Era el día del estreno de la Opera, en Madrid. La soprano, archifamosa había arrastrado a las multitudes.

Llegó el director del Teatro y se excuso pidiendo comprensión a la audiencia ya que la Estrella se encontraba enferma y no podía representar aquella tarde. Dijo que, no obstante, otra estrella igualmente de calidad iba a cantar aquella noche.

El público se enfadó y pito… La representación concluyó sin pena ni gloria, a pesar de la excelente calidad de la soprano y de su esfuerzo por agradar al respetable. Al final unos pocos aplausos deslavazados y un silencio tenso mientras la sustituta saludaba.

De pronto, de entre los palcos una voz infantil que se alza gritando: ¡Mamá eres maravillosa! y un aplauso. La gente se dio cuenta de lo importante que era aquella actuación para aquella niña. Poco a poco se fueron sumando al aplauso; en unos segundos la audiencia aplaudía de pie ya que la actuación se lo merecía y la situación lo recomendaba.