Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, provenía de una familia no cristiana.

«En ella, todo expresa el tormento de la búsqueda y la fatiga de la peregrinación existencial. Aún después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, después de una aproximación a través de la filosofía, debió vivir hasta el fondo el misterio de la Cruz» (Carta Apostólica en forma de «Motu Proprio» para la proclamación de Santa Brígida de Suecia, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz copatronas de Europa. Juan Pablo II, 1 de octubre de 1999, nº 8 y 9). Nº 8.

«La gracia la esperaba precisamente en las sinuosidades del pensamiento filosófico: orientada en la línea de la corriente fenomenológica, supo tomar de ella la exigencia de una realidad objetiva que, lejos de reducirse al sujeto, lo precede y establece el grado de conocimiento, debiendo ser examinada con un riguroso esfuerzo de objetividad».

Se puso a la escucha de la realidad, captándola por «empatía» que permite en cierta medida hacer propia la experiencia del otro.

Tensión de la escucha, testimonio de Teresa de Jesús y la mística, y recio pensamiento cristiano consolidado en el tomismo. Fue una llamada irresistible, primero el Bautismo y después la vida contemplativa hasta el martirio.

Una búsqueda interior, permanente, basada en el estudio, en la promoción de la mujer y en la oración profunda; sus escritos son junto a su vida, el verdadero testimonio de su profunda conversión. No renegó de las raíces judías, las descubrió más plenamente, sufrió la incomprensión también de los más próximos, y asumió su cristianismo y su origen judío, desde la cruz que marcó su vida y su inmolación final.

La conversión marca un antes y un después, define la existencia y obliga a la donación absoluta por Dios, y a Dios mismo. Esa fue la llamada de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein.

Fue una servidora de la verdad: «no sigas a la muchedumbre para obrar el mal, ni te acomodes en tus juicios al parecer de la mayoría, si con ello te desvías de la verdad» (Ex. 23, 2), aunque la verdad te acarree la muerte corporal, porque «quien pierde su vida por mí, ganará la vida eterna».