Escritor extraordinario nacido en 1874 y fallecido en 1936. Persona de cierta excentricidad, de gran agudeza mental y fino humor, sabía reirse de sí mismo y sabía ganarse al público que le escuchaba.

Fue un gran polemista, que analizaba y argumentaba con gran profundidad. A los 18 años entró en la universidad y el mundo se le vino encima, porque de cierta incredulidad pasó al agnosticismo total, pensando que la vida no tenía sentido. Pero encontró al P. O´Connor y y reflexionó sobre la Iglesia, la bondad, el mal.

Fue dejando ese indiferentismo y encontró el equilibrio sentimental y profesional. En 1908 escribe «Ortodoxia», para defenderse de los ataques que le hacían porque parecía que se preocupaba mucho de hablar de los demás pero no de su propia vida.

Ocurría algo parecido a lo que más tarde sucedía con Mortimer Adler, porque esta obra, Ortodoxia enseñaba y reflexionaba sobre la fe, ayudando a reafirmarla o a la conversión, pero Chesterton no se convirtió hasta unos trece años más tarde.

Era un instrumento para otros pero no para el propio autor. Paradoja. En 1910 publicó «La esfera y la cruz», en donde dos personajes discuten sobre la verdad del cristianismo.Su conversión se produjo en 1922, de una forma sencilla, con un bautismo sencillo, y con el convencimiento, contrario a lo que pensaba años atrás, de que la Iglesia católica era la única solución a sus pecados, «no existe ningún otro sistema religioso que haga realmente desaparecer los pecados de las personas».

Vio la grandeza del cristianismo y de la Iglesia durante dos mil años, y se consideró indigno de formar parte de esa grandeza. Comentó que la Primera Comunión había sido «la hora más feliz de su vida». Y estaba convencido que su conversión había sido «el acto más inteligente de su vida».

Como vemos en estas expresiones, Chesterton refleja su sentido analítico, aunque no deja de transmitir un enorme entusiasmo por lo que está ocurriendo, pero sin absurdos sentimentalismos. Es una decisión maravillosa, consciente y definitiva, porque había encontrado la verdadera Iglesia.

Era el resultado lógico de una búsqueda, de una pregunta permanente sobre el sentido de la religión, porque no podía ser que en el mundo todos cambiaran constantemente de ideas, y nadie se explicara ni se planteara las cuestiones más esenciales de la existencia, por eso Chesterton se mostraba crítico con las ideologías, con las corrientes deterministas, con el evolucionismo en boga y con todas las formas de escepticismo, que no solucionaban los problemas esenciales de la vida humana.

En «Por qué me convertí al catolicismo», Chesterton habla de infinidad de cosas que motivaron su decisión, argumentos que se suceden sin excesivo orden, porque van fluyendo constantemente. No interesan demasiado los detalles, que aunque son importantes, no pueden desviar el hecho sustancial, la conversión. Chesterton era un anticatólico, crítico con la Iglesia, pero esa crítica le hizo reflexionar y llegar a la conclusión contraria, a la verdad de la Iglesia y de su doctrina.

Sus obras tuvieron y tiene una gran resonancia, y a cada una de ellas vemos comentarios de literatos y pensadores ilustres, algunos, conversos como Chesterton. Lewis y Gilson comentan «El hombre eterno», en 1925, y la biografía de «San Francisco de Asís», anterior, de 1923; también «Santo Tomás de Aquino», «El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad», sus múltiples escritos y novelas sobre el P. Brown, «El hombre que fue jueves». No podemos olvidar, «ortodoxia» y su «Autobiografía».

Como tantos conversos, el cielo se presentaba para Chesterton como la tierra definitiva, de los que verdaderamente viven en el Señor, y consideraba la muerte, no como la hermana muerte de San Francisco, pero muy cercana, una broma escondida por Dios, al que llamaba Rey Bueno.

Era jovial en cualquier situación y bromeaba hasta en las dificultades encontrando el lado amable, el punto de humor, en todo. Era una persona agradecida por el don de la vida, porque Dios le había dado más de lo que merecía, por eso tenía un sentido vital y un optimismo desbordante, fruto de esa vivencia de fe, de esa cercanía a la alegría plena de Dios.

Fue un escritor en tiempo de crisis, un analista que desmenuzaba pero que también aportaba soluciones a los problemas planteados.