Me dices que sí, que quieres. —Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer? —¿No? —Entonces no quieres.

San Josemaría

Ahora puedes leer una historia con esta idea (un poco exagerada, por cierto): desear un objetivo con la vehemencia del respirar…

El maestro y el empujón en el lago.

Cierta vez un hombre decidió consultar a un sabio sobre sus problemas.

Luego de un largo viaje hasta el paraje donde aquel Maestro vivía, el hombre finalmente pudo dar con él: – «Maestro, vengo a usted porque estoy desesperado, todo me sale mal y no se que más hacer para salir adelante». El sabio le dijo:

– «Puedo ayudarte con esto… ¿sabes remar?» Un poco confundido, el hombre contestó que sí. Entonces el maestro lo llevó hasta el borde de un lago, juntos subieron a un bote y el hombre empezó a remar hacia el centro a pedido del maestro. -«¿Va a explicarme ahora cómo mejorar mi vida?» -dijo el hombre advirtiendo que el anciano gozaba del viaje sin más preocupaciones.

-«Sigue, sigue -dijo éste- que debemos llegar al centro mismo del lago». Al llegar al centro exacto del lago, el maestro le dijo: -«Arrima tu cara todo lo que puedas al agua y dime qué ves…».

El hombre, pasó casi todo su cuerpo por encima de la borda del pequeño bote y tratando de no perder el equilibrio acercó su rostro todo lo que pudo al agua, aunque sin entender mucho para qué estaba haciendo esto.

De repente, el anciano le empujó y el hombre cayó al agua. Al intentar salir, el sabio le sujetó su cabeza con ambas manos e impidió que saliera a la superficie. Desesperado, el hombre manoteó, pataleó, gritó inútilmente bajo el agua.

Cuando estaba a punto de morir ahogado, el sabio lo soltó y le permitió subir a la superficie y luego al bote. Al llegar arriba el hombre, entre toses y ahogos, le gritó:

-«¿Está usted loco? ¿No se da cuenta que casi me ahoga?». Con el rostro tranquilo, el maestro le preguntó:

-«¿Cuándo estabas abajo del agua, en qué pensabas, qué era lo qué más deseabas en ese momento?».

-¡¡En respirar, por supuesto!!

-«Bien, pues cuando pienses en triunfar con la misma vehemencia con la que pensabas en ese momento respirar, entonces estarás preparado para triunfar…».

Es así de fácil (o de difícil). A veces es bueno llegar al punto del «ahogo» para descubrir el modo en que deben enfocarse los esfuerzos para llegar a algo.