Todos hemos experimentado la necesidad de ir a cierta reunión para que no se hable mal de nosotros en nuestra ausencia. También la despedida simultánea del grupo de comadres, disolviéndose definitivamente para que nadie hable mal de los que se van…

Son muchos los ejemplos de martirio moral, que ocurre a través de calumnias. Calumnia es la injusticia que se comete contando mentiras de personas por las que son perjudicados.

Hay mucha facilidad para calumniar, pues cualquier pensamiento, sea o no adecuado a la realidad, puede aparecer en cualquier medio de comunicación y aireado a millones de personas. No hay control sobre la verdad. Y, en ocasiones, no hay interés sobre la verdad: sólo la curiosidad morbosa de quien disfruta oyendo escándalos nuevos. Eso ya pasaba en Grecia, en el Areópago.

Hoy proponemos una narración de J.M. Cejas sobre las calumnias que han recibido famosos fundadores religiosos. Es todo un abre-ojos.

Continúa…

Acusaciones de ex-miembros contra los santos

A lo largo de la historia de la Iglesia no ha sido extraño que alguno de esos hombres y mujeres se haya convertido en un detractor de sus antiguos Fundadores o de las Instituciones a las que pertenecieron. Un curioso fenómeno que podría ser estudiado por psicólogos…

Los Fundadores han tenido que padecer con frecuencia una tribulación cuyo precedente se encuentra en las mismas páginas del Evangelio: la defección de alguno de sus hijos espirituales. Se podrían citar numerosos ejemplos sobre este particular, que constituye un antiguo fenómeno en la vida de la Iglesia y de las fundaciones eclesiásticas. Baste con recordar las famosas cartas de san Bernardo a los monjes que abandonaban el monasterio.

A lo largo de la historia de la Iglesia no ha sido extraño que alguno de esos hombres y mujeres se haya convertido, con el tiempo, en un detractor de sus antiguos Fundadores o de las Instituciones a las que pertenecieron.

Recordemos a continuación algunos ejemplos entresacados de las vidas de santa Teresa, de san Franciso de Sales y san Josemaría Escrivá.

Canonizada por toda la ciudad

Entre las mujeres que habían esperado con impaciencia la llegada de santa Teresa a Sevilla en el año 1575, para ingresar en el Carmelo como novicias, había una, cuyo nombre silenciarían más tarde las carmelitas por caridad, que era, en palabras de la Santa -que guardaba sus reservas sobre ella-, «una gran beata que estaba ya canonizada por toda la ciudad».

«Era la pobre -en palabras de la Priora de Sevilla- mucho más santa en su opinión que en la del pueblo, y como en entrando le faltaron las alabanzas y comenzó el toque de la religión a hacer su oficio de descubrir los quilates que habían en lo que ella parecía tanto relucir, hallóse sin nada y comenzóse a descontentar y nosotras mucho más de ella, porque jamás hubo remedio a hacerla acomodar a casa de religión y por ser ya mujer de cuarenta años, de grande autoridad y sabía dar a cada cosa su salida: unas veces se excusaba con que era enferma, y así ni quería comer de nuestras comidas, sacando que cada cosa era enferma e hinchaba, que pudiera leer a Galeno; otras decía que la costumbre y gran calor de la tierra la excusaba.

Nuestra Madre, pareciéndola que el tiempo la iría enmendando, y por no la apretar, mandaba la sobrellevásemos y daba licencia que a veces se confesase y hablase con los clérigos sus conocidos» ..

Además de lo que señala la Priora, el comportamiento de aquella mujer dentro del convento era bastante extraño; por ejemplo, entre otras rarezas y caprichos, solía presentarse intespestivamente cuando veía que alguna novicia hablaba con la Santa en su habitación…

Tiempo después esta mujer abandonó el Carmelo,furiosa porque había comprobado que aquel género de vida era superior a sus fuerzas y descargó su rencor de modo tristemente tópico: denunció a la Santa ante la Inquisición y un día llamaron a la puerta del convento, entre un tropel de gentes, los jueces y los esribanos, mientras unos alguaciles hacían guardia ante las puertas.

