La gratitud del hombre con corazón   
Hay una máxima que dice: «Es de bien nacidos el ser agradecidos». Pero no es sólo una muestra de cortesía, es, además, prueba de tener gran corazón y de humildad, y de tantas cosas más. Este agradecimiento ha de ser con todos, pero muy especialmente con Dios, de Quien proceden todos los bienes -«en verdad es justo y necesario (…) darte gracias siempre y en todo lugar…», decimos en el Prefacio de la Misa-; por eso  don Josemaría solía rezar: 

«Gratias tibi, Deus, gratias tibi, pro universis beneficiis tuis etiam ignotis!» (te doy gracias, Señor, por todos tus dones, también por los beneficios que me concedes y que no conozco).  
Continúa la anécdota de agradecimiento de un hombre de Dios

Josemaría Escrivá era muy, pero que “muy” agrade cido. Sin hacer alardes ni cosas raras, era habitual en él acompa ñar las frases más corrientes con un «gracias, hijo mío» (o, «hija mía»). Y, de verdad, se sentía totalmente agradecido por el más pequeño servicio recibido. Decía de modo gráfico que «si a Teresa de Jesús -según testimonio de ella misma- se la ganaban con una sardina, a mí me compran ¡con la raspa de una sardina!». [i]   

Dificultad para olvidar… los favores Cuando falleció de repente su padre, Josemaría aún no era sacerdote y estaba absolutamente sin medios económicos. Un sacerdote amigo le adelantó el dinero para sufragar los gastos del entierro. Le estuvo muy agradecido siempre y -aparte de que le devolvió el dinero en cuanto pudo- le encomendó a diario en la Santa Misa, primero en el «memento» de vivos y, después de su muerte, en el «memento» de difuntos. [ii]

[i] Postulador, n. 829; Pilar Urbano, “El hombre de Villa Tevere”, Plaza & Janes, Barcelona 1994, pg. 105 (en adelante, “El hombre…”)
[ii] Cfr. Postulador, n. 827