Un secreto mejor guardado que el de la fórmula de Coca-Cola

Sepa el lector que la leyenda que voy a relatar forma parte de uno de los secretos mejor guardados en la Guardia Civil y que pocos, muy pocos en el Cuerpo, conocen. Un miembro retirado de la Benemérita, muy anciano ya, que si no sirvió a las órdenes directas del Duque de Ahumada poco le faltó, me la contó un frío día de invierno en la localidad soriana de Berlanga de Duero.

Extraído de www.guardiaciviladgc.com

Varias veces he vuelto desde aquel día a dicha localidad castellana con la intención de interrogar al anciano sobre algunos aspectos relacionados con la veracidad de ciertos pasajes de la historia, varias veces he resuelto no contar tan singular intriga y varias veces he comenzado a escribirla renunciando a ello en última instancia, dudando si tal vez el recuerdo que guardo en mi mente no fue producto de una ensoñación invernal causada por la altitud, el gélido paraje nevado, o por el gratificante café solo con gotas tan usual por aquellas tierras arévacas. Sea como fuere, ahí va la historia.

I
El Apóstol Santiago, allá por el año 40, tras predicar el Evangelio en tierras asturianas, se desplazó siguiendo las vías romanas de Asturica-Caesara-Augusta y Uxama-Termancia-Segontia hasta la zona de Castilla que hoy conocemos como Celtiberia, tierra de gran fama en la Península por aquellos tiempos debido a la encarnizada lucha que sus habitantes mantenían contra la todopoderosa Roma. Muestra de proeza y resistencia son las ciudades arévacas de Numancia y Termancia, que acudían en ayuda mutua cada vez que las legiones romanas decidían, en un nuevo intento, acabar con estos irreductibles antepasados de los castellanos. Varios siglos después, fue la Orden del Temple la encargada de establecerse en España a lo largo de los puntos por donde predicó el Apóstol Santiago con el fin de dar protección a los peregrinos y proteger los Santos Lugares. Con el transcurrir de los siglos fue haciéndose la Orden depositaria de Santas Reliquias que se iban trasladando desde el resto del mundo a la Península Ibérica para incorporar su poder en la lucha contra el sarraceno, Santas Reliquias que, aún hoy en día, permanecen donde los caballeros templarios las ocultaron a los ojos de los mortales, para que éstos no puedan poseerlas con fines oscuros y egoístas. El silencio de los responsables de la Orden sobre este particular acabó llevándoles a la hoguera.
Precisamente, la provincia de Soria fue siglos atrás uno de los más importantes reductos templarios, extendiendo su dominio en tales tierras castellanas, desde Soria, hasta el Cañón del Río Lobos, lugar este último de indescriptible belleza que equidista ¿curiosamente? de los dos puntos septentrionales más extremos de la península ibérica (Creus y Finisterre) y donde se alza, junto a las almas de los viajeros, el castillo de Ucero, fortaleza que sirvió antaño como albergue de peregrinos; cuyo deambular era especialmente protegido por los monjes-soldados de la Orden. Muestra de la importancia espiritual de estos lugares, decir que a orillas del río Ucero se enclava la sede Episcopal de Osma; muy a pesar de la ciudad de Soria, que carece de obispado propio.
II
Cansado de deambular y tras haber visitado la ermita de San Baudelio, entré en un bar de la localidad; pedí un café y me senté en una de las mesas de madera que están distribuidas a lo largo del local. Casi de manera inmediata, como si estuviera esperando mi llegada, un anciano tomó asiento a mi lado. Tras los comentarios y preguntas clásicas de rigor: buenos días, hace frío ¿eh?, cómo por aquí, hay mucho que ver por estos lugares, etcétera, comentó que había sido miembro de la Benemérita durante muchísimos años, más de los que podía recordar. Si hubiera sido jugador, habría apostado todo lo que llevaba en mis bolsillos a que iba a comenzar a relatar alguna de sus andanzas de un momento a otro; habría ganado una sustanciosa cantidad de dinero, porque así fue: Encuentros con cazadores furtivos, persecuciones de amigos de lo ajeno, largas semanas de apostadero en lo alto de la sierra para descubrir contrabandistas… A decir verdad, su compañía y conversación me resultaron, más que agradables, reconfortantes.
