El siguiente suceso fue recogido y estudiado por el gran parapsicólogo francés Robert Tocquet, profesor de la Escuela de Antropología y miembro del Consejo Directivo del Instituto Metapsíquico Internacional de París. En el cual el fantasma fue, además, fotografiado dos veces.

El principal testigo de este caso fue una señora, quien confió sus notas escritas a Robert Tocquet, rogándole que no revelase su nombre, a medida que se desarrollaban los hechos. Por sugerencia de Tocquet, «Madame V.» trató de hacer algunas atrevidas experiencias en un gran caserón del siglo XVII, Le Prieuré (El Priorato), donde tuvieron lugar los hechos. Allí, efectivamente, había residido una comunidad de frailes, que fue disuelta durante la Revolución Francesa, y su prior fue torturado y muerto. «Madame V.» quiso pasar una temporada de descanso en el lugar arriba mencionado, le Prieuré.

El día 6 de julio de 1955 se alojó allí con sus dos hijos, de veinte y treinta años, cuyos nombres respectivos eran Jean y Gastón. A los cuatro días de estar instalados allí, el fantasma de un monje encapuchado y sin manos se apareció a la señora en su habitación, que había sido, en tiempos pasados la habitación del prior. «Madame V.» relato su experiencia: Aquella noche del 10 de julio, vi por primera vez vagar por mi habitación una sombra oscura, formada por una niebla opaca, detrás de la cual parecía haber una luz. Aquella sombra, de forma humana, llevaba una larga vestimenta, un manteo, y parecía tener la cabeza cubierta por una capucha.

La sombra avanzó lentamente hacia mí. Presa de espanto, me senté en la cama, con la espalda contra la pared y la garganta seca. Estaba helada pero al mismo tiempo sudaba. Quise levantarme, gritar, pero ningún sonido salía de mi boca: un terror indescriptible me mantenía clavada allí. La sombra avanzó hasta situarse ante la chimenea, entonces se arrodilló y yo sentí el golpe de sus rodillas contra el pavimento. Se prosternó tres veces, con las mangas juntas, en un gesto de súplica. Después de permanecer mucho tiempo arrodillada, se prosternó de nuevo tres veces más, se alzó poco a poco y se encaminó hacia la puerta de una pequeña habitación que se encuentra al lado de una alcoba. Pocos segundos después noté como la caída de un cuerpo a tierra, dentro de la pequeña habitación.

La pobre señora pasó el resto de la noche despierta, mientras su corazón latía desordenadamente. La luz del día, por fin, entró en la habitación y la señora se levantó para ir al jardín, donde lucía un sol radiante.

Pasaron unas cuantas semanas sin que nada sucediera. «Madame V.», interiormente, deseaba el retorno de la aparición, porque lamentaba no haber trabado conversación con ella. Este deseo, no formulado, no tardó en cumplirse. Una tarde, cuando ya se había acostado, la puerta de la habitación se abrió lentamente y el espectro del viejo monje entró. Traía consigo un fuerte olor a moho, a tumba. Muy espantada, la señora vio que la aparición lloraba; sus espaldas se sacudían como si sollozase, y por tres veces, dio golpes en el suelo con la cabeza. Cada vez, una voz extraña, indescriptible, que parecía venir de lejos, decía: «Dios mío, misericordia, tened piedad de mí; tened piedad, Dios mío, perdonadme, Jesús.»

Se inició entonces un extraordinario diálogo entre la señora y la aparición: ésta comenzó por recriminarla por alojarse en un lugar que pertenecía a los religiosos; después le hizo una serie de profecías. Dijo que el globo terrestre estallaría por la locura de los hombres; Europa, Asia y África se sumergirían y no quedaría emergida más que la parte sur de América. Luego el fantasma habló de un cautivo al que había dejado morir en un calabozo; en otras entrevistas con la señora, le habló de una imagen de la Virgen que estaba rota y enterrada en un lugar del jardín -donde, efectivamente, fue encontrada- y dijo que a él lo habían matado los revolucionarios, que le cortaron las manos y lo emparedaron.

Rogó que rezasen por él. Los hijos de «Madame V.» terminaron dándose cuenta que a su madre le pasaba algo: adelgazaba, estaba pálida y mostraba un gran desasosiego. Aconsejada por Tocquet, la señora habló finalmente de la aparición a sus hijos, que de momento no le creyeron… hasta que Jean, el pequeño, también lo vio, cosa que le trastornó de sobremanera. Tocquet les dijo entonces que trataran de fotografiar al fantasma y, si les fuese posible, lo tocaran. Ambas cosas se realizaron: el fantasma fue fotografiado dos veces por Jean el 26 de octubre de 1959, y a finales de noviembre, la señora se tropezó con el monje espectral en un relleno de la escalera y, sin pensarlo dos veces, toda ella en tensión, le puso la mano a la altura de la cintura, aunque eso sí, con los ojos cerrados. Inmediatamente sintió un violento golpe en el mismo lugar de su propio cuerpo, y después un frío glacial, que casi la ahogaba, mientras la forma se disgregaba ante ella y ante Jean, que había asistido a la escena desde el pie de la escalera.

Casi inmediatamente las manos de la señora se hincharon y notó un dolor intenso, como de quemaduras producidas por el frío. La hinchazón y las pequeñas quemaduras duraron muy bien un par de meses y tuvieron ocasión de ser examinadas por Robert Tocquet. «El fantasma estaba formado por una especie de vapor glacial, ligeramente viscoso. Por debajo no había nada; ningún esqueleto, que era lo que yo pensaba encontrar», explicó la señora al parapsicólogo.

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