El Huang Shi es algo familiar en tu cultura y en la mía: lo vemos en cada barrio, en cada grupo o asociación, por supuesto en la política, que es como la síntesis de la cossa nostra.

Una historia reflexiona gráficamente sobre la idea de individualidad, de personalidad, de identidad propia en contraste con el pensamiento único, el borreguismo, el espíritu de cuerpo… Y la ley universal…

 

 

Ayer vi a la policía entrando en un todo a Euro. Gran
despliegue.

 Al parecer, había un muerto de por medio.

El primer chino fallecido en mi tierra, del que yo tenga
constancia. No sé dónde mueren, o dónde los entierran. Misterio misterioso.

Paso por esa calle semanalmente tres veces desde hace dos
años.
La he visto crecer en inseguridad ciudadana. Muchos nativos locales han
ido a vivir a otras áreas de la ciudad.

 Recuerdo ahora cómo llegó al barrio el primer todo a cien.
Todo fueron alegrías ante un evento tan celebrado:
¡alguien que vendía diez
veces por debajo que los demás!…
Ese fue el comienzo del fin.

Retrotrayéndome, puedo pensar que romper las reglas se
produjo a gran escala.
Romper el mercado de una manera increíble.
 Pero luego, al ser los asiáticos tan de Huang Shi (tan de grupo cerrado que se ayuda entre sí), poco a poco
cambian las leyes locales por leyes particulares.
Todo se realiza de tal manera
que el residente de toda la vida pierde su “integración en el sistema”, su autonomía,
su naturalidad, y se siente extraño en su propio vecindario. Luego viene las
amenazas, extorsiones, la mafia, y con ella los negocios ilícitos (¿o ya no lo
son con ese juego político de palabras que sólo llevan a confusión y a más de
lo mismo?) de prostitución, juego, drogas…

Han cambiado las leyes comunes por las particulares.
La vida
es importante sólo si eres del “clan”. Si no, no. O lo aceptas y te reeducas
(te re-integras, te conviertes, como un corderito) o te largas…

Me detengo a pensar si esto no tendrá que ver con el cambio
que hacemos con la Ley de Dios, cuando decidimos cambiarla por nuestra “santa”
ley personal, y arrinconamos su ley divina.
Y lo que era pecado se convierte en
exageración.
En cambio, ponemos como pecado y su gravedad,  lo que nos da la gana… (fumar, velocidad
automovilística…)
¿No estará pasando esto ahora? ¿De qué depende el mal, en el
momento en que decidimos aparcar a Dios?