Pudo seguir con su vocación

Curación instantánea de una sordera irreversible en una religiosa de clausura (3 de julio de 1985)

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Quienes han leído alguna biografía del Beato Josemaría Escrivá saben que tenía mucho cariño a los religiosos y a las religiosas: los veneraba, rezaba y hacía rezar por ellos. Aunque la llamada que había recibido de Dios era muy distinta, encaminaba con alegría hacia el estado religioso a las personas que acudían a él en demanda de dirección espiritual, cuando en ellas descubría las señales de esa particular vocación. Sin exageración puede afirmarse que orientó personalmente y sostuvo en ese camino específico a centenares de almas.
Su cariño por los religiosos y religiosas se transformaba en verdadera predilección cuando se trataba de religiosas de clausura. En sus viajes pastorales por diversos países, nunca desoyó la invitación que estas comunidades contemplativas le hacían a menudo, para que fuera a visitarlas y a fortalecerlas con su palabra sacerdotal. En esos ratos de charla en el locutorio, el Beato Josemaría las animaba a ser muy fieles a su vocación, les pedía oraciones, y les hacía considerar que verdaderamente constituyen «el tesoro de la Iglesia».
El Fundador del Opus Dei pedía al Señor todos los días que concediera a la Iglesia muchas vocaciones de almas contemplativas en todos los estados y situaciones de la vida, y concretamente en la vida consagrada. Por su parte, son innumerables las religiosas y los religiosos que rezan por el Opus Dei. Además, como documenta la siguiente historia, acuden confiadamente al Beato Josemaría en sus necesidades espirituales y materiales, porque saben que es un buen intercesor en el Cielo.
Un monasterio de Carmelitas Descalzas
La Hermana Dora, nacida en Ecuador en 1955, es la quinta de una familia de diez hermanos. Cuando sucedió la presente historia, era novicia en un monasterio carmelita de Ecuador. Había ingresado poco tiempo antes, convencida de que Dios la llamaba a una vida de renuncia y sacrificio entre los muros del convento, de acuerdo con el espíritu y las reglas de Santa Teresa de Jesús.
Un día de abril de 1985, después de un episodio febril agudo a causa de una gripe, notó una repentina y completa pérdida de audición en el oído derecho. Informó enseguida a la Madre Superiora y a otras religiosas del convento. Pensando que se trataba de un malestar pasajero, le aplicaron algunos remedios caseros, sin que se siguiese ninguna mejoría.
Ante la persistencia de la sordera, imaginando que podría tratarse de una obstrucción del conducto auditivo debido a un tapón, pidieron a la Superiora de un asilo de ancianos, que era enfermera, que practicara a la Hermana Dora un lavado del oído, pero no obtuvo ninguna mejoría.
La Madre Priora decidió entonces que la viera un especialista en otorrinolaringología. El médico constató la situación de sordera y prescribió el tratamiento oportuno. Como, en sucesivos reconocimientos, se comprobó que la sordera persistía, decidieron consultar a otro otorrino, que, después de un minucioso reconocimiento, le aconsejó que fuera a un especialista de la capital, donde —con más medios para el diagnóstico— quizá podría resolverse el problema de la Hermana Dora.
«Pídaselo a Mons. Escrivá…»
Habían transcurrido ya tres meses desde el comienzo de los disturbios auditivos. La pertinacia de la sordera preocupaba a la Hermana Dora, no tanto por la salud en sí misma, sino porque corría el peligro de no poder hacer la profesión religiosa por falta de idoneidad. Lo afirma la Superiora en su relación testimonial: «La Hermana Dora Matilde —escribe— se desconcierta ante la perspectiva de la sordera que no cede, y la aflige profundamente ante la posibilidad de que esto le impida seguir su vocación, pues había este criterio entre hermanas responsables de la Comunidad».
También sufría la Superiora, que veía en la novicia los signos de una firme vocación carmelita. Por eso, comenzó a encomendar su salud a la intercesión de Mons. Escrivá, entonces Siervo de Dios. «Había leído los muchos favores concedidos por su intercesión en la Revista que edita el Opus Dei sobre la persona, la santidad y la obra de Mons. Escrivá», explica. Añade que una vez había pedido una gracia especial para un sobrino suyo, y había sido escuchada. «Esto avivó en mí la confianza en su valiosa intercesión —concluye—, y con esa seguridad que da la fe humilde y confiada, le insté a la Hermana Dora Matilde a que pidiera con insistencia a Mons. Escrivá le alcance la gracia de su curación».
Superiora y novicia quedaron de acuerdo en hacer una novena a Mons. Escrivá, cada una por separado. «Para comenzar la Novena —escribe la Hermana Dora—, la Madre Priora me prestó la estampita y copié en manuscrito la Oración para la Novena y entregué la estampa a la Madre Priora, quien la guarda como verdadera reliquia».