Comenzaron los interrogatorios previos, en los que se acusaba a las carmelitas de seguir los principios de los alumbrados. Hay que hacer notar que por aquel entonces, esa acusación era gravísima; y más aún en una mujer como santa Teresa, cuyos escritos ya habían sido denunciados a la Inquisición y de cuyos éxtasis se hablaba por toda Castilla.

Se acusó a la Santa de que las monjas se confesaban con ella. Fue entonces cuando Teresa de Jesús comprendió quién era su acusadora y el motivo de aquellas intromisiones furtivas en su habitación.

Se acusó a las carmelitas de realizar unas «ceremonias» o «ritos sospechosos». La verdad de tales «ritos» consistía en que, como las monjas no tenían velos suficientes para presentarse en el locutorio, se los pasaban de unas a otras. Ese obligado intercambio de velos era «la ceremonia» sospechosa de herejía.

El rencor es imaginativo; y como después de comulgar las carmelitas solían ponerse en la sombra, de cara a la pared, para la acción de gracias, porque la reja del locutorio estaba en un patio abrasado por el sol, aquella mujer creyó ver allí un nuevo «rito» peligrosísimo. Llegó a asegurar que se ataban unas a otras de pies y manos; y que se flagelaban mutuamente. «Dios quiso que no hayan dicho más», comentó la Priora, María de San José.

No fructificó aquella añagaza por falta de pruebas. «Pero la situación -comenta Auclair siguió siendo grave, pues la suspensión del proceso sólo significaba que faltaban pruebas, y la Inquisición se esforzaba siempre en obtenerlas»-.

Una carta falsa

Si en el caso de santa Teresa hemos perdido el rastro del nombre de la acusadora, en el de san Francisco de Sales contamos al menos con su apellido. Difamó al Santo una tal Belot, sobrina de un Secretario de Estado que no gozaba, según el sentir general, de una reputación muy cualificada .

La señora Belot le había pedido a san Francisco de Sales la posibilidad de vivir durante un tiempo en el convento de la Visitación para cambiar de vida.

San Francisco de Sales tuvo varias conversaciones con ella y parecía que realmente había cambiado de disposiciones. Pero, poco tiempo después, aunque tanto san Francisco como santa Juana de Chantal, Superiora del convento, hicieron todo lo posible por ayudarla, se comportó de manera parecida a la de la novicia carmelitana, y, al igual que ella, abandonó primero el convento y a continuación sus propósitos de vida recta.

A continuación dio sobrados motivos de escándalo en la pequeña ciudad de Annecy, y se convirtió en la amante de uno de los caballeros del séquito del duque de Nemours. Al principio san Francisco hizo todo lo posible por reconducir a aquella mujer hacia Dios de un modo discreto. Pero todo fue en vano. Y a la vista de la dimensión que iba cobrando el escándalo, juzgó prudente recriminar el hecho en público.

Despechado, el amante de la Belot consiguió apoderarse de una carta de san Francisco, copió su letra y escribió una carta falsificada en la que el Obispo le pedía excusas a la Belot y le decía en secreto «su verdaderos sentimientos».

Luego urdieron una pequeña comedia: ella y su amante fingieron un enfado y el amante iba enseñando a todo el mundo, con un supuesto despecho, la carta falsa que había sido el origen de aquel distanciamiento amoroso. Henry-Coüannier relata el hecho con el lenguaje un tanto decimonónico pero expresivo:

«El duque de Nemours acabó por enterarse del increíble rumor y quiso ver la carta. Él había recibido muchas del Obispo, comparó ésta con aquéllas y no podía creer lo que veían sus ojos. A M. de Foras, gran amigo de Francisco, le preguntó: `¿Por qué pasa el Obispo de Ginebra?’ `Por santo.’ `Pues desengañaos.’ M. de Foras se negó en absoluto a dar fe a aquel papel; llevólo al Obispo, que lo leyó tranquilamente y apenas pareció sorprenderse. Él tenía por principio que en las calumnias es bueno justificarse, porque se debe este homenaje a la verdad, pero si la acusación se sostiene, hay que oponer la indiferencia y el silencio. Declaró, pues, que él no era el autor de aquella carta. Se admiró de que hubieran imitado tan bien su escritura, devolvió el billete a su amigo y no se preocupó más por ello» .

