La
cultura de un hombre de Dios

  

Josemaría Escrivá era un hombre muy culto y amante
de la cultura. Conocía de primera mano los clásicos españoles -Cervantes,
Quevedo, Calderón, Lope de Vega, etc.- y los citaba con frecuencia en su
predicación y sus escritos, no por el prurito de la erudición -y menos por
pedantería-, sino con un deseo pastoral de embellecer la doctrina con las
formas correctas del lenguaje y con las referencias apropiadas a los autores
consagrados. Después, también se aficionó a la lectura de los autores
espirituales de más impacto en la mística española: Santa Teresa de Jesús, San
Juan de la Cruz, Fray Luis de Granada, etc. 
Sin embargo, dejó escrito,
para reprimir cualquier afán de erudición hueca: “¡Cultura, cultura! -Bueno: que nadie nos gane a ambicionarla y
poseerla. -Pero, la cultura es medio y no fin”
[i]
No se quedaba en “las formas”, pero tampoco le gustaba
el idioma descarnado -no digamos, soez- que a veces se utiliza para hacerse
cercano a los oyentes o a los lectores. 
Estudiaba a diario los buenos manuales de Teología
y se enfrentaba con los tratados profundos de los Padres de la Iglesia. Pero
también le gustaba la buena literatura, porque “el ropaje” adecuado es vehículo
adecuado para las relaciones humanas.

 


Poetas buenos, regulares y peores 

Nos cuenta Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, que «sintió gran atracción por la poesía y, gracias a su prodigiosa memoria, aprendía con extraordinaria facilidad versos que luego citaba: tanto de grandes poetas, como de otros, que calificaba de flojos o de muy flojitos, por ser de poca categoría estética, pero cuyo contenido le ayudaba en sus meditaciones, y en la predicación y dirección espiritual. [ii] 
Por ejemplo, aquel que dice: 


«Mi vida es toda de amor, y si en amor estoy ducho es a causa del dolor, porque no hay amante mejor que aquél que ha sufrido mucho». 
O aquel otro, que solía referirlo al desarrollo y expansión del Opus Dei: 
«Capullico, capullico, ya te estás volviendo rosa; ya está llegando el momento de decirte alguna cosa». 
Aunque tampoco le importaba «enmendar la plana» y corregir el texto, cuando el contenido requería una adaptación al espíritu de la Obra. Al famoso verso de Santa Teresa de Jesús -a la que quería mucho y con la que sintonizaba a las mil maravillas-, le dio un tajo y le insertó una frase, sin problemas: 
«Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que ‘vivo porque no vivo, que es Cristo el que vive en mí'»

[i] Camino, n. 345
[ii] Javier Echevarría, “Memoria de Josemaría Escrivá”, Rialp, Madrid 2000, pg. 94 (Memoria); El Fundador, pg. 80