¿Quieres que te cuente ahora la historia del pilar de la Guardia Civil? -me preguntaba el anciano-. Cuente, cuente usted. -Le decía yo entre sonrisas a la vez que comenzaba a sumergirme cada vez más en sus narraciones.
Son muy pocos quienes lo saben, pero el camino que siguió Santiago en su conversión de fieles pasa muy cerca de este pueblo, por la vía que unía las ciudades romanas de Uxama y Termancia -noté cómo su semblante comenzó a tornarse rígido-, por eso anduvieron por aquí los alemanes de la GESTAPO durante la guerra. ¿Los alemanes? -le pregunté totalmente asombrado-, sí, hijo, sí; andaban buscando no sé qué reliquias sagradas que debían tener en su poder los templarios, ¿sabes? ¡monjes guerreros! -de modo inmediato, el enjuto anciano captó, aún más si cabe, mi atención; hablar de Templarios en los tiempos que corrían, tras haber invadido la Orden los estantes de las librerías españolas, presentaba, al menos para mí, un gran interés.
Cuando era aún un crío -proseguía el anciano-, mi padre solía contarme cómo el Cañón del Río Lobos fue uno de los caminos con mayor protección que los peregrinos utilizaban para enlazar con el camino francés, ¿sabes? -continuaba relatando mientras fijaba ahora descaradamente sus ojos rodeados de arrugas sobre los míos-, existen marcas a lo largo del camino dejadas por una cofradía de constructores conocida con el nombre de “Hijos del Maestro Santiago”; dicen los viejos del lugar -¿más aún?, me dije para mis adentros- que el castillo de Ucero sirvió antaño como albergue de peregrinos, que se construyó ahí porque el Apóstol Santiago cabalgó por esas laderas junto a ocho discípulos suyos -tras desclavar por un instante sus ojos de los míos, aferró sus desgastados dedos al asa de la taza de café, y, mientras daba un pequeño sorbo, alzó su mirada como queriendo comprobar si sería persona digna de confianza; sin dejar de mirar por encima de la taza me preguntó:- ¿A que no sabes lo que le sucedió al Apóstol en el Cañón del Río Lobos? -tan siquiera le contesté; el brillo de sus ojos se aferraba a mi garganta-, sintió a sus espaldas que alguien le observaba, y, al girarse, vio a la Madre de Jesús de Nazaret, que por supuesto aún vivía, en lo alto del Cañón; el lugar donde vio el apóstol por primera vez a María es ahora una gran piedra caliza con forma de pilar que se ha separado a causa de la erosión de las aguas.
Llegados a este punto dejó de hablar y posó con gran parsimonia la taza sobre la mesa. ¿Y qué pasó? -le dije con voz casi imperceptible-, que la Madre de Jesús estuvo predicando junto a Santiago y sus discípulos la palabra de Dios por estas tierras castellanas, construyeron un pequeño templo de oración donde los lugareños alababan a sus ídolos y los convirtieron al Cristianismo. El pequeño santuario dedicado a la oración fue reconstruido una y otra vez a lo largo de los siglos; hasta que los Templarios situaron sobre sus desgastados cimientos la actual ermita de San Bartolomé. Las aguas, que son curativas, corren libremente por debajo de toda la zona, y el lugar está envuelto en un halo milagroso que sana las almas de todos aquellos que oran a Dios en aquel paraje -quise ver lágrimas resbalando por las mejillas de aquel anciano al finalizar tan inédito relato, pero al cubrirse rápidamente la cara con ambas manos, como para relajar la tensión de cuello y cara, no pude apreciar tal circunstancia a ciencia cierta.
