De cómo un confesor mató en un niño la costumbre de pegarse con sus hermanos.

Testimonio de  MIGUEL SOLA GALARZA, PASTOR BUENO Semblanza Sacerdotal de un Jesuita.
Por José María Lorenzo Amelibia

Fueron los siete hermanos al estilo de los padres, profundamente religiosos. Casi todos murieron a edad muy avanzada. Don Miguel quedó el último, como para cerrar una saga con broche de oro. Pero no vayamos a pensar que se trataba de una familia tan «buena» que se pasaba el día entero rezando padrenuestros. Con el humor que caracterizaba a Don Miguel me lo solía contar:
» Desde niño, todas las semanas me confesaba, como está mandado. Y en todas las ocasiones iba con la misma cantinela: Que he reñido con mi hermano. ¿Dónde estaría mi propósito? El confesor, para que me corrigiera, me preguntaba:
    • ¿Y con qué hermano?
    • Con otro más pequeño.
    • Cobarde, ya te atreverás. ¿No te da vergüenza? Así cualquiera. La semana siguiente; el mismo pecado. Y la misma pregunta por parte del confesor:
    • ¿Con qué hermano?
    • Con otro mayor, – le digo todo seguro -.
    • Y, claro, ¿Te habrá podido?
    • Sí. – Le digo, bajando la cabeza -.
    • Ah tonto, más que tonto. Mira que meterte con los mayores…
    • Pronto se me quitó la costumbre de reñir.»