La historia se complicó más tarde con un desafío a duelo que no tuvo lugar y con numerosas murmuraciones por la ciudad sobre la vida de las monjas, que acabaron reflejadas toscamente en un cartel puesto sobre la entrada del convento: «Serrallo del Obispo de Ginebra.»

La Superiora del convento, santa Juana Francisca de Chantal, indignada, quiso acudir a los tribunales. Pero san Francisco se negó. Se supo luego que el autor de la inscripción era un abogado de la ciudad, llamado Pellet «que no perdonaba malediciencia alguna» contra san Francisco.

Un día se encontró con el Santo, que le saludó afectuosamente y le dijo: «Vos me queréis mal y procuráis por todos los medios ennegrecer mi reputación; no es menester que me deis excusas, porque lo sé muy bien y estoy muy seguro de ello. De todos modos, ya lo veis, si me hubierais estropeado o arrancado un ojo, yo no dejaría de miraros amorosamente con el otro».

Del mismo modo se comportó el Santo con la Belot y con una de las hijas del abogado Pellet, que entró años más tarde como religiosa en la Visitación. Se repitió de nuevo la actitud humilde y generosa de san José de Calasanz y de tantos otros santos con sus detractores.

Reescribiendo la historia

Estas contradicciones no son «un fenómeno raro en la historia de la Iglesia -precisaba el Siervo de Dios Alvaro del Portillo-: muchos santos han sido, en su tiempo y lugar `signo de contradicción’, empezando por el Maestro, el propio Cristo; y lo han sido sobre todo aquellas figuras que traían al mundo grandes innovaciones, como San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús, San Juan Bosco».

«Ataques sistemáticos a la fama -escribía san Josemaría en Conversaciones-, denigración de la conducta intachable: esta crítica mordaz y punzante sufrió Jesucristo, y no es raro que algunos reserven el mismo sistema a los que, conscientes de sus lógicas y naturales miserias y errores personales, menudos e inevitables (…) desean seguir al Maestro”.

«¿De dónde nace esta apreciación injusta con los demás? Parece como si algunos tuvieran continuamente puestas unas anteojeras, que les alteran la vista. No estiman, por principio, que sea posible la rectitud o, al menos, la lucha constante por portarse bien. Reciben todo, como reza el antiguo adagio filosófico, según el recipiente: en su previa deformación. Para ellos, hasta lo más recto refleja -a pesar de todo- una postura torcida que, hipócritamente, adopta apariencia de verdad. `Cuando descubren claramente el bien’, escribe san Gregorio, `escudriñan para examinar si hay además algún mal oculto'( …).

«No sería sincero si no os confesara que las anteriores consideraciones son algo más que un rápido espigueo de tratados de derecho y de moral. Se fundamentan en una experiencia que han vivido no pocos en. su propia carne; lo mismo que otros muchos han sido, con frecuencia y durante largos años, la diana de ejercicios de tiro y murmuraciones, de difamación, de calumnia».

Guardia en torno al convento

Han sido frecuentes también, a lo largo de los tiempos, las difamaciones de los santos e instituciones eclesiásticas, a través de panfletos, anónimos, etc. Los libelos calumniosos contra los dominicos que circularon por la Universidad de París, durante la época en la que santo Tomás de Aquino ejercía su docencia, son un ejemplo entre cientos.

Se debatía en la Universidad de París, cuando llegó a vivir santo Tomás, en el año 1252, una cuestión espinosa: los maestros seculares se sentían postergados dentro de la Universidad por los maestros regulares, es decir por los dominicos y los franciscanos, tras los que iban un gran número de alumnos por su gran preparación intelectual. Los dominicos, además, eran los únicos religiosos que regentaban dos cátedras, y se convirtieron pronto en la diana de todas las insidias.

En medio del fragor de la polémica, en la que tuvo que intervenir el propio Papa Inocencio IV para calmar los ánimos, los seculares «lanzan al mundo entero un libelo difamatorio, en donde acumulaban toda suerte de acusaciones contra los dominicos, verdaderos causantes, según ellos, de todo el malestar de la Universidad y hasta de la Cristiandad entera. Y, no contentos con eso, multiplican las intrigas, las difamaciones, las calumnias, de palabra y por escrito, no sólo entre los estudiantes, sino también entre el pueblo fiel» .

