Un barco de vela-hace mucho tiempo de esto-se encontraba en medio de un auténtico huracán, traído y llevado por el fuerte oleaje. Los pasajeros se agitaban, gritaban aterrados.

Tan sólo un niño seguía jugando tranquilamente en ese vaivén vertiginoso: era hijo del timonel.

El buque logró salvarse, y los pasajeros preguntaron con curiosidad al niño cómo había podido estar tranquilo en medio del peligro, cuando ellos estaban espantados.

-¿Temer?-contestó el niño-. ¡Pero si el timón estaba en manos de mi padre!

Quien se sabe hijo de Dios no debe temer. Dios conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades reales; es más fuerte y es nuestro Padre.

Cfr. T. Tóth, Creo en Dios