascética y poniendo en peligro su salud. También en Newman, en los conversos siempre vemos la mortificación y la penitencia, antes o después de la conversión, siempre el silencio y la oración, porque a Dios se le encuentra y se le «siente» en el silencio, Dios habla en el silencio para que el alma se abra a Dios.

Después de varios años de retractarse de sus escritos contra la Iglesia de Roma, el 9 de octubre de 1845, fue recibido por un padre dominico, en la Iglesia. Fue un escándalo enorme, no aceptado por los anglicanos. Le consideraron siempre, un traidor, aunque en el fondo le admiraban por su claridad, su doctrina y su valentía. La conversión partió su vida en dos etapas parecidas en su duración, pero no en su contenido. Esa conversión tuvo una resonancia enorme, y muchos, también ilustres escritores y profesores, le siguieron, aunque al principio, Newman tuvo que sufrir las críticas anglicanas y el recelo de la Iglesia, porque Newman se había distinguido como un crítico contra el catolicismo. Fue calumniado y criticado, fue llevado a los tribunales y condenado, pero el veredicto se anuló y se reconoció el error judicial, por eso los periódicos de más prestigio alabaron el estilo prudente y conciliador de Newman y su dignidad en todo aquel proceso, aumentado entre los ciudadanos su admiración por él.
Durante 20 años, de 1850 a 1870, muchos de sus proyectos fracasaron, y su inquietud por reformar la universidad fue en aumento. Sus proyectos biblistas y editoriales fueron saboteados por intereses rastreros de ciertos editores y colaboradores.

Se le considera un gran escritor en lengua inglesa, conocedor de los clásicos, también una característica constante en los literatos e intelectuales; fue un pensador de gran lucidez pero creía que no existía aún la preparación suficiente entre los científicos y filósofos para reconciliar la razón y la fe, la ciencia y la religión.

Newman es un don y un testimonio perenne. Supo atender la llamada de Dios, servirle con una personal dedicación. Como Tomás Moro, «pertenece a todas las épocas, a todos los lugares, a todos los pueblos»(Carta de Juan Pablo II en el II Centenario del Nacimiento del Cardenal Newman, 22 de Enero del 2001). Newman nació en tiempos difíciles, de grandes cambios, tiempos de cuestionar y de batirlo todo, tiempos de racionalismo beligerante. Newman consiguió una síntesis de fe y razón.»La contemplación apasionada de la verdad lo llevó a una aceptación liberadora de la autoridad, que tiene sus raíces en Cristo» (Carta de Juan Pablo II). Cristo era su luz, Cristo era la verdad que había buscado y encontrado. Fue una búsqueda dolorosa porque perdió amigos, le enfrentaron con todos y a casi todo, fue calumniado y perseguido, pero confiaba en Dios: «Él sabe lo que hace». Cada prueba fortalecía más su fe, convencido de la acción misteriosa de Dios «que no hace nada en vano». Estuvo siempre maravillado del misterio de la cruz, siguiendo la tradición de San Pablo, enamorado de la cruz, ayuda en la conversión y camino de la vida eterna.

Conviene reflexionar sobre la conversión en la literatura y la literatura creada desde la conversión. La conversión es una respuesta, un peregrinar hasta encontrar el objetivo y dedicarse a él en cuerpo y alma. Es un buscar para encontrar y un encontrar para seguir buscando, pero con la serenidad y certeza de que lo alcanzado es la verdad.

Como decía Santo Tomás, nadie puede ver a Dios y seguir viviendo; por eso, la experiencia de fe exige la renuncia a todo, como Pedro y los Apóstoles, como Joaquín Pallás, Conversión y Literatura

Pablo, perseguidor y enamorado de Cristo; como Agustín, deseoso de ver a ese Dios a quien buscó con tanto anhelo; como San Francisco de Asís que vio en los demás a Cristo mismo, radicalmente humano en la pobreza y las necesidades, y radicalmente divino porque era Dios; como Dante Alighieri, que narra el camino de la salvación con una belleza poética reflejo de la belleza superior; como Tomás Moro, fiel a su conciencia y a su Señor hasta el martirio; como Ignacio de Loyola dedicado a la salvación de todas las almas; como Teresa de Jesús, mística y reformadora de la Iglesia; como John Henry Newman, enfrentado a todos como su predecesor Tomás Moro, católico por convencimiento porque la verdad era mostrada y defendida por la Iglesia de Roma; como Paul Claudel un día de navidad en la Catedral de Notre Dame; como André Frossard, a la luz de las velas de una pequeña iglesia, rodeado de ateísmo con una tradición familiar y política beligerante en lo religioso; como C.S. Lewis, que buscó y encontró; como Chesterton, confiado en Dios que todo lo puede; como Mondadori, el editor que encontró a Dios, como Muggeridge, como el antiguo secretario general de las Naciones Unidas, Hammersköljd, premio Nobel de la Paz, que oraba y meditaba antes de cada sesión o encuentro importante, en una capilla junto a su despacho, como García Morente, y tantos otros.

Ese es el misterio de la llamada y esa es la grandeza de la respuesta, comunicar esa experiencia vivificante, dedicarse en cuerpo y alma a propagar y expandir la verdad revelada en el momento preciso, como una brisa, como un golpe, como un cataclismo interior, como una caída del caballo que rebaja el orgullo hasta la humildad más profunda y que prepara el alma para la aceptación de esa Verdad, y prepara al converso para la predicación apostólica siguiendo el ejemplo de San Pablo. Ese es el testimonio de grandes converso y esas son las obras que detallan el proceso de la conversión, escritas con la fuerza del Espíritu.

Joaquín Pallás, Conversión y Literatura