Bosco Gutiérrez Cortina

Nueve meses en cautiverio – Es el secuestro más largo de México – Escapó – Escondite en Puebla – Estuvo en un clóset – Se presume cometido por extranjeros, se atribuye a ETA – Nunca hablaron con él – Forma muy especial de secuestro -Familia dice no haber pagado – Otros dicen que sí hubo pago. – Pagos en el extranjero

Un secuestro de nueve meses vivido en la fe.

La actitud es todo. No importa lo que venga, nuestra actitud en la adversidad, ejemplar y gallallarda, es lo que Dios espera de nosotros. Impresionante testimonio.

El prestigioso arquitecto mexicano Bosco Gutiérrez permaneció encerrado en un zulo de tres metros

Anécdota testimonio.

La historia de Bosco Gutiérrez Cortina, un conocido arquitecto mexicano, es dura. Muy dura. Fue secuestrado en 1991 a la salida de misa y permaneció retenido durante nueve meses en un pequeño cuarto. Gracias a su fe en Dios lo pudo sobrellevar y no perder la cordura. «Una mañana al salir de misa, me dirigí al coche. De pronto, un brazo me agarró fuerte y me dieron un golpe con un arma para dejarme inconsciente», relata. Lo siguiente que recuerda es que se despertó cuando le cambiaron de coche para llevarle al zulo: «Tenía la esperanza de salir a los dos o tres días, nunca pensé que se prolongaría tanto», reconoce Bosco, que ha pasado unos días en España contando su experiencia en diversas conferencias. «Los terroristas iban siempre encapuchados de blanco y llevaban guantes».

Por escrito. «En el techo de la habitación había una cámara que registraba mis movimientos y un altavoz en el que me ponían continuamente música para bloquear mi sentido del oído. Estuve escuchando el mismo casete durante cuatro meses seguidos», narra Bosco. Los secuestradores desnudaron al arquitecto y le dejaron sin ropa. «Nunca escuché sus voces, siempre nos comunicábamos por escrito. Incluso me interrogaron mediante un cuestionario en el que tuve que dar datos sobre mi familia. Si me negaba, les harían daño», apunta sobrecogido.

El día y la noche eran confusos porque «encendían y apagaban la luz cuando querían y me daban muy mal decomer» señala. Poco a poco, Bosco reconoce que empezó a «volverse loco». «Ofrecí todos los días mi sufrimiento a Dios y, cuando pensaba, me daba cuenta de que Cristo había sufrido mucho más que yo y que había dado su vida por mí al ser crucificado». Una de las armas que el mexicano utilizó para aumentar su valor fue la oración: «Gracias a ella cogí fuerzas y pude rezar por los captores. Desde aquel momento, sentí la necesidad de cuidarme más y de intentar sobrevivir a aquella situación».

La incertidumbre que el afamado arquitecto, padre por entonces de siete hijos, albergaba sobre su futuro se calmó gracias a que los terroristas –alguno de ellos ex etarras– tuvieron la «consideración» de permitirle tener un libro. Bosco pidió que le dieran la Biblia, lo que con el tiempo le llevó a preguntarse sinceramente: «¿Creo realmente en el Señor?». «Fue en ese momento cuando me di cuenta de que tenía que dejar de vivir de la fe de los demás y asumir la mía». Con un «¡Sí creo!» vio que Dios quería «lo mejor» para él y que debía «aceptar su voluntad».