Siguieron nuevas intervenciones del Papa, nuevos alborotos y libelos, hasta que los enemigos de los dominicos «pasaron a los hechos. (…) Redoblaron sus esfuerzos para indisponer a todo el mundo contra los odiados dominicos y hacerles la vida imposible. Coaccionaban a los estudiantes para que no pudieran asistir a sus clases, irrumpían en ellas alborotando para que no pudieran tener lugar, apedreaban el convento de Santiago y lanzaban flechas contra sus ventanas. Los frailes no podían salir sin ser insultados, maltratados y atropellados. Las cosas llegaron a tal extremo que el Rey san Luis tuvo que poner una fuerte guardia permanente alrededor de su convento, para que los defendiese día y noche contra todo conato de asalto» .

Estos alborotos alcanzaron también a santo Tomás cuando predicaba el 6 de abril de 1259, domingo de Ramos, en la iglesia del convento de Santiago. Durante la homilía, un tal Guillot se levantó y empezó a leer en público uno de aquellos libelos, en los que se alternaban la prosa, el verso denigratorio y las canciones indecentes. Cuando Guillot acabó de leer su papel, el Santo continuó su prédica como si no hubiese pasado nada.

Una carta de san Francisco de Sales

San Francisco de Sales también tuvo que habérselas con los propagadores de libelos, como se refleja en su Epistolario:

«El ministro La Faye -dice el Santo- ha escrito un libro expresamente contra mí; no ahorra la calumnia. Pasa por alto la gran multitud de mis defectos, que son sin duda reprobables, y no me censura sino por los que no tengo, por gracia de Dios: de ambición, ocio ostensible, lujo en perros de caza y caballerizas, y locuras semejantes que no sólo están lejos de mi afición, sino que son incompatibles con la necesidad de mis quehaceres y la forma de vida que mi cargo me impone. Así bendigo a Dios que no sepa mis defectos, toda vez que no los quisiera curar sino con la maledicencia» .

Hasta el lecho de muerte

Los libelos tuvieron su apogeo en los siglos XIX y XX con el desarrollo de los medios de comunicación. Esos avances tecnológicos permitieron a los denigradores orquestar campañas de desprestigio antes inimaginadas, que han adquirido, en nuestros días un notable impacto sociológico.

San Antonio María Claret tuvo que sufrir varias de esas campañas de desprestigio. Sus enemigos provocaron una ola de difamación contra su persona en todo el país y propiciaron los catorce atentados que sufrió a lo largo de su existencia (¡!) .

Le persiguieron hasta el mismo lecho de muerte: en los últimos días de su vida se dijo que estaba en Fontfroide (Francia) reuniendo armas para los carlistas, y unos cuantos exaltados estuvieron a punto de secuestrarlo del lugar en el que se encontraba agonizante.

Desde «El Clamor Público»

También persiguieron desde la prensa a santa Micaela. Por si fueran, pocos los ataques que tuvo que sufrir por parte de parientes, alumnas y ex-alumnas, y gran número de sus contemporáneos, tuvo que enfrentarse además con la inquina de cierta Prensa madrileña.

Abrió el fuego contra ella El Observador, el día 1 de abril de 1851, con la publicación de un suelto en el que afirmaba, entre otras cosas, que la caritativa Vizcondesa consentía la convivencia entre el Capellán y las colegialas.

Era el fruto amargo de la intriga de un eclesiástico contra ella. Todo pareció quedarse ahí, pero al día siguiente, El Clamor Público publicó otro suelto bajo un título de doble sentido: Fraternidad. Pocos días después El Observador sacó a la luz un relato tendencioso que deformaba la historia de una madre que había dejado a sus hijas en el colegio y las había encontrado «convertidas en verdaderas beatas».

El relato incluía las acusaciones tópicas de falta de libertad y fanatismo religioso, y concluía denigrando a las religiosas porque «quedaron muy satisfechas en haber alcanzado un alma para el cielo a costa de las lágrimas y de la desesperación de la infeliz señora. Hemos oído que ésta piensa acudir a la autoridad competente para que desde luego proceda a sacar a su hija».

