Corazón de carne

La petición de David, después de una vida en la que había conocido el placer, el poder y la gloria; la vileza y la traición a sus propios ideales… pero en que por una gracia especialísima de Dios ya venía de vuelta era ésta: Dame Dios mío un corazón de carne y quítame este corazón de piedra…
Conocemos nuestro corazón de piedra cuando juzgamos a otros, en el espejo de nuestros propios fracasos. Somos duros, intransigentes con los demás: no dejamos pasar ni una. Hasta que Dios nos enseña que toda nuestra seguridad nos viene de Él y que en realidad somos un puñado de pelusa.

Pero cuando actuamos con ese corazón nuevo, de carne, recién instalado (formateado diríamos con nuevo vocabulario) es entonces cuando nos damos cuenta que, comparándolo con el CORAZÓN DE CRISTO estamos a años luz de su misericordia, amor, perdón.

Una anécdota de hoy, con lágrimas y contrición…

Dame, Dios mío la sabiduría de tu Corazón.

Misa de ocho de la mañana. Veinte personas de treinta años de media. Un hombre sin afeitar con gran ansiedad entra y cuenta su historia a un primer asistente, que cambia de banco, sin intentar escuchar más… El segundo, Andrés, un chico de 22 años le escucha, sin saber cómo decirle que no tiene dinero; le dice que salga y que intentará conseguirle un euro… el hombre, desesperado insiste. La chica del banco de delante de mí se vuelve ante el murmullo y me dice:
– A la entrada me ha pedido dinero y me ha agobiado mogollón…
Pienso… Jesús nos pide que demos limosna a quien nos mendiga. Pero el interrumpir la Misa es un abuso. Además no he traído dinero…
Inmediatamente me dirijo al drogadicto:
– No es el momento: hemos venido a Misa -le digo con convicción, lentamente
– Venga afuera y le explico – me replica angustiado
– Ahora no, he venido a Misa. Se espera y luego hablamos
Después de varias frases con el mismo mensaje el hombre sale…
A la salida de Misa busco a esta persona… no le encuentro. Veo a lo lejos un camión de bomberos y una ambulancia… Me dicen que una persona se había suicidado.