El fin de la pesadilla. Tras nueve meses de cautiverio, se acordó el pago del rescate de Bosco. Se desarrollaría en Brasil y se encargarían de realizarlo sus hermanos, pero «por problemas, no se pudo efectuar». «Yo había construido un instrumento para abrir la ventana y algún día utilizarlo para escapar». Ese momento finalmente llegó: una mañana, «el secuestrador que tenía que vigilarme se retrasó y aproveché el descuido para escapar encomendándome en todo momento a Dios». La huída no fue tarea fácil, debido a su falta de fuerzas y al impacto que le causó la luz natural. Tuvo que sortear diversos peligros hasta abrir la puerta exterior del chalé donde se encontraba, en la ciudad de Puebla, y coger un taxi. El aspecto desaliñado que ostentaba provocaba desconfianza en la gente, pero logró llegar hasta su casa de México D. F. y despertar de la pesadilla cuando, al descender del automóvil, vio a su mujer y a sus siete hijos bajando de una furgoneta. «Llegué a ellos corriendo y les abracé mientras gritaba: “¡Me he escapado!”». La vida para Bosco cobró un nuevo sentido a partir de ese momento.

Una entrevista a Bosco Gutiérrez publicada en un periódico:

Nueve meses en un zulo de un metro por tres

«A mayor rechazo, mayor angustia»

La mañana del 29 de agosto de 1990, Bosco Gutiérrez besó a su mujer y a sus siete hijos, minutos después fue secuestrado. Vivió nueve meses en un zulo de un metro por tres, desnudo la mitad del tiempo. «Yo entiendo mi secuestro como si Dios me hubiera dicho: no te puedo volver a meter en el vientre de tu madre, pero te voy a meter nueve meses en un cuartito para que con tu inteligencia y tu memoria decidas cómo vas a vivir tu segunda oportunidad. Entendí con todo mi ser que mi tesoro es mi gente y no mi trabajo o mi cuenta bancaria. En el zulo lo hubiera dado todo por abrazar un minuto a uno de mis hijos. Desde entonces valoro a la gente por sus cosas positivas y no por sus errores». A los secuestradores no los cogieron, pero Bosco no ha tenido pesadillas. «Aprendí, fue muy positivo, no lo rechazo»

Tengo 48 años. Nací y vivo en México DF. Estoy casado, tengo nueve hijos y vengo de una familia de 14 hermanos. Estoy licenciado en Arquitectura. Mi postura filosófica y política se basa en lo que yo hago: una arquitectura en función del ser humano. Soy católico. He dado una conferencia en la UIC sobre la historia de mi secuestro

– ¿Cómo se sentía?

– Me tuvieron desnudo cuatro meses. Los secuestradores iban con capucha y jamás oí sus voces, se comunicaban por escrito. Después de tenerme tres días a oscuras me pasaron un interrogatorio: «Hasta que conteste no comenzarán las negociaciones».

Contestó, claro…

– Les conté detalles de la vida cotidiana de mi familia y me sentí un traidor, me abandoné y me dejé morir. Trece días tirado en el suelo, haciéndome las necesidades encima.

¿Salió de ese estado?

– Uno de los guardianes me mostró un papel: «¡Viva México! (era el día de la independencia), puede tomar lo que quiera».

¿Qué pidió?

– Un gran vaso de Chivas. Me lo trajo, yo me arrastré para cogerlo porque estaba totalmente entumecido y me fui al rincón como un animal con su presa. «Esto sí lo voy a gozar», me dije. Entonces, el otro Bosco que hay dentro de mí comenzó a hablarme: «¡A ver si eres tan hombrecito!, ofrece el whisky».

¿Y?

– «Yo ofrezco estar secuestrado», dije. «Eso no depende de ti», contestó mi voz interior, y tiré el whisky por el váter. Me quedé pensando que había hecho una estupidez y me dormí. Cuando desperté, cogí el papel sobrante del interrogatorio y escribí: «Hoy gané mi primera batalla, no todo lo deciden ellos». Así empecé a recuperar la autoestima.

¿Cómo consiguió que creciera?

– Pensé que no sería muy diferente lo que yo le diría a uno de mis hermanos si estuviera en mi lugar y decidí escribir una carta como si el secuestrado fuera otro. Me puse en pie por primera vez en 19 días y recé.

¿Olvidó la carta?

