Dicen que se conoce a una persona cuando trabajas con ella.

Eso es tan cierto como que una mano cerrada es un puño (Perogrullo).

También sabemos que la virtud se muestra en la prueba. Vamos a ver un extraordinario ejemplo de ello contado en primera persona:

Continúa…

Un mes en la India

Estabamos en un abarrotado tren que recorría las planicies indias desde Delhi hasta Danfur.

El tren transportaba a miles de personas de las que sólo unos privilegiados podían sentarse en sus asientos.

Yo, visitante, tuve ese privilegio reservado, quizás por haber pagado mi billete entero o puede ser que fuera por pura caballerosidad india.

El pasillo estaba lleno de personas que se movían al ritmo del traqueteo del viejo tren.

La gente colgaba de las ventanas y de los techos, combinando personas equipajes y animales domésticos.

Noté que a uno de entre las decenas de hombres que colgaban de las puertas se le salía una zapatilla.

Intentó retenerla con un movimiento, pero el viento -más fuerte- arrebató enérgicamente la zapatilla del pie del interesado.

Sin pensarlo más el hombre tomó la otra zapatilla y la tiró apresuradamente.

Esto, que ocurrió en décimas de segundo, me ayudó a pensar en lo que había contemplado.

Había lanzado la otra zapatilla para que la persona que se encontrase con la primera pudiera disfrutar de ellas, ya que él ya no podría.

Y pensé que la virtud (en este caso la generosidad de pensar en el otro) se acrisola en la necesidad.