La tiara del Papa, las riquezas de la Iglesia y Bono, el líder de U2 21 noviembre 2012

Corrían los primeros años de 1960 cuando, en un noble gesto de desprendimiento y solidaridad para con los pobres, el Papa Pablo VI puso en venta su tiara pontificia (la “corona” del Papa).

Se trataba de un acto de singular valor: cuando el Card. Montini fue elegido Papa, los fieles de la arquidiócesis de Milán, de donde él era obispo, le regalaron la tiara. La tiara pontificia era doblemente “suya”: un regalo para el nuevo Papa Pablo VI en virtud de que había sido pastor de los católicos de Milán. El valor afectivo de la tiara era más que comprensible.

La tiara pontificia fue comprada por el cardenal Francis Joseph Spellman, arzobispo de Nueva York, y hoy se encuentra en exhibición en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, en Washington. El monto de la compra se destinó a poblaciones africanas.

He recordado esta historia a propósito de la visita al Vaticano del célebre líder de la no menos famosa banda de pop irlandesa U2. Bono estuvo en el Vaticano el 16 de noviembre de 2012 y se entrevistó con el Card. Peter K. Turkson, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, por más de una hora. Fue al Vaticano para agradecer el papel de la Iglesia en la campaña mundial “Drop the debt” (“Deja la deuda”) cuyo objetivo es que los países ricos perdonen la deuda a los países pobres.

Radio Vaticana recoge que Bono reconoció que la Iglesia merece un reconocimiento increíble en esta campaña que ha conseguido que 52 millones de niños vayan a la escuela. Añadió que los católicos deben estar conscientes de que su fe es importante en estos esfuerzos.

Las justas palabras laudatorias de una estrella mundial de la música parecen estar en contraste con esas frecuentes invectivas e invenciones que aquí y allá se hacen sobre las supuestas riquezas de la Iglesia y el corolario que se suele derivar: “¿por qué no vende todo y se lo da a los pobres”.

Más allá de responder a esas personas invitándoles a comenzar con el propio ejemplo (para decirlo evangélicamente valdría esa parte de Lucas 10, 37: «Vete y haz tú lo mismo»), resulta significativo que este tipo de declaraciones pasen desapercibidas en la gran prensa. La ignorancia de algunos también se debe en buena medida a la falta de información. No dudo que si las palabras de Bono fuesen en la dirección contraria habrían poblado titulares y seguirían alimentando la imagen de que la Iglesia no hace algo por los pobres.

Pablo VI fue el último Papa en usar una.

Ha pasado más o menos lo mismo con los cien mil dólares que Benedicto XVI donó recientemente, a nombre de toda la Iglesia, para la acción caritativa en Siria (véase Ayuda del Papa a las probadas poblaciones de Siria).

Volviendo a lo de la tiara, es evidente que la pobreza no se acabó con la venta de ese objeto. Tampoco sucedería con la venta del Vaticano completo (por lo demás un contrasentido pues en virtud de un concordato con el Estado Italiano, el Vaticano no puede vender piezas de arte que, además, son patrimonio de la humanidad). La pobreza se acaba formando a las personas y eso es precisamente lo que hace la Iglesia en tantos lugares del planeta.

Ciertamente la Iglesia no se dedica a buscar altavoces de su loable acción caritativa. Quizá porque rige ese principio evangélico del “que no se entere tu mano derecha de lo que hace la izquierda”. Pero de que existe y, además, es eficaz, no cabe duda. No porque lo diga una estrella de la música mundial como Bono, aunque desde luego no es para dejar pasar desapercibidas esas declaraciones.