Al principio, la Santa se abstuvo de contestar: sus amigos procuraron detener la campaña. Cambió de parecer cuando los ataques provinieron de periódicos como La Esperanza, que defendía un ideario católico. Este periódico reproducía el 25 de mayo de 1853 un suelto aparecido en Novedades tres días antes, en el que se pedía que se trasladase a la sede del Colegio de la Santa la Casa nueva de la Maternidad, para utilizar un edificio que «si alguna utilidad reporta a la Beneficencia, era muy poca» .

La Santa decidió intervenir con todala resolución de su carácter. Pidió con energía una rectificación por parte del periódico, que se produjo días más tarde.

«Yo por mi parte nada sé -escribía la Santa al periódico, aludiendo al supuesto traslado de la sede del Colegio y creo que usted tampoco, porque me consta que en la Junta General nada se ha tratado de esto. Y por eso, la verdad -y permítame usted este desahogo-, he extrañado y sentido que haya usted dejado copiar en un periódico, tan magistral y acreditado como el suyo, esto… que podemos llamar una de tantas paparruchas como leemos con tanta frecuencia en algunos papeles públicos…»

Esas escaramuzas periodísticas fueron alimentando año tras año una leyenda negra en torno a su persona que tuvo una amplia resonancia popular. Se la llamó piedra de escándalo y se la difamó en tiendas, periódicos y fiestas; la calumniaron sus enemigos y hasta las señoras que la ayudaban materialmente.

Una de ellas, la Baronesa de Rocafort, propalaba por toda Barcelona que lo único que pretendía la Santa era quedarse con el dinero de las desamparadas. En las tertulias de Santander se murmuraba que la fundación era «sólo un pretexto para coger dinero».

¿Motivos?

Los motivos que impulsan a difamar suelen ser muy variados: envidia, rencor, despecho, frivolidad… Los parientes de santa Micaela parientes hablaban mal de ella porque no entendían que se hubiese desprendido de todos sus bienes de un modo tan radical; a algunas de las colegialas, de conducta poco recta durante su estancia en el Colegio, las movía el rencor; y si las expulsaban, utilizaban la calumnia para vengarse; las razones de las dueñas de las casas de prostitución se entienden más fácilmente: comola Santa siguiera recogiendo mujeres descarriadas -pensaba- se les hundía el negocio.

De estos ambientes fueron surgiendo -a tono con cada uno- infundios y patrañas. Quizá la mentira más baja y mezquina fue la que aseguraba que el Colegio de Atocha era una casa de lenocinio y que lo único que buscaba la Santa era comerciar con las jóvenes que recogía. «Lo mismo será la que pide -susurraban algunos- que las mujeres por quien pide».

Algunos de estos calumniadores se retractarían más tarde: pero como la calumnia es imparable, por muchos esfuerzos que hicieron luego por restituir la fama, fue dando frutos amargos por todas partes, y las maledicencias corrían de boca en boca, exageradas hasta el ridículo, caricaturizadas hasta el esperpento.

Se rumoreaba por todo Madrid que la Santa se entregaba a «criminales excesos» y que iba por las noches al baile,acompañada por un hombre. La audacia murmuradora llegaba incluso a describir el color de los vestidos …

«El apostolado peculiar de Micaela -cuenta su biógrafo- le atrae el odio, la maledicencia y la persecución con todos los agravantes consiguientes. No existe mejor señal de haber cumplido su deber».

Un anónimo le avisó a la Santa que un Mayordomo de Palacio se empeñaba en enturbiar sus cordiales relaciones con la Reina Isabel II. El escrito explicaba algunas de las causas de ese odio. «Estoy aterrada -decía el anónimo, escrito con gruesos caracteres- por el odio a la su casa de usted, el cual nace de que una chica, a quien él proponía perder, se ha refugiado en su casa de usted; ha tocado todos los medios de seducción para sacarla valiéndose de tercera persona y de mil medios infames que la chica ha rechazado, siendo una de las acogidas más ejemplares, rechazando todo.»

