Muchos niños mueren antes de nacer.

¿Dónde están los niños que mueren antes de nacer?
Nosotros sabemos:
a) que ya no están con nosotros
b) dónde están enterrados
c) que no tuvieron una oportunidad.

¿Cuál será el «plan de Dios» para ellos? Eso lo sabremos cuando Dios nos lo diga. Pero, sabiendo que su alma es eterna,  ¿en dónde están ahora?
La Iglesia, en un intento de acogerse más a las palabras y pensamiento de su fundador (Jesucristo), nos habla a continuación de este tema…

Niños muertos sin bautizar: del limbo a la salvación

1.- La Comisión Teológica Internacional, organismo consultivo de la Santa Sede, acaba de publicar un documento de 40 páginas en el que afirma que no hay razones fundadas para pensar que los niños fallecidos sin bautizar no puedan ir al cielo. El texto es el resultado de un atento estudio iniciado en 2004, cuando el cardenal Joseph Ratzinger presidía esta comisión de teólogos, dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Aunque los documentos de la Comisión no forman parte del magisterio de la Iglesia, hay que considerar la reflexión teológica contenida en este documento, cuya publicación ha sido aprobada por el Papa, como una autorizada versión del «status quaestionis» sobre «La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautizar».
A pesar de que la existencia del limbo nunca ha sido definida como dogma por la Iglesia (y, de hecho, no figura en el actual Catecismo de la Iglesia Católica, aunque sí en los anteriores), al mismo tiempo ha sido durante siglos una creencia muy popular, que ha inspirado incluso numerosas obras de arte (Dante, Botticelli). El documento de la Comisión Teológica Internacional presenta una síntesis del pensamiento de la Iglesia sobre el destino de los niños fallecidos sin bautizar, y concluye que la Escritura y la Tradición «no ofrecen respuestas explícitas». De ahí que durante siglos se haya mantenido como una cuestión teológica abierta.
Ese mismo tono de prudencia es el que preside el texto de la Comisión, que carece de afirmaciones tajantes: «Nuestra conclusión –afirma– es que los muchos factores considerados [en el documento] ofrecen una seria base teológica y litúrgica para esperar en la salvación y visión beatífica de los niños fallecidos sin bautizar». Y añade: «Subrayamos que estas son razones para una oración esperanzada más que fundamentos para la certeza».

 

El problema es compaginar, por un lado, la infinita misericordia de Dios, que no puede excluir de la salvación eterna a los pequeños que no han cometido pecados personales; y por otro, la enseñanza fundamental de la existencia del pecado original y la necesidad del bautismo para su remisión. El documento observa que la enseñanza de que el bautismo es necesario para la salvación precisa ser entendida en el sentido de que fuera de Cristo no hay salvación. Dios puede dar la gracia del bautismo sin que se administre el sacramento, «y este hecho se puede aplicar específicamente cuando la administración del bautismo sea imposible».
La Comisión advierte que este planteamiento teológico, un nuevo modo de entender que se ha ido desarrollando en los últimos decenios, no se puede usar para negar la necesidad del bautismo a los niños o para retrasarlo. En realidad, «son razones para esperar que Dios salvará a esos niños, precisamente porque no fue posible hacer por ellos lo que hubiera sido lo más deseable, bautizarlos en la fe de la Iglesia e incorporarlos al cuerpo de Cristo».
El documento afirma que el tema de la salvación de los niños fallecidos antes del bautismo no es sólo una cuestión para las disquisiciones teológicas, sino que constituye un problema pastoral urgente. Por un lado, muchos de ellos nacen de padres que no son cristianos; y por otro, son también muchos los no nacidos víctimas del aborto.
De momento, el documento –de 41 páginas y firmado por el cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe– ha sido publicado sólo en inglés, idioma en el que se ha redactado. Todos los comentarios aparecidos en la prensa internacional dependen del resumen que hizo la agencia Catholic News Service, vinculada a la Conferencia Episcopal de Estados Unidos.

En el limbo no hay almejas

2.- De Ramiro Pelletero, profesor de Teología Pastoral en la Universidad de Navarra

Hace muchos años un humorista español escribió una novela que se titulaba: «En el cielo no hay almejas». Hoy podríamos añadir: en el limbo, tampoco. Si uno busca en el Catecismo de la Iglesia Católica o en su Compendio, no encontrará el limbo por ninguna parte. La Comisión Teológica Internacional ha publicado un documento, que no nos ha llegado todavía, sobre la cuestión del limbo.
En el limbo no hay «almejas». Y esto, no porque, según se lee en algún periódico, «la Iglesia ha eliminado el limbo»; sino porque nunca ha pertenecido a la fe cristiana definida. Tiene que ver esta cuestión con el cielo, con el alma, con el pecado, pero sobre todo con el amor.
En el cielo no hay «almejas». La almeja es ese preciado molusco, relativamente barato dentro de los mariscos. El alma es el espíritu humano, que descubrían las culturas antiguas y también cualquier filosofía moderna abierta a la realidad. En la Facultad de medicina tuve un profesor de bioquímica que se empeñó largos años por encontrar «la molécula de la libertad». Vano intento. No somos simplemente un agregado de moléculas, que se habrían organizado a sí mismas en el cuerpo humano, tan perfectamente que la ciencia avanza, con la suposición, certera pero asombrosa, de que sus conexiones son maravillosamente racionales. Sólo una «fe irracional» podría decir que todo eso es fruto del azar.
El alma humana, según la fe cristiana, es creada por Dios cada vez que surge una vida humana. Ahí está, me decía un enfermo hace pocos días, la maravilla de las personas. Nacemos para ser inmortales. El cristianismo, sólo el cristianismo, asegura que después de la muerte hay un encuentro personal del alma con Dios. Pero para eso es necesario que el alma se dilate, se haga libremente bella y grande por el amor, a imagen de su creador. En el cielo no hay «almejas».

