Pablo dirá refiriéndose a su conversión camino de Damasco: «cuando aquel que me eligió desde el seno materno y me llamó por su gracia se dignó a revelar en mí a su Hijo, para que lo Anunciara entre los paganos…»(Gal. 1, 15-16). «Ya se puso a predicar a Jesús, proclamando que éste es el Hijo de Dios»(Ac. 9, 20).

Tenemos 3 relatos de los Hechos de los Apóstoles sobre la conversión de San Pablo. (Hechos 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-23) con diferentes detalles, pero en esencia idénticos.

La primera, camino de Damasco cuando»de repente le envolvió una luz fulgurante que venía del cielo, cayó a tierra y oyó una voz que le decía: -Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?», una visión contundente.

La segunda, casi idéntica, cuando Jesús le ordenó ir a Damasco «y allí te dirán todo lo que he decidido que hagas». Un mandato enérgico.

La tercera, cuando Pablo concreta más el mandato del Señor: «me he aparecido a ti para destinarte a ser servidor y testigo de los que has visto de mí y de lo que aún te tengo reservado».

Jesús le hace una promesa, le marca unos objetivos, le exige confianza absoluta, y Pablo confió totalmente en el Señor hasta el extremo del martirio, preparado durante años, cuando Pablo exclamaba que ya no vivía él sino «es Cristo que vive en mí».

Es una conversión milagrosa, también otras conversiones, pero en este caso, no había la disposición de Pablo, al contrario, iba a perseguir a los seguidores de Jesús. Fue una opción excluyente, o Jesús o el desastre. Fue obra de la gratitud de Dios, de la gracia divina, porque no se basaba en teorías ni razonamientos, porque Dios no los necesita, pero se sirve de ellos; fue un cambio contundente, imprevisto, tal como lo narra en su carta a los Gálatas (1, 12-15, y en la 1Cor 15, 10. Nos dice en Gálatas:»Pero Dios me eligió desde las entrañas de mi madre y me llamó por su gracia. Cuando a él le pareció bien, me reveló a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos».

Nos dice en la epístola a los Corintios: «Cristo murió y resucitó, se apareció a Pedro y a los Doce, a muchos discípulos…finalmente, al último de todos, como a uno que nace a destiempo, (como a un aborto), se me apareció a mí». Pablo pasó del no ser al ser en Cristo (Josef Holzner, San Pablo, heraldo de Cristo, ed. Herder, Barcelona, 1989, p. 48), por eso, del momento de Damasco a la confesión de la cruz en la carta a los Gálatas y el himno a la cruz de la carta a los Filipenses no hay más que un paso. La cruz es el «escándalo», la «fuerza de Dios».

Cristo se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme en nada más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; en la cruz, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».

Sus Epístolas son una fuente doctrinal de gran valor, un tratado teológico y eclesial sin parangón, el reflejo de una inteligencia privilegiada, de una solidez extrema, de una fidelidad incuestionable, y de una certeza de tener a Dios como fuente de inspiración.

La calidad y el estilo de San Pablo merecen un estudio particular, porque fondo y forma se conjugan en unos tratados de gran seriedad. Es la obra del Espíritu que se valió del perseguidor-converso para propagar la Resurrección.