La adopción de Moisés por el Faraón supone un salto incalculable en la vida de Moisés. ¿Qué esclavo hebreo osaría considerarse hijo del faraón y esperar, exigir, que él mismo y los demás le tratasen como a tal?. !¡Y el faraón no es Dios! De estar destinado a la esclavitud y a la muerte, pasa a vivir y reinar. Pasa de ser de una familia de esclavos a miembro de la familia real.

La adopción humana cambia al adoptado en lo externo: sus derechos, circunstancias de su vida… No lo cambia interiormente: sigue siendo el mismo que era. La adopción divina, al revés, nos cambia interiormente, aunque externamente no se nota, no aparece. De miembros de una familia de creaturas entramos en la familia divina: nos introduce en la familia de Dios, en la Santísima Trinidad.

En esa familia vamos a vivir y a gozar por toda la eternidad. Y nuestra vida en la tierra tiene como objeto aprender, prepararnos, acostumbrarnos a vivir en la familia de Dios.

A continuación, la anécdota…

Ordenó el faraón de Egipto a todo su pueblo que arrojasen al río cuantos niños naciesen a los hebreos, preservando solo a las niñas.

Un matrimonio hebreo tuvo un hijo. No pudiendo ocultarlo más tiempo, pusieron al niño en una cesta de papiro y lo depositaron en la orilla del río. La hermana del pequeño vigilaba para ver qué ocurría.

Vino a bañarse la hija del faraón, vio la cesta y mandó recogerla. Al abrirla se encontró con el niño llorando y se compadeció de él. Entonces la hermana del pequeño se ofreció a buscar una nodriza hebrea. Autorizada por la princesa, trajo a su madre y madre del niño.

La hija del faraón ofreció dinero a la “nodriza” para que se lo criara.

Cuando fue grandecito se lo llevó a la princesa. Esta lo prohijó, lo adoptó como hijo, y le puso de nombre Moisés, que significa “salvado del agua” (Exodo, cap.2).

Agustín Filgueiras