Fidelidad: que buen vasallo si obiese buen senyor, (tomado del Cantar de Mío Cid: de los comentarios de los lugareños castellanos al paso del Cid hacia su destierro)

Esto que cuentan es una leyenda (y podría parecer un chiste) pero, como dicen, todas tienen algo de verdad. Y de todas se puede sacar una enseñanza:

Una vez el Zar de Rusia Pedro el Grande fue a visitar al Rey Federico IV de Dinamarca para tratar sobre un enemigo común: Suecia.

Sé que uno parece el hermano feo de los Bee Gees y el otro el pianista de “Cine de Barrio”, pero son Federico IV de Dinamarca y Pedro I de Rusia, respectivamente.

Como buen anfitrión, Federico IV llevó a Pedro I y a sus cosacos a dar una vuelta por la capital, Copenhague, y le enseñó la famosa “Torre Redonda”.

¿Qué llevaría a los daneses a llamarla “Torre Redonda”? Misterios de la historia

El caso es que, cuando estaban en lo más alto de la torre, Pedro I preguntó al rey danés…

– ¿Sabes hasta dónde llegarían por mí mis vasallos?

Federico IV no tuvo tiempo de responder. A una sencilla orden del Zar de Rusia, uno de sus cosacos se lanzó torre abajo. No hace falta decir que el cosaco quedó hecho filete ruso. Orgulloso, Pedro preguntó:

– ¿Federico, tus súbditos harían lo mismo por ti?

el Rey danés miró hacia abajo. Viendo el cadáver del cosaco, dijo…

– Afortunadamente no.

Y, mientras pensamos cuánto obedecemos muchos, seguimos el enlace para continuar con la anécdota…

No es una anécdota muy buena y el chiste es pésimo, pero da que pensar. Lo primero ¿Quién nos gobierna?; lo segundo, ¿por qué muchas veces dejamos que nos gobiernen?

Recogida de aquí…

Hay que defender la fidelidad frente a… El hombre viejo, que le presenta al hombre el ejercicio de la fidelidad como una carga insoportable: «soy incapaz de consumir mi vida cuidando a un enfermo crónico».

El hombre nuevo –renovado en Cristo- le hace ver que ese ejercicio cotidiano es un compromiso de amor: «con la gracia de Dios y por amor a Cristo entregaré mi vida entera, por amor, al cuidado de este enfermo, al que debo amar por fidelidad humana y espiritual».

Esos dos hombres pugnan en el corazón humano, herido por el pecado.

Hay que defender la fidelidad frente al influjo de las amistades que apartan de Cristo. Ese impacto negativo resulta particularmente fuerte durante la juventud. De ahí nace la importancia de tener en una sociedad pagana como la actual, entre los amigos, muchos amigos cristianos o no cristianos que busquen a Dios con sincero corazón.

Hay que defender la fidelidad frente la falsa “fidelidad a uno mismo”. Ser fiel a uno mismo significa, para un cristiano, ser fiel al proyecto de Dios para cada uno y el compromiso con Dios que libremente se ha contraído. Abraham fue llamado hombre fiel porque –fiel a sí mismo- estuvo dispuesto a cumplir en todo momento la Voluntad de Dios.

No se puede invocar “la fidelidad a uno mismo” para realizar la ruptura de un compromiso grave con Dios o con los demás.

Entonces esa “fidelidad a uno mismo” se convierte en una palabra-coartada para hacer lo que se desea sin trabas morales de ningún tipo: Abandono a mi mujer y a mis hijos para ser fiel a mí mismo, porque me he enamorado de otra mujer…

Es necesario entender bien la libertad para evitar falsos conflictos entre libertad y fidelidad. El que adquiere unos compromisos con Dios o con los hombres, libremente se impone el deber de cumplir las obligaciones que libremente asumió.

Comprometerse y ser fiel a los compromisos, siempre que sean buenos, no limita la libertad del hombre: suponen el ejercicio de la libertad. La esencia de la libertad es la posibilidad de elegir entre el bien y el mal.

Toda decisión o compromiso prudente de realizar algo bueno es un acto de libertad.

Hay que defender la fidelidad frente a los intereses ideológicos de determinados grupos de presión, lobbys, medios de comunicación, editoriales, instancias educativas, etc., que defienden contravalores como la infidelidad,

– difundiendo y ensalzando como positivos comportamientos infieles,

– intentando esos comportamientos que se acepten socialmente como comportamientos normales,

– ridiculizando la figura de las personas fieles en diversos medios (series televisivas, películas, novelas.) donde no aparecen o demonizándolas (son anticuadas, retrógradas, etc.).