Uno tiene que ser el primero.

Determinar cuándo dar el paso, cuándo es el momento del sacrificio que te puede costar la vida o salvar la vida de otro es heróico.

Requiere valor. Requiere una luz interior. Esa luz está puesta por nuestro Hacedor, desde el comienzo. Esa respuesta a la llamada a actuar es personal y se va forjando toda la vida. Recomendamos ver por ejemplo la película El inolvidable Simon Birch (para la formación de adolescentes entre 9 y 15 años). Otra para más mayores (14 a 18): el musical de Disney: Newsies. De 17 en adelante: la película Adiós Bafana, biográfica de Nelson Mandela.

El que uno dé el paso es fundamental para que los otros sigan.

He aquí una historia real, con un final feliz…

El 6 de junio un preso salvó a un niño de dos años de morir ahogado. La historia quizá sea conocida: Javier Blanco disfrutaba de un paseo en goleta por la bahía de Santander con otros reclusos y unas cuantas personas más, entre las que se encontraba la familia del niño que cayó al agua y que Javier rescató cuando ya se había hundido. Se tiró al mar sin pensárselo dos veces y consiguió izar al niño.

Cuando la madre quiso agradecérselo, todavía en la barquilla, y le pidió un teléfono de contacto, Javier sólo le dijo que era gallego y que estaba de paso. La madre se enteró de su verdadera situación por una carta que publicó en el periódico el capellán de la cárcel, e inició una serie de gestiones que dieron como fruto la libertad condicional de Javier en poco más de quince días. Este es el resumen de la historia magníficamente contada por Susana Basterrechea en La Voz de Galicia.

Pero lo que más me interesa son las citas entrecomilladas que la periodista atribuye a la madre del crío y a Javier Blanco, el preso que lo salvó. La primera, que parece obvia, no lo es en absoluto. Dice la madre: “Mira, en el barco había cincuenta personas y la única que se tiró fue él”, que unida a esta otra, da mucho que pensar: “Crees que si alguien está preso es porque es malo, y no tiene por qué ser así”. Y después: “No sabíamos cómo pagárselo. No salvó sólo a un niño, salvo una familia entera”.

Aquella goleta debía de estar llena de gente buena, pero sólo uno se arriesgó y ése consiguió cambiar las cosas. Como muy bien dice la madre, hizo algo más que salvar a un niño. El efecto multiplicador del heroísmo, por muy aislado que parezca, comparece siempre y tiene incluso la fuerza suficiente para hacer saltar por los aires clichés mentales impresos a fuego contra los que cualquier lucha podría parecer imposible.

En tiempos de aborregamiento, en los que quienes se tienen por buenos nada hacen salvo sufrir y despotricar, vienen bien noticias de heroísmo como ésta. Javier Blanco habla ahora de su familia de Santander: “Siempre habrá un vínculo entre nosotros. Ahora mi familia es más grande”. El héroe, al final, como en todas las viejas historias, está menos solo.

Pero lo mejor de todo quizá sea cómo pinta Javier Blanco, en un endecasílabo, el múltiple efecto redentor de su acción: “Lo salvé, pero él también me salvó a mí”

La historia del hombre que arriesgó su vida para salvar la de un niño de doce años está batiendo records de visitas en lavozdegalicia.es, que fue promotora y protagonista del reencuentro entre el salvador y el salvado.

Hace pocas semanas publicábamos la del patrón de un pesquero que se lanzó al mar para rescatar a un tripulante que se había caído. También arriesgó su vida, pero sin éxito.

Meses atrás La Voz se hizo eco del heroismo de un preso que tampoco dudó en zambullirse desde un barco para rescatar a un niño. Entonces publiqué esta columna en Nuestro Tiempo. Extraído de Paco Sánchez en su Blog con la etiqueta Tiempos de Héroes: Javier Blanco


La Historia de la Voz de Galicia

UN HÉROE EN LA CÁRCEL«Lo haría mil veces más», dice el preso gallego que rescató a un niño del mar

El 6 de junio cambió la vida de Javier Blanco, un boirense preso en Santander: salvó a un crío a punto de ahogarse y con su buena acción acaba de lograr la condicional

No lo dudó ni un segundo. Se lanzó por la borda, nadó hasta el niño, que ya tenía la cabeza bajo el agua, lo agarró con fuerza, lo sostuvo en el aire y lo izó hasta una lancha que se acercó a ayudarles. La hazaña sucedió el pasado día 6 en la bahía de Santander. El héroe fue Javier Blanco Gómez, un marinero de Boiro de 40 años interno en la prisión provincial desde hace tres. «Estoy en una nube, muy orgulloso porque he hecho algo grande», comenta por teléfono desde la cárcel.

Al igual que el pequeño de dos años al que rescató, su hermano de cuatro y la madre, él también disfrutaba de un paseo en goleta junto a otros reclusos, el capellán y dos trabajadoras de la prisión. Oyó que alguien gritaba «niño al agua» y se lanzó a por él como impulsado por un resorte. Pero no se considera un héroe: «Lo haría mil veces más, las que hiciera falta. Eso se hace si eres persona, por humanidad. Era un niño y ni me lo pensé».

