«Por cojé la mora verde me he clavaíto una espina y hasta er corasón me
duele» La amé desde el momento en que su imagen se reflejó en mis
candiles y por ser yo muy joven y ella aún más nuestros corazones se
abrasaron en una llama, en un fuego que nos devoró, que nos consumió,
con una velocidad directamente proporcional a la intensidad del
sentimiento que nos llenó de sinvivir, de impaciencia, de prisa por
tenerlo todo, por saborearlo todo como si la vida se acabara en un
instante, en aquel momento que los dos vivíamos. «Las cosas que fuerte
entran fuerte salen» me dijeron siempre los mayores y «el mucho andar
trae poco andar» sentenciaba mi padre. Y así fue. Hoy no es más que un
bello recuerdo lejano que pudo ser algo más estable y duradero de lo
que fue si hubiésemos sabido regular la llama que surgió cuando
nuestras pupilas se encontraron. Lástima que solo nos quede el recuerdo
y esa amarga sensación de haberlo echado todo a perder. Por eso compuse
este poema para una copla flamenca: «Por cojé la mora verde me he
clavaíto una espina y hasta er corasón me duele» Anónimo. Que tenga
peso y medida en todo (en los sentimientos y en sus manifestaciones; en
el autocontrol…) menos en el amor.