Los encargos son objetivos que recibimos. Debe quien nos los da estar tranquilo por estar seguro de que lo llevaremos a buen término. Pero hay que utilizar la inteligencia para acabarlos en el momento adecuado.
Un niño no paró hasta que entregó una carta al sacerdote, quizás alguien le debería haber explicado ese no era un buen momento…

Un niño que hacía de jefe de día, encargo colegial se realiza una vez al año. La misión que tiene encomendada es la de hacer los recados a los profesores; por ejemplo si se envían cartas a los padres desde la directiva del colegio, él es el encargado de doblar las cartas y meterlas en los sobres. Los niños suelen hacer muy bien esta tarea y aprenden a ser responsables; les gusta y se implican en el colegio.
A este niño le dieron el correo del día, así que tenía que entregar las cartas que les correspondieran a cada profesor. Una de estas cartas era para un sacerdote. El niño le buscó por todos los posibles lugares donde se podía encontrar, pero no lo encontró. Un profesor le dijo que era la hora en la que celebraba la misa. Ante la nueva pista en Jefe de Día fue en busca del sacerdote a la capilla del colegio. Cuando llegó observó que la Misa se hallaba ya en las plegarias.. El niño se dirigió al altar y le dejo la carta encima del mantel del altar, feliz de haber concluido su misión.
Por supuesto, la concurrencia quedó perpleja al verlo.