Hitler, durante el Tercer Reich permitió muchas tropelías. A la vez, ironías de la vida, se opuso con denuedo a determinados vicios. Así fue, por ejemplo con el tabaco. No se podía fumar en público y mucho menos en su presencia. Para fomentar esta prohibición impuso castigos ejemplares, que dejaron bien grabada la necesidad de atender dicha norma. El día mismo en que iba a cometer suicidio, antes de entrar en la habitación en que esperaba Eva Braun sorprendió fumando a uno de los dos soldados que guardaban la puerta. Le quitó el cigarro destempladamente y le abofeteó. Luego cerró la puerta tras de sí. Los soldados oyeron luego el disparo mortal. Al comprobar el suicidio, lo primero que hicieron luego de alertar a las autoridades, fue encenderse un pitillo en público y degustarlo después de 12 años de prohibición.