San Nicéforo, Mártir (sin fecha, pero se celebra el 9 de febrero).

Un ejemplo de que el odio es una esclavitud y de que perder la oportunidad de perdonar, nos aparta definitivamente del corazón de Dios.

Continúa la anécdota histórica, extraída de las Actas de los Mártires…

Vivía en Antioquía un sacerdote llamado Sapricio y un seglar por nombre Nicéforo, que habían sido íntimos amigos por muchos años, hasta que surgió la discordia entre los dos, y a su amistad siguió un odio encarnizado.

Esto continuó por algún tiempo hasta que Nicéforo, dándose cuenta de lo pecaminoso de tal rencor, resolvió buscar la reconciliación. Dos veces envió a algunos de sus amigos para que fueran con Sapricio a pedirle su perdón.

El sacerdote, no obstante, se negó a hacer las paces. Nicéforo los envió una tercera vez, siempre sin resultado alguno, pues Sapricio tenía cerrados sus oídos aun a Cristo, que nos manda perdonar si queremos ser perdonados. Nicéforo entonces fue personalmente a su casa, y reconociendo su falta, humildemente suplicó que lo perdonara; pero esto tampoco tuvo mejor éxito. Era el año 260, y repentinamente comenzó el furor de la persecución contra los cristianos, bajo Valerio y Galieno.

Poco después Sapricio fue aprehendido y llevado ante el gobernador que le preguntó su nombre. «Sapricio,» respondió. «¿Cuál es tu profesión?» inquirió el gobernador, «Soy cristiano,» le respondió él. Luego le preguntó si era del clero. «Tengo el honor de ser sacerdote,» replicó Sapricio, añadiendo, «nosotros los cristianos reconocemos a un Señor y Maestro, Jesucristo, que es Dios: el único y verdadero Dios, que creó el cielo y la tierra. Los dioses de los paganos son demonios.»

El gobernador, exasperado, dio órdenes para que lo torturaran en el potro. Esto no hizo flaquear la constancia de Sapricio, quien dijo a sus verdugos, «Mi cuerpo está en sus manos, pero no pueden tocar mi alma de la cual es dueño Jesucristo, mi Salvador.» El gobernador, viéndolo tan resuelto, pronunció la sentencia: «Sapricio, el sacerdote cristiano, que tan ridículamente está cierto de que resucitará de nuevo, será entregado al verdugo público para ser decapitado, porque ha despreciado el edicto de los emperadores.»

Parece que Sapricio recibió la sentencia alegremente, y aún tenía prisa por llegar al lugar de la ejecución. Nicéforo salió corriendo a encontrarlo, y arrodillándose ante él, dijo, «Mártir de Jesucristo, perdóname mi ofensa.» Sapricio no contestó.

Nicéforo esperó a que pasara por otra calle y de nuevo le rogó lo perdonara, pero el corazón de Sapricio estaba cada vez más endurecido y ni siquiera quiso mirarlo. Los soldados se mofaron de Nicéforo por ansiar tanto el perdón de un criminal camino de la muerte.

En el sitio de la ejecución, Nicéforo renovó sus súplicas, pero todo fue en vano. El verdugo le ordenó a Sapricio que se arrodillara para que le cortara la cabeza. Sapricio preguntó, «¿Por qué razón?» «¿Porque no quieres ofrecer sacrificios a los dioses y obedecer a los emperadores.» El desgraciado hombre exclamó. «Deteneos, amigos. No me deis muerte.

Haré lo que vosotros deseéis: ¡estoy listo a ofrecer sacrificios!» Nicéforo, angustiado por su apostasía, exclamó, «Hermano, ¿qué es lo que haces? ¡No renuncies a nuestro maestro, Jesucristo! ¡No pierdas la corona que has ganado con tus sufrimientos!»

Pero como Sapricio no quiso prestar atención a sus palabras, Nicéforo, llorando amargamente, dijo a los verdugos, «Soy cristiano, y creo en Jesucristo a quien este desgraciado hombre ha negado: Mirad, estoy dispuesto a morir en su lugar.» Todos quedaron sumamente asombrados y los oficiales despacharon a un lictor al gobernador para preguntarle lo que debían hacer.

El gobernador respondió que si Nicéforo persistía en negarse a ofrecer sacrificios a los dioses, debería perecer; y de acuerdo con esto, fue ejecutado. Así, Nicéforo recibió tres coronas inmortales: la de la fe, la de la humildad y la de la caridad.

Aunque en este día se conmemora a San Nicéforo en el Martirologio Romano, y aunque las actas han sido consignadas por Ruinart en su colección de historias auténticas de martirios, es casi indudable que el P. Delehaye tiene toda la razón al considerar la narración arriba citada sólo como una novela piadosa. Ruinart de hecho no ha sido completamente sincero en el tratado que publicó. El texto griego más antiguo contiene muchas citas de la Sagrada Escritura y otros comentarios que un observador perspicaz descubre que fueron escritos por el autor con el fin de edificar, lo cual era su objeto principal. Ruinart ha omitido estos pasajes en revisiones más recientes.

Todo el fin de la narración de Nicéforo, como Delehaye señala en Les passion des martyrs et les genres littéraires, (1921), p. 220 es enseñar la lección moral del perdón de las injurias. Sostiene que estas actas constituyen un ejemplar típico de la «novela de imaginación,» cuyo héroe nunca existió. (Véase Les légendes hagiographiques, 1927, pp. 109 y 113).

Es verdad que Nicéforo ha sido adoptado como santo local en Istria (ib., p. 56), pero ciertamente que no era de allá. Véase el Acta Sanctorum, febrero, vol. II; BHL., nn. 6085, 6086; BHG., nn. 1331-1334; Analecta Bollandiana, vol. XVI, (1897), p. 299.