La novicia describe así las intenciones que confiaba a la intercesión del Fundador del Opus Dei: «Rezo la oración de la estampa dos o tres veces al día y pido mi curación; al mismo tiempo le digo que si realiza este milagro será muestra de que él me quiere monja para toda la vida. Y también le pedí que me permita permanecer en el convento, porque fuera sería muy infeliz, y me mejore la salud en general para poder servir».
La Superiora comprendía que, junto a la oración intensa y confiada, había que poner también los medios humanos que estuvieran al alcance. Por eso, siguiendo el consejo del último médico consultado, autorizó que la Hermana Dora se trasladara a Quito para que le hicieran los exámenes necesarios.
Un primer viaje a Quito
La Hermana Dora viajó, pues, a Quito acompañada de su madre y un hermano. Era el 27 de junio de 1985 cuando fue reconocida y le hicieron un examen minucioso. La audiometría demostró la completa falta de respuesta del oído derecho. A la vista de estos resultados y de la historia clínica, se llegó al siguiente diagnóstico: «sordera súbita neurosensorial de probable origen viral». No se consideró necesario instaurar tratamiento alguno, como explica el mismo especialista en una relación escrita posteriormente: «En vista de nuestra experiencia en cerca de cincuenta casos de sordera súbita estudiados en detalle, y como sólo tuvimos resultados positivos en aquellos tratados dentro de la primera semana de ocurrida la sordera, y siendo el tratamiento médico inefectivo en los casos en que el episodio ocurrió hace más de una semana, no indicamos medicación alguna».
De todas formas, con el fin de descartar una causa de tipo tumoral, prescribió que se le tomaran radiografías de cráneo, dejando para más adelante la decisión de llevar a cabo otros análisis que ayudaran a establecer con más precisión la causa de la sordera.
Otro especialista, tras haber revisado la literatura médica, concluye que «la aparición de sorderas súbitas neurosensoriales en el curso de las enfermedades víricas de las vías respiratorias superiores, como en el caso de la gripe, es frecuente dentro de la rareza de estas afecciones». Investigaciones recientes demuestran que una de las vías utilizadas por los virus para llegar al oído interno es el oído medio, cuando éste se inflama. Además de que a veces, con los estornudos fuertes, se puede romper la membrana oval (que separa el oído medio del oído interno), es un hecho demostrado que esa membrana es permeable a las toxinas producidas por los virus, que pueden infectar el oído interno y causar lesiones del laberinto. «Estas roturas y desgarros de la membrana de la ventana redonda —explica el especialista consultado— pueden curar espontáneamente (…) si bien dejan siempre un descenso de la agudeza auditiva (…). El pronóstico es peor cuanto más tiempo pasa desde que comienza la sordera».
La Hermana Dora llevaba ya casi tres meses completamente sorda del oído derecho. Las perspectivas de recuperar la audición, aunque sólo fuera un poco, no eran nada halagüeñas.
El médico de la capital comunicó a la Hermana Dora el mal pronóstico de su enfermedad, y esa misma tarde se lo confirmó a la Superiora del monasterio, que le llamó por teléfono. Así lo explica ella: «Me dice que lamentablemente nada había ya que hacer, que la sordera del oído derecho estaba comprobada y no había remedio; que con todo, convenía tomarle una radiografía para constatar si había un tumor. Mi confianza se avivó más en la intercesión del Siervo de Dios, ya que humanamente el caso era incurable. Cuando hablé a la Hermanita —concluye la Superiora—, traté de reanimarla afianzando su fe, para que continúe la novena de súplica».
Una curación repentina
Como no llevaba consigo dinero suficiente para pagar las radiografías que le habían prescrito, la Hermana Dora dejó para otro momento ese asunto y regresó al convento. Entretanto, reanimada por la fe de su Superiora, continuó acudiendo a la intercesión de Mons. Escrivá en petición de un milagro.
Seis días después, el 3 de julio, realizó un nuevo viaje a Quito, acompañada de nuevo por su hermano, para que le hicieran las radiografías. Por la mañana no fue posible que la atendieran: debería volver por la tarde. Así lo hizo. Pero dejemos que ella misma nos cuente lo que sucedió entonces. «Mientras esperaba la consulta, me doy cuenta que estoy oyendo con el oído derecho, le digo a mi hermano con gran sorpresa y admiración algo indescriptible, estoy captando todo nítidamente».
En vista de lo sucedido, la Hermana Dora decidió dejar de lado las radiografías y volver al especialista que la había atendido. Una vez en la consulta, la enferma fue recibida por el médico ayudante, que repitió el examen audiométrico y constató, con gran asombro, que la sordera había desaparecido. Se lo comunicó inmediatamente a su jefe, que, incrédulo, quiso efectuar personalmente un nuevo examen. El resultado fue el mismo: audición normal en el oído derecho.
