Para defender las ideas hace falta arrojo, ideales y tener fe en que va a salir. Sigue esta anécdota del Rey del Rock y cómo logró protestar, a su manera…

«Déme una placa de agente federal»

La delirante reunión secreta entre Elvis Presley y Richard Nixon ha sido desclasificada

JAVIER DEL PINO – Washington – 15/01/2007

Preocupado
por una sociedad en declive, una juventud torcida por las drogas y un
país amenazado por el comunismo y por la tensión racial que generaban
los negros al demandar igualdad de derechos, Elvis Presley entregó al
presidente Richard Nixon un regalo que simbolizaba a la perfección su
espíritu pacificador y sus deseos de trabajar en aras de la
reconciliación social: una pistola. El Colt 45, las siete balas de
plata que tenía en el cargador y, sobre todo, los informes internos de
la Casa Blanca en el que es posiblemente el día más pintoresco de su
historia forman parte de una exposición sobre el encuentro presidencial
más improbable, incómodo y esperpéntico que tuvo Nixon durante su
mandato: su reunión secreta con el Rey del Rock.












Richard Nixon y Elvis Presley compartían obsesiones políticas del
mismo signo y estaban sumidos, por razones bien distintas, en un
declive personal que debía ser turbador para temperamentos tan
egocéntricos como los suyos. Nixon se enfrentaba en Vietnam a la
posibilidad de ser, según su expresión, «el primer presidente de
Estados Unidos que pierde una guerra», y Elvis trataba de entender
todavía por qué su notoriedad había sido arrasada por cuatro ingleses
mal vestidos y su dichosa beatlemanía.

Había, sin
embargo, una gran diferencia entre ellos: Nixon era el más habilidoso
de los maquinadores, un animal político depredador e inmisericorde;
Elvis, en cambio, carecía de los sentidos del tacto y la mesura,
confiaba en cualquier individuo y se movía en la dirección que le
marcaban sus propios impulsos. Era, en definitiva, simple y caprichoso.

Un
día se encaprichó con tener en su solapa una chapa de agente federal de
lucha antidroga. Aquel 21 de diciembre de 1970, Elvis se plantó en
Washington.

A las 9.30, los agentes del Servicio Secreto
asignados a la puerta principal de la Casa Blanca vieron que se
aproximaba a la verja un grupo de individuos con aspecto voluminoso.
Con su corpulencia escondían a un sujeto cuya identidad era
inmediatamente reconocible. Elvis quería ver al presidente de Estados
Unidos. En un derroche de formalidad, Elvis entregó a los agentes una
carta personal dirigida a Richard Nixon. Los agentes llamaron a la
oficina del presidente para preguntar cuál era el procedimiento
adecuado cuando el artista más famoso del país pedía que le abrieran la
puerta.

«Que ha llegado el Rey», le dijeron por teléfono a Bud
Krogh, consejero presidencial y asesor de Nixon. Krogh miró la agenda
del día y dijo: «Pero si hoy no esperamos a ningún monarca…». «No,
no. El Rey del Rock. Está aquí en la puerta», le aclararon.

Krogh decidió reunirse con Elvis primero porque era su obligación y segundo porque era un fan
incondicional de su música. Elvis le entregó la carta para Nixon. Krogh
le dijo que aquella visita les pillaba de sopetón y que, por favor,
tuviera a bien regresar al hotel. Que ya le llamarían a lo largo del
día. Y Elvis se marchó.

Esa carta y los informes cruzados a lo
largo de las dos horas siguientes forman parte del último paquete de
documentos desclasificados sobre lo que ocurrió en el edificio
presidencial aquella mañana frenética y absurda.

La carta de
Elvis es un ejercicio de expresión política que se mueve entre lo
infantil, lo simple y lo bochornoso. Redactada con la mejor de las
intenciones y la peor de las formas, las cinco páginas estaban escritas
a mano con renglones torcidos y tachaduras en papel con membrete de
American Airlines. En la nota, que tenía la solemnidad de una tesis
doctoral y el aspecto y la gramática de una chapuza de parvulario,
Elvis Presley expone su admiración por Nixon y su preocupación por el
creciente uso de las drogas entre los jóvenes, por el avance de la
cultura hippy, la ideología izquierdista de los estudiantes
demócratas, el comunismo y los movimientos de defensa de los derechos
para los negros. Desde su posición y con su influencia entre los
jóvenes «puedo ayudar a este país al que amo», le dice a Nixon, pero
para eso necesita su ansiada chapa de agente federal