La calumniaban sus acreedores; algunas de sus alumnas; sus antiguas amistades, y todo eso llegaba a las páginas de la prensa. Lo que más le dolía a la Santa es que algunos sacerdotes participaban en eso. En una ocasión, agobiada por las deudas, tuvo que pedir dinero a un sacerdote ejemplar y éste -comentaba la Santa- «¡dudó de mi probidad! ¡Y me llegó esta duda al alma!».

«Al salir de Madrid -le escribía al Obispo de Ávila el 7 de marzo de 1863- recibí una carta de Barcelona en la que me ponen de ropa de Pascua. Lo de ladrona ya perdió su color subido. Dice el amigo escritor que me la dirige -desconocido para mí-‘que soy una fiera, tan malvada, perversa, que visto un traje que desdoro con mi hipocresía y mala vida. Que no soy monja, ni menos religiosa; que son víctimas de mis furias no sólo las monjas, sino las infelices colegialas a quienes -fiera carnívora- devoro su juventud. Y que tenga entendido que han determinado varios quitarme la vida en pago de mis maldades e infamias.

«Preciso tenía que ser -comenta con humor- de quitarme (algo) había de ser la vida, porque fortuna, no, cuando me eché a robar. Crédito y reputación ya los tengo perdidos. Con que con la vida arremeten… Con que el jueves salgo para el matadero llevando en mí la víctima… Al llegar a Zaragoza me hallo con dos cartas que son más penosas que la citada, y tanto, que, siendo de gente conocida, al leerlas me dio jaqueca en el acto.

«Si vivo, escribiré. Si muero, yo lo encomendaré a mi Padre que pagará con larga vida el poquito que me quitaren en Barcelona. Yo no dije nada en casa porque no tengan miedo las Hijas y no me quiten la vida, y tengan ellas pena, estando yo tan contenta.»

En otra ocasión, una de las dueñas de las casas de prostitución arruinadas atentó contra su vida y estuvo a punto de ahogarla entre sus brazos. Se salvó porque la defendió el mismísimo Ministro de la Gobernación, don Cándido Nocedal, que estaba de visita en el colegio.

Santa Micaela sufrió, como el Padre Claret, varios atentados y numerosas intentonas de asesinato. En diversas ocasiones sus colegialas intentaron envenenarla. Muchos la intimaban «con navaja en mano», como recuerda Carlos Marforí. En algunos casos la Santa desveló milagrosamente las intenciones de sus enemigos. Su modo de actuar retrata la vitalidad y valentía de aquella mujer de talla espiritual y humana excepcional:

«Vamos a la capilla -le dijo a un agresor que escondía todavía el arma- y allí me dará usted la puñalada que tenía intención de darme, porque quiero que sea delante de Jesús Sacramentado».

En otros casos se enfrentó resuelta ante sus agresores, que ennumerosas ocasiones se arrepintieron de sus intenciones delante de ella.

Pocas fundadoras…

«Pocas Fundadoras canonizadas -se lee en la biografía de la Madre Sacramento- han padecido tantos atentados». El biógrafo no exagera. Se lee en los Procesos de su Causa de Canonización que «hombres que vivían en relaciones con dichas mujeres extraviadas la amenzaban y perseguían de muerte». No se excluían las mismas chicas recogidas, y en particular las antiguas amantes. «Querían asustarnos -comenta una testigo- arrojando cohetes y dirigiéndonos gravísimas amenazas y era muy frecuente que mancharan de inmundicias las puertas y las ventanas del edificio.»

En diversas ocasiones, como en Valencia, la Santa tuvo que acudir al Inspector de Policía. En febrero de 1862, estuvo a punto de ser vapuleada en Barcelona por una mujer propietaria de tres casas públicas.

En todas esas ocasiones, relata el biógrafo, «la Madre Sacramento, siempre valientísima, da la cara a sus enemigos sin arredrarse ante los anónimos amenazadores». Y no eran amenazas vanas, ya que considera seriamente la posibilidad de morir en un atentado cuando se dirige a Barcelona.

