Me contaba un adolescente que, después de un tiempo de convivir con la televisión en su habitación, la había «desactivado» cortando unos cables de los circuitos: le hacía daño. ¿Hay para tanto? Rowlandd Molony, profesor de lengua un colegio de Inglaterra, publicó (en «The Times Educational Supplement», Londres 3.5.91) cómodescubrió que muchos de sus chicos en la escuela tenían televisor en su cuarto.

Les preguntó cuántos tenían televisión en sus cuartos, y de los 23, 11 levantaron la mano, y les preguntó «¿qué pasaría si querían ver un programa que sus padres desaprobarían?»: «La mayoría responde que no tienen más que quitar el sonido, otro dice que recurre a los auriculares. Una chica que destaca por sus dificultades con el inglés dice que ve la televisión todas las noches: `mamá nunca se entera de lo que veo’, afirma conteniendo una risita. Decidí ampliar mi encuesta -sigue diciendo el profesor- a todo el ciclo, compuesto por unos 400 chicos de 11 a 14 años. Comprobé que la clase de Dean no se sale de lo corriente: poco menos del 50 por ciento de los niños tienen su propio televisor en su dormitorio».

Este profesor decía que el hábito de ver televisión sin restricciones hace a los chicos «aburridos y antipáticos, sin interés por casi nada; en consecuencia, es más difícil estimularles y enseñarles. Tienen poca capacidad de concentración para manejar el lenguaje escrito y menos aún el oral. Tienen menos cosas de las que hablar; sus temas de conversación se reducen a las películas y demás programas. Las escenas de violencia o sexo quedan grabadas en la imaginación de los niños.

La contemplación habitual de actos de brutalidad y violencia los deshumaniza y embrutece, y va privándoles de la natural compasión. A largo plazo, el niño que acostumbra a pasar el tiempo en su cuarto viendo la televisión, en vez de participar en una conversación familiar, carece de un modelo de cohesión que, cuando se convierta en padre, pueda reproducir en un futuro hogar. El exceso de televisión llena de escoria las mentes infantiles y les impide ejercitar la capacidad de concentración y su propia fantasía.

Muchos padres están sacrificando el intelecto de sus hijos a la tentadora pantalla que capta la atención de los niños y los mantiene callados».

Estos problemas se hacen más vivos con las recientes estadísticas sobre la tele en la habitación, entre los niños de nuestras tierras. Los estudios irán detallando estas cosas, lo que sí está claro es que toda educación ha de estar basada, además de la libertad, en un sentido de la responsabilidad, y cuando no existe equilibrio entre estas dos (por parte de los padres y educadores, por parte de los hijos) se paga factura después. Ante el autoritarismo de hace años, hoy está de moda que los hijos hagan lo que quieran… la responsabilidad de los padres ha de superar estas modas sociales para actuar en conciencia.

Llucià Pou Sabaté