SANTA ISABEL DE HUNGRIA
(17 de Noviembre)
Viuda
1207 a 1231

1. Comensales dignos de una reina”. “Ella es recordada aún hoy, de los otros nos se sabe nada”

Isabel tenía a su disposición un buen capital: su dote, las rentas del condado de Marburg y los 50 marcos de plata añadidos por Enrique. Como muchos otros lo hacían y lo hacen, con ese capital hubiera podido construirse una mansión lujosa y llevar una vida rumbosa, procurarse vajilla y muebles finos, rodearse de chucherías exóticas y caras, favorecer sus gustos y sus caprichos a los que hubiera disfrazado de artísticos, dedicar tiempo y dinero a fiestas y torneos, hacerse servir por un batallón de domésticos y doncellas: hubiera podido….
¡Ah! ¡Cuántas compuertas se abren ante el dinero contante y sonante!
Nadie se lo hubiera reprochado. Lo hacían y lo hacen muchos otros.
Pero ¿Por qué ha de prevalecer siempre el disfrute egoísta? ¿Por qué somos insensibles ante las necesidades ajenas?
En cambio, Isabel no pensó en sí misma: pensó en los demás; más aún, pensó en Jesús presente en los pobres y en los enfermos:
-Todo lo que vosotros hacéis a uno de los míos, aunque fuere el más desgraciado, a Mí lo hacéis” (Mt. 25, 40). Y por esos pobres y enfermos se desvivió, entregó todo lo suyo y se entregó a sí misma. Pero, mientras los demás murieron y mueren sepultados bajo la mortaja de su mediocridad y mezquindad, Isabel brillará eternamente como una heroína del amor, como una santa. Ella abrió las puertas de su nueva casa y de su corazón a todos los necesitados. En muchas ocasiones compartió la mesa, con los hambrientos. Transformó su casa en un pequeño hospital. Asistía con preferencias a los más repudiados, los leprosos.

2. Cristo se identifica con los pobres. Amar a Jesús es amar a sus hijos.

¿Quién no conoce la caridad inmensa de esta santa? Cuando encontraba un pobre parecía sentir inefable satisfacción en servirlo con sus propias manos. Un día se le presentó una miserable leprosa. Movida a compasión, lo introdujo en su palacio, y siendo necesario recostarlo para curarlo, le hizo colocar en el mismo lecho real.
Llega entonces su esposo y, sin poder contenerse de indignación, quiere arrojar al pobre; se acerca y encuentra a Jesucristo recostado sobre la cruz.
En otra ocasión, un día de invierno, llevaba en su manto los panes destinados a sus pobres de Bisonach. El príncipe Luis, su esposo, acompañado de gran comitiva la encuentra; ¿qué es lo que llevas amiga mía?, le pregunta, y desplegado el manto aparece una cantidad de perfumadas rosas. Quedan todos estupefactos. No temáis; seguid vuestro camino dice Luis a su esposa; y luego vuelto a los que le rodean exclama: “Hagamos levantar aquí una columna y sobre ella una cruz para perpetuar el milagro que acabamos de ver”.

Sigue…

2

. Se había vuelto loca. «Ni siquiera pidió consideración por el bien que antes le había hecho»

La malignidad, fruto de la envidia, anida tanto en los ricos como en los pobres. Había en Eisenah una anciana pordiosera, a la que Isabel había socorrido a menudo.
En una excursión, Isabel tropezó con la anciana junto al arroyo Lobersbach, en el que los curtidores y los tintoreros arrojaban los desperdicios de sus fábricas y donde, para facilitar el vado, habían colocado unas piedras. Pues bien, al divisar a Isabel, la vieja no sólo no le cedió el paso sino que, al cruzarse con ella, le dio un brusco empujón que la arrojó, cuan larga era, en el agua cenagosa. A ese gesto de brutalidad añadió el escarnio: «¡Te las mereces! No quisiste vivir como duquesa, cuando lo eras: y ahora andas pobre y en la suciedad. Sin duda, ¡ no esperes que yo te levante!». Para la pordiosera y para otros también, Isabel no era sino una mentecata pues había abandonado los honores de su vida de noble para abrazar la pobreza a ejemplo de San Francisco de Asís. No se dedicaba a las vanidades propias de sus riquezas y rango social. Al contrario, vivía para ayudar y servir a los pobres, como esta viejita, llevando una vida muy austera. Aunque realmente enloqueció, pero de «la locura de la Cruz», como decía San Pablo, y por eso tomó las cosas con un envidiable buen humor: «¡Vaya esto por el oro y las joyas que un día me adornaban!» Y se fue a lavar la mugre en una fuente cercana.