 

¿Y el limbo? El limbo era una interpretación que se dio a partir de la Edad Media, para explicar adónde iban las almas de los niños que no recibían el bautismo. Al cielo sólo entra el que carece de pecado y de toda consecuencia del pecado. También las culturas antiguas y cualquier persona sensata descubre que algo no funciona del todo. Junto con los anhelos de felicidad y los deseos del bien para los demás, anidan en cada uno tendencias insidiosas y hasta rastreras, que pueden hacer que civilizaciones enteras se engañen y se pongan contra el hombre mismo.
Algo falló desde el principio, y esto es lo que la fe cristiana llama pecado original. Un pecado que ha dejado una huella o una herida en la naturaleza humana, y por eso de algún modo es esclava del mal. De manera que lo que nace, la «natura,» viene ya con esa herida de origen. En esas condiciones, según la fe, no se puede entrar en el cielo. El pecado original y sus consecuencias se perdonan con el bautismo. ¿Y qué pasa con los niños que mueren sin haber sido bautizados? Ese es el tema.

 

Hay varias soluciones: una de ellas parecía ser el limbo. Un lugar donde los niños muertos sin el bautismo pasarían la eternidad sin ver a Dios ni gozar de Él, puesto que estaban afectados por el pecado original. Como no habían cometido pecados personales, quedarían en el limbo disfrutando sin dolor, pero sin ver a Dios, sin encontrarse con la Verdad y el Amor para el que habían sido creados. Su condición de alma humana quedaba bastante reducida a «almeja». Pero claro, esto que parecía, solo parecía, acorde con la «justicia» de Dios, no parecía tan acorde con su misericordia.
Otra solución, que pertenece a la fe, es la que se dio ya en los primeros siglos. A los adultos que pedían el bautismo y eran martirizados antes de recibirlo, se les consideraba bautizados con el «bautismo de sangre». A los que morían siendo catecúmenos (en proceso de convertirse), se consideraba que habían recibido el «bautismo de deseo». Más adelante esta misma explicación se extendió para el caso de «todos aquellos que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer a Cristo y a la Iglesia, buscan a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad», como dice el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.

Conviene advertir que esto último –la posibilidad de que tantas personas puedan salvarse sin conocer a Cristo y a la Iglesia– no hace inútil la evangelización ni el apostolado cristiano, porque según San Pablo, Dios quiere que todos se salven «y lleguen al conocimiento de la verdad» (de esa verdad plena que es el amor de Dios manifestado en Cristo). Lo que se impone más bien es la urgencia de la evangelización.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que recoge sólo lo esencial de la fe, dice respecto a los niños que mueren sin el bautismo: «La Iglesia en su liturgia los confía a la misericordia de Dios». Aquí se ve cómo la justicia y la misericordia y el amor de Dios se identifican. ¿De qué manera concreta Dios quitaría en esos niños el pecado original? No lo sabemos, y ha habido varias opiniones. No ha sido revelado o hasta ahora la Iglesia no se ha pronunciado al respecto. Quizá la Comisión Teológica Internacional aporte ahora algunos argumentos.

 

En todo caso, nada de esto disminuye la responsabilidad, que tienen los padres cristianos, de bautizar a los niños cuanto antes, lo que según la Iglesia significa «en las primeras semanas».
El limbo, dice la Comisión Teológica Internacional, suponía una «visión restrictiva de la salvación». Según los adelantos de la prensa, el texto apunta que hay «serias razones teológicas para creer que los niños no bautizados que mueren se salvarán y disfrutarán de la visión de Dios».
No hay que olvidar a los Santos Inocentes, que celebramos el 28 de Diciembre, que confesaron a Cristo «no hablando, sino muriendo». El texto que ahora se anuncia dice: «La gracia tiene prioridad sobre el pecado y la exclusión de niños inocentes del cielo no parece reflejar el amor especial de Cristo por los más pequeños».
Según el documento, el limbo representaba un problema pastoral urgente, ya que cada vez son más los niños nacidos de padres no católicos y que no son bautizados, y también «otros que no nacieron al ser víctimas de abortos».
En definitiva, el alma humana es, desde el primer momento, capaz de conocer a Dios y de amarle. Está llamada a compartir ese Amor, ya en la tierra, especialmente con los más necesitados, los indefensos, los pobres, los no nacidos. Y también para siempre, junto con todas las personas que libremente lo acepten.

De www.aceprensa.com