¿Me está usted diciendo que el lugar del que me habla es el verdadero Pilar? -le interrogué mientras el palpitar de mi corazón no dejaba lugar a dudas a la respuesta-, sí, hijo, así es. Y en lo más profundo de aquellas laderas, plagadas de cuevas, se esconden las Sagradas Reliquias que con tanto celo y reserva protegieron los Templarios, así como la inmensa fortuna que amasaron y que nunca entregaron a Roma, reliquias y fortuna que Adolf Hitler vino a buscar a España con la esperanza de que le ayudasen en su victoria ante quienes, según el propio líder nazi, en su locura, decía que asesinaron a Jesús de Nazaret. Por supuesto, Franco nada le entregó porque nada tenía. ¿Y usted sí? -le pregunté algo irónico-, ya ves, hijo… No sé por qué, pero algo en mi interior, desde que te vi entrar en este lugar, me pedía a gritos que te contase la historia del Pilar, ¿por qué?, no lo sé, el tiempo nos lo dirá, aunque a mí no me quede ya demasiado, las cosas no suceden simplemente porque sí, ¿no crees?
Sí -le respondí con cierta tristeza-, pero hay algo que no acaba de encajar en toda esta historia que usted me cuenta, ¿cómo llegaron hasta aquí las Santas Reliquias de las que habla? -el caso es que me barruntaba la respuesta-, si un amigo tuyo perdiese la vida, ¿a quién le entregarías sus pertenencias? A su madre -le respondí de manera instintiva mientras el corazón me dejaba de latir-; ¿y dónde las llevarías si fueran oscuro objeto de deseo? Adonde nadie esperase encontrarlas -volví a responder de manera instantánea-. Sí, hijo, sí. Siempre han estado en esta provincia, al principio fueron los irreductibles arévacos los encargados de la custodia de estos secretos; sin lugar a duda, su posesión pertrechó de fe a nuestros antepasados en su lucha contra el sarraceno, Almanzor fue derrotado por Sancho García a los mismísimos pies de las Reliquias. ¿En Calatañazor? -le inquiría yo que conocía algo de la historia del caudillo árabe que fue derrotado en ese pueblecito de Soria y acabó por morir en Medinaceli-, sí, en Calatañazor-, y Alfonso VIII, que creció al amparo de su protección, protagonizó la gesta de las Navas de Tolosa; siempre han estado protegidas por sólidas órdenes militares y religiosas, la Hermandad Vieja, la Nueva, la Orden del Temple…, nunca han salido de esta provincia desde que María, la Madre de Jesús, las trajese consigo, y ahora, desde hace más de ciento cincuenta años, están protegidas y vigiladas por la Guardia Civil, donde existe una Orden Custodia al mando de un capitán que se nutre de los miembros más sabios e influyentes del Cuerpo.
¿Por eso es la Virgen del Pilar la Patrona del Cuerpo? -le aseveré más que pregunté-, bueno, no exactamente -respondió el anciano-; corría el año 1864 cuando el entonces Capitán Custodio llevó una imagen de Nuestra Señora, ungida en presencia de las Santas Reliquias, en el Pilar del Cañón del Río Lobos, al Colegio de Huérfanos del Cuerpo; posteriormente, la Orden Custodia ejerció una sutil influencia para que fuese proclamada Patrona de la Institución allá por el año 1913, lógicamente, ni el General Director de la Guardia Civil ni el Ministro de la Guerra sabían cosa alguna sobre esta historia y proclamaron Patrona del Cuerpo a la única Virgen del Pilar que conocían, la de Zaragoza. -sentí nuevamente palpitar mi pecho, consciente de que ahí acababa tan singular historia.
¿Me dijo usted que era miembro retirado de la Benemérita verdad? Así es, hijo, así es. ¿Fue guardia, cabo…? Capitán, hijo, fui capitán…
Dicho esto se levantó parsimoniosamente y se dirigió cansadamente hacia la puerta; antes de cerrarla tras de sí giró la cabeza, clavó sus ojos en los míos, y, tras brindarme una cálida sonrisa, se marchó. No sé el tiempo que llegué a estar sentado mirando fijamente la taza vacía que aquel anciano dejó frente a mí, podría asegurar que fueron horas.