Un conocido me contaba que yendo por la calle (dice que siempre va andando, por que así se da tiempo para pensar) se encontró una moneda de un euro en una gasolinera.

Pensó: para qué me la querrá dar Dios, si no la necesito…

Y cruzó el semáforo.

Al otro lado le abordó un anciano, mendigando, de esos que estás seguro de que no te toman el pelo. Le pidió algo para comer. Éste, recibiendo respuesta a su pregunta, le largó la moneda de euro.

El anciano, mirándole a los ojos, se lo agradeció:

– Gracias, porque hoy podré comer.