Durante las fiestas de carnaval de 1860, en el acto conocido como «el entierro de la sardina», sacaron una máscara con su efigie vestida de negro, en la que se la caricaturizaba rezando un rosario confeccionado con pequeñas patatas. Detrás marchaba otra máscara que represantaba a san Antonio María Claret .

Pero santa Micaela no tenía que esperar a los carnavales para verse injuriada: en muchas ciudades, como le pasó en Zaragoza, cuando caminaba por la calle, se burlaban deella y la silbaban.

Escribieron en su contra un panfleto “biográfico” cuyo título, estilo y extensión se deducen de esta carta de la Madre Sacramento, fechada en Burgos (23-VI-1863), a un bienhechor de Zaragoza, don Manuel Dronda, a quien seguramente habrían enviado previamente el panfleto denigratorio:

«Mis enemigos escriben manifiestos infames contra mí. El de las Flores está encarnizado… y no deja conocido ni desconocido sin sus siete pliegos de historia, donde sale su crucifijo de usted y le hacen testigo de una falsa historia».

Anécdotas amañadas

San Josemaría sufrió también campañas denigratorias. «Fue perseguido -comentaba Antonio Rodilla-, acusado falsamente y calumniado en público (…). Había ferocidad y pertinacia en la persecución. No oí ni calumnias ni acusaciones contra su vida privada, pero sí respecto de sus actuaciones apostólicas, cuyos fines se consideraban aviesos, y acerca de su ortodoxia (…). Se amañaba una anécdota mezclando datos verdaderos y evidentes con otros inventados e irritantes.

”Producida la irritación, necesitaba ésta cebarse hasta la ceguera y corría como un incendio forestal no sólo entre resentidos, siempre hambrientos de morder, sino entre los más sensibles contra las injusticias, y malos con buenos sé unían contra el inocente calumniado: don Josemaría y su Obra eran una organización secreta, clandestina y herética».

Al igual que con santa Micaela, se publicaron en vida del Santo “biografías” caricaturescas y calumniosas contra su figura o sus escritos.

San Pedro Poveda y la Institución teresiana sufrieron una fuerte campaña de desprestigio durante los años previos a la guerra civil española. La virulencia de las acusaciones que se citan a continuación no hacen más que mostrar la eficacia del servicio a la Iglesia de la Institución fundada por el Santo: «Donde hay una maestra teresiana – se lee en Trabajo, el 3 de abril de 1935-, el ultramontanismo y la caverna tendrán sus más firmes archiveros y como desgraciadamente, esta clase de maestras abundan más de lo prudente -y muy especialmente en esta provincia-, no estaría de más que los creadores de la nueva escuela pusiesen los puntos sobre las íes y obligaran a estas obstusas y desgraciadas maestras a que limitaran sus actividades contrarias a la República.»

Otro periódico, La Libertad, acusaba a las teresianas, el 22 de febrero de 1935, de querer disponer «del futuro de España». Desde el Ministerio de Instrucción Pública se las acusaba de ser un «foco de contagio que infeccionaba los nuevos aires republicanos»` y el periódico Revolución se preguntaba: «¿Por qué no se castiga a las teresianas, maestras nacionales, que a las niñas que no quieren enseñanza religiosa les dan un castigo severo? Sr. Alcalde, el pueblo democrático no está dispuesto a tolerar estas inquisiciones de que son objeto las niñas por estas maestras cavernícolas, representantes de Cristo. ¡Pueblo, despierta de tu letargo; tira la pereza y rebélate contra estas maestras aliadas a los sentimientos de Torquemada! Padres que tenéis hijas, a estas teresianas no hay quien las haga justicia, hay que aplicarles la ley de fugas».

Trabajo apostillaba: «Una de las mayores calamidades que pueden haberle caído a la República es ese crudo fanatismo que los Institutos Teresianos han imbuido a sus maestras».

En nuestros días esta retórica beligerante y flamígera puede parecernos ridícula, por el tono exaltado y el conjunto de falsedades. Pero artículos como éstos fueron el caldo de cultivo del clima antirreligioso que hizo que el 28 de julio de 1936, al comienzo de la guerra civil, muriera mártir, asesinado por el odio antirreligioso, san Pedro Poveda.

JM Cejas, Piedras de escándalo.