La sorpresa del especialista, de su ayudante y de la enfermera fue mayúscula. No supieron hacer otra cosa que preguntar a la monja a qué santo se había encomendado. La Hermana Dora, con gran naturalidad, respondió que a Monseñor Josemaría Escrivá. «Yo no acababa de explicarme el milagro tan portentoso obrado en mi pobre persona —escribiría luego—. Con mi corazón lleno de gratitud y muy emocionada hasta derramar lágrimas, entoné interiormente el himno de agradecimiento: Proclama mi alma las grandezas del Señor…».
Pocas horas después, la Priora llamó por teléfono al médico para conocer el resultado de los exámenes radiográficos. «Le pregunté con angustia el resultado de la consulta. El médico me refiere lo sucedido sin salir de su asombro, repitiéndome que no entiende, pero que es realidad que la Hermana oye perfectamente; que ella le ha dicho que se ha encomendado al Fundador del Opus Dei, y que él le hizo el milagro.
»No sé explicar mi emoción espiritual —continúa el relato de la Superiora—; me sentí abrumada por algo sobrenatural que se realizó en una humilde novicia de nuestra Comunidad, que supo orar con fe y confianza. Todo en mí era acción de gracias: lágrimas de emoción, íntimo anonadamiento, oración de alabanza y reconocimiento al Señor, que así glorifica a su Siervo fiel, Mons. Escrivá».
Humanamente inexplicable
El especialista de Quito que diagnosticó como irreversible la sordera de la Hermana Dora, y que verificó objetivamente la realidad de la repentina curación, concluye así su relación testimonial: «En nuestra experiencia, los casos de sordera súbita tratados después de siete días del accidente no han mejorado, con o sin tratamiento. No tenemos casos en nuestros archivos de pacientes en los que habiendo encontrado una sordera neurosensorial profunda en consulta, en el siguiente encontremos una audiometría normal. Sin embargo, la audiometría tonal realizada tiene un carácter subjetivo, esto es, depende de la respuesta señalada por el paciente. En los casos en los que tenemos duda o sospechamos que el paciente está dando respuestas falsas, recurrimos a métodos objetivos (potenciales evocados) cuyo registro no depende de la voluntad del paciente. En esta enferma no hubo razón de considerarlo necesario.
»De lo expuesto, podemos concluir que no existe una explicación científica médica, para dicha curación».
Posteriormente, la curación repentina de la Hermana Dora fue estudiada en el Departamento de Otorrinolaringología de un hospital de Quito. La relación final, firmada por el jefe del servicio a finales de 1986, afirma: «Llegamos a la conclusión de que este caso no tiene una real explicación científica».
Más tarde, el caso fue estudiado por otros médicos y la conclusión fue semejante: «He estudiado el caso –dice uno de ellos- (…). En su audiometría aparecen restos de audición en el oído derecho y la vía ósea de dicho oído está muy afectada, lo que diagnostica una hipoacusia neurosensorial profunda de dicho oído. A la vista de la recuperación efectuada por dicha paciente a las pocas semanas, con audiometría normal, estamos de acuerdo totalmente en que no hay explicación científica que explique la curación de dicha paciente. En mi experiencia, los pacientes que presentan una sordera súbita de tipo neurosensorial son cuadros irreversibles, aun recibiendo tratamiento médico, que además en este caso no se llevó».
Tras lamentar que no se hayan realizado algunas pruebas objetivas que podrían haber medido el grado de afectación del oído interno, otro ha escrito: «Hay una cosa que me sorprende y es la recuperación brusca y espontánea de su sordera, pues generalmente la recuperación suele ser más lenta y progresiva, dependiendo del daño neurosensorial sufrido por el oído afectado. Y, también, es raro el tiempo transcurrido entre la aparición de la sordera y su recuperación».
La Hermana Dora atribuye sin duda alguna su curación a la intercesión del Fundador del Opus Dei, a quien se había dirigido con fe, movida por el deseo de poder seguir plenamente su vocación: «Me siento muy feliz porque Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer escuchó mis oraciones junto a mis Madres y Hermanas Carmelitas y las de mis familiares, pues así podré seguir en el convento ayudada de la gracia de Dios y la intercesión de Monseñor Josemaría (…). Me ha permitido continuar en mi vocación y elevo diariamente una plegaria a Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, para que escuche y mire con ojos de piedad a todos cuantos acuden a él».
Para cerrar este relato, recogemos las palabras de la que era Maestra de Novicias en el momento en que sucedió el prodigio: «Como Maestra de Novicias, sentí un gozo espiritual indecible al constatar que esta novicia, que salió sorda para acudir a los médicos, hoy está oyendo perfectamente. Ella diariamente sigue encomendándose al Fundador del Opus Dei con una fe muy grande y lo considera su médico espiritual y aun material, ya que él le hizo este milagro, siendo humanamente todo perdido.
»Los que constataron su sordera la conocen como la Hermanita del milagro. ¡TODO ES GRACIA!».

Extraído de AQUÍ.