– Sí, pero cuando acabé el rosario la vi dobladita junto a la puerta y me puse a llorar como un idiota: «¡Recibí una carta de mis hermanos, qué maravilla!», grité. El Bosco realista me decía: «Ya te volviste loco».

¿Qué ponía en la carta?

– «Éste no es un problema personal, es un problema familiar, y lo vamos a resolver en equipo, pero tú eres el que tiene el trabajo más importante: cuidar de ti mismo».

¿Abandonó el papel de víctima?

– Sí, entendí que mi trabajo era entregar mi cuerpecito perfecto al equipo. Así estructuré mi vida, que dividí en tres columnas: salud mental, salud física y aprovecha el tiempo incluso en esas circunstancias.

¿Cómo aprovechar el tiempo en un zulo?

– Lo primero era no volverme loco. Entendí que cuanto mayor fuera el rechazo más crecería la angustia, y decidí aceptar mi circunstancia, limpiar mi cuartito y controlar la imaginación. El tiempo lo medía a través de una cinta de música que ellos ponían para que no los oyera, todo el rato la misma.

Eso es muy mortificador…

– Yo lo convertí en un instrumento. Vivía días de 32 casetes y acabé ajustando la fecha, esas conquistas mejoran tu autoestima. También pedí una dieta muy sencilla que le recomiendo.

¿. ..?

– Fruta tres veces al día, cereales por la mañana, proteína al mediodía y yogur por la noche. Corría una hora y media al día (tres casetes) y hacía un casete de abdominales. Pero estoy convencido de que el músculo más importante es la voluntad.

¿En qué pensaba?

– En mi madre, que había muerto tres años antes. Recuperé un recuerdo de niño, un sueño. Estaba en el infierno, y un tipo me gritaba: «Estas aquí por no haber ayudado a nadie, fuiste egoísta, y yo estoy aquí porque nadie me echó una mano. Si me hubieras ayudado, los dos estaríamos en el cielo». Mi madre, que era muy inteligente, me dijo: «Te acabas de dar cuenta de tu responsabilidad como cristiano, hay que ayudar a los demás».

¿Temía encontrar en el infierno a uno de los secuestradores?

– Pues sí, y que me dijera: «Te pudres en tu perfección, porque nunca pensaste que nosotros somos tan dignos y valiosos para Dios como cualquiera».

¿Y empezó a hacer apostolado?

– Recé por ellos y cuando llegó Navidad les pasé un papelito: «Señores guardianes, hoy es Navidad y no hay ni secuestradores ni secuestrado, todos somos hijos de Dios y a las ocho de la noche vamos a rezar». A esa hora abrieron la ventanuca de la puerta y vi a cinco encapuchados blancos en un fondo negro.

¿Qué les dijo?

– Les hablé de la humildad y les leí el evangelio. Al terminar, uno por uno me dieron la mano y experimenté la felicidad más grande. Salir de mí mismo y pensar en los otros hizo que me sintiera valiente y útil. «Arquitecto Bosco – me escribió uno de los secuestradores-, díganos de dónde saca usted la fuerza».

¿De dónde?

– Había perdido el miedo, sabía que mi vida no estaba en sus manos, sino en las de Dios. Los cinco meses restantes fueron de gran profundidad espiritual.

¿Tiene nostalgia de esos nueve meses?

– En cierto modo. La sociedad nos mueve a interiorizar poco, vivimos muy en la superficie, no tenemos espacio para reflexionar y por tanto poco crecimiento personal, de manera que tus relaciones con los demás son atropelladas, y tus actitudes, no ponderadas.

¿Cómo salió de allí?

– Temía que me abandonaran dejándome morir. Durante meses estuve fabricando una ganzúa con un muelle del catre. La idea era usarla si me abandonaban, pero quise probarla, abrí y no pude volver a cerrar. Me veía muerto. Avancé, pasé junto a un guardián que dormía y salté por una ventana.

IMA SANCHÍS. LA VANGUARDIA