¿Escritora, fundadora, conversa? Simplemente Teresa de Jesús. Buscó la vocación religiosa como el camino más seguro, después de leer las cartas de San Jerónimo. Como su padre se negaba a su vocación, Teresa huyó de casa, demostrando la firmeza de su carácter, su convencimiento y tozudez en la búsqueda de la verdad. Para ella, dejar a su familia fue morir, pero lo hizo, hasta que su padre le permitió entrar en la vida religiosa. Enferma y de poca salud, pero de carácter fuerte y vigoroso, tuvo fama de visionaria y algunos pensaron que era poseída del maligno. Escribió estas experiencias en su «autobiografia», en las «Relaciones» y en el «Castillo interior», allí plantea sus desposorios espirituales, su matrimonio místico. Reformó el Carmelo, en el convento de Carmelitas Descalzas de la Antigua Observancia de la Regla de San José de Ávila, el 24 de agosto de 1562.

Escribió el «Libro de las Fundaciones», una crónica puntual y detallista de todos los conventos creados y su historia; empezó, también la reforma de los frailes. Fue atacada durante años, peligrando toda su reforma, hasta que con Felipe II, en 1580, recibió la aprobación canónica. Aunque anciana, siguió fundando y sufriendo hasta su muerte. Teóloga, mística y escritora, con un estilo incisivo y directo, con un gran sentido del humor, analítica y clara en su exposición. Era tomista por herencia de sus confesores y consejeros, dominicos. Fue una mística personal que todo lo basaba en su experiencia, porque jamás pretendió fundar una escuela.

La mística es una forma peculiar de llegar a Dios, supone libertad e individualidad, dos cualidades hoy valoradas en demasía, como absolutas; pero la mística supone un deseo personal e íntimo de hablar con Dios y de conocerle, un convencimiento profundo, subjetivo, muy libre; así, los místicos golpean, impresionan, porque salen de su yo personal y profundizan y reflexionan sobre lo sagrado (Antonio Orbe, Elevaciones sobre el amor de Cristo, BAC), con un lenguaje propio, personal, original, un lenguaje muy directo, que abre el alma a lo trascendente, y llena de trascendente todo el ser. Los místicos son testimonio de una vivencia única, pero fortalecida por una profunda formación y por un respeto estricto a la tradición eclesial. Es la ortodoxia de lo personal, la contemplación ardorosa del misterio, la luz que resplandece después de la noche oscura, de la prueba de Dios.

Los místicos encarnan el mensaje, lo asimilan en profundidad y se transforman, transformándolo todo. No hay que ir lejos para amar a Dios, por eso los místicos no dan doctrina sobre el amor de Dios, escriben, dejan correr los sentimientos, los expresan, porque van con amor, cada uno con su estilo peculiar. Son almas espontáneas que aman a Dios porque dicen y escriben como lo sienten. Viven ese amor. Así, San Juan de la Cruz, así, Santa Teresa.