Por eso el gallego tampoco imaginó lo que sucedió después. El capellán pidió que se revisase su situación penal y hasta el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, escribió sendas cartas a los ministros de Justicia e Interior para recomendar su indulto. El miércoles, Javier supo que le concedían el tercer grado. Ayer, que en sólo 15 o 20 días tendría la libertad condicional. El indulto podría llegar pronto. «Todo Santander se ha volcado, estoy muy agradecido», comenta.

Mucho más lo está con él Pilar González Vila, la madre del niño al que Javier salvó. «Mira, en el barco había cincuenta personas y la única que se tiró fue él», asegura Pilar. Cuando le devolvió a su hijo, ella le preguntó cómo podía pagarle lo que había hecho y le pidió el teléfono. Javier no le dijo que estaba en la cárcel. «Él sólo me contó que era gallego y que estaba de paso», explica la mujer. Fue la asistenta social que acompañaba a los internos la que le dio un número de contacto. «Nos enteramos de que estaba en prisión por una carta del capellán que salió en un periódico. Me quedé aún más impresionada. Crees que si alguien está preso es porque es malo y no tiene por qué ser así», señala.

Gestiones del abuelo

Patricia se lo contó a su padre, que empezó a darle vueltas a qué podía hacer por el hombre que había rescatado a su nieto. «No sabíamos cómo pagárselo. No había salvado sólo a un niño, había salvado a una familia entera», comenta Patricia. El abuelo acabó llamando a la puerta del presidente cántabro: «Estuvo dos días esperando a que lo recibiese y al tercero se presentó en su despacho. Revilla le prometió que escribiría a los ministros de Justicia e Interior».

Revilla cumplió y Javier está a punto de estrenar libertad. «Es mi segunda oportunidad. Quiero volver a Galicia y embarcarme otra vez. Hasta los 55 años me queda mucho Gran Sol», cuenta Javier. También quiere que la que ya llama «mi familia de Santander» lo visite en Boiro y conozca a sus padres. «Siempre habrá un vínculo entre nosotros, siempre. Ahora mi familia es más grande», asegura el preso. En su celda guarda una foto del chaval: «Lo salvé, pero él también me salvó a mí».


El Reencuentro

Reencuentro tras el heroico rescate de un niño de la ola gigante en A Coruña

La historia del hombre que arriesgó su vida para salvar a un niño ha calado entre miles de gallegos y entre los principales medios de comunicación que se han echo eco de la noticia.

Un hombre de 64 años arriesgó su vida para salvar a un niño cuando el oleaje destrozaba el paseo de Riazor

«Le voy a celebrar el cumpleaños dos veces al año. No quiero pensar lo que hubiera pasado si este señor no estuviera allí». Ana María Barreiro, emocionada, explicaba ayer sus sensaciones a los pocos minutos de hablar con Rogelio Prieto Vidal, el hombre que salvó posiblemente la vida de su hijo, el niño de 12 años Javier Adrián Ferreiro Barreiro.

El lunes por la tarde, el pequeño acababa de salir del Instituto Eusebio da Guarda y caminaba por el paseo marítimo de A Coruña. Pasaban pocos minutos de las seis cuando, de repente, la gran ola que barrió el paseo lo zarandeó por el aire. Por fortuna para él, Rogelio estaba allí, a pocos metros, y no dudó en arriesgar su vida para salvar al muchacho. El final de la historia fue feliz y ayer los dos protagonistas se reunieron después de que la madre de Javier se pusiese en contacto con la página web de La Voz.

Con modestia, Rogelio, muy conocido en A Coruña por su participación en el carnaval, no se quería colgar medallas. «¿Qué otra cosa iba a hacer si veía al niño en peligro?», se preguntaba. Explica que todo fue muy rápido. El hombre, de 64 años, regresaba por el paseo a su casa de Monte Alto cuando la ola empezó a rebasar la acera. Se refugió detrás de un árbol y oyó los gritos de socorro del niño. «El pequeño ya estaba a merced del mar, así que lo agarré por los brazos y el agua nos arrastró a los dos por el suelo -relata-. Lo tenía bien sujeto sobre mi pecho y cuando nos pudimos poner en pie y a salvo, ya al otro lado de la acera, lo solté y le dije que se fuera para casa. Me pareció una maravilla de niño para su edad, porque volvió para preguntarme si me encontraba bien. Después, estaba muy preocupado porque había perdido su carpeta y al día siguiente tenía examen». El niño, con unos rasguños en una mano, fue a clase y contó una historia que no olvidará nunca.

Rogelio fue trasladado en ambulancia al Hospital Juan Canalejo. Mientras era arrastrado por la ola junto a Javier Adrián, una pieza de la barandilla salió despedida y le impactó en la cara. «Me dio de refilón; si me coge de lleno, me mata», reflexionaba. El resultado son dos dientes rotos, un tercero a punto de caer y daños en una muñeca. Admite que por la mañana, cuando se despertó, pasó un buen rato llorando, al darse cuenta de que le rozó la muerte. Volver a ver a Javier compensó las heridas.