CÓMO SE COMPORTA UN CRISTIANO EN EL COLEGIO

Rápidamente van pasando los meses. El invierno de Turín, como siempre, ha sido fuerte. Domingo sufre en silencio el dolor y la picazón de los sabañones, esas úlceras, o hinchazones de la piel, que se padece en los dedos de las manos y los pies en épocas de frío excesivo. Se ha ido convirtiendo poco a poco en el alma de los recreos y en el amigo de todos. 

Juega, dirige los juegos, organiza entretenimientos. 

Don Bosco le ha permitido a él y a otros alumnos continuar estudios más avanzados fuera del oratorio, en la misma ciudad de Turín. Es una oportunidad que tienen de aprender y de ir formando la propia personalidad. Domingo sigue al pie de la letra las indicaciones de Don Bosco. 

Al compañero que le invita para que vea las carteleras de los salones de espectáculos públicos, le responde que él conserva sus ojos para ver algo mucho mejor que eso… para ver las maravillas de Dios. 

Para contemplar el rostro de nuestra Madre del Cielo. 

A uno que acaba de blasfemar se le acerca bondadosamente y lo lleva a la Capilla. 

-Arrodíllate aquí, a mi lado le dice. Mira hacia allá. Ahí donde ves una lamparita, ahí está Cristo! Tú le has ofendido con esa blasfemia que has pronunciado. 

Ahora vas a repetir conmigo lo siguiente: «Sea alabado y reverenciado en todo momento el santísimo y divinísimo Sacramento». 

Aquel muchacho que momentos antes parecía un perro rabioso, se ve ahora transformado en un manso corderito en manos de Domingo, que es todo caridad y paciencia. 

En otra ocasión ve allá, apoyado en una columna, a un joven. 

Se le acerca. 

-¿Cómo te llamas? -le pregunta-. 

-Francisco Cerruti, -le responde triste el joven- y termina sellando una amistad que debía durar para siempre. 

Cerruti se hará salesiano y recordará siempre con emoción aquel encuentro con Domingo.

 Juanito Rada, todo lo que sabe de religión, se lo debe a Domingo. 

Cuando entró en el oratorio era un ignorante en materia religiosa, apenas si sabía hacer la señal de la cruz. 

Don Bosco lo confió a Domingo y éste en poco tiempo, no sólo le enseñó las oraciones, sino que lo preparó a recibir los sacramentos e hizo de él un joven diligente y piadoso. 

Un día, por cierto, mientras narraba durante el recreo uno de los tantos ejemplos edificantes, se le acercó un muchacho y le gritó: 

-¡Cállate, santurrón, vete a predicar a la Iglesia! Deja a los otros en paz, ¿qué te importa a ti? 

-Me importa mucho -le respondió Domingo sin acobardarse-. Me importa porque todos somos hermanos. Me importa porque Dios nos manda que nos ayudemos mutuamente. Me importa porque Cristo murió por todos y también por ti. Me importa porque si yo logro salvar un alma, salvo también la mía.

 Fueron muchos los jóvenes que Domingo ganó para Cristo y para la sociedad, con esa caridad y paciencia que no dudamos en llamar heroicas. 

Cierta vez entró en el oratorio, un hombre, se mezcló entre los jóvenes y empezó a contar las más raras y curiosas historietas para hacer reír. 

La curiosidad hizo que en poco tiempo se viera rodeado de un numeroso grupo de muchachos. 

El sinvergüenza empezó luego a narrar barbaridades y a burlarse de las cosas religiosas y de las personas eclesiásticas. 

Cuando ya se creía dueño del patio, aparece Domingo, se percata de lo que ocurre, interrumpe valientemente el diálogo y se lleva a todos los muchachos consigo, dejando al infeliz solo y humillado. 

Al pobre hombre no le quedó más remedio que abandonar el oratorio.

DETALLES BIOGRÁFICOS DE SANTO DOMINGO SAVIO