Un periódico le cubría por completo y, delante de él, un camión detenido. La muerte rondaba y quise escapar del lugar, pero era demasiado tarde. Ella ya me había visto y se empecinó conmigo. Francisca ponte el cinturón, dije mientras eché a andar el auto lo más rápido que pude. Pero su sombra me siguió por lo menos diez kilómetros, sentí su risa, sentí su olor, sentí sus garras cuando me tomaron en la curva que perdí el control del auto y sentí la desesperación al dejarla a ella sola aún viva entre las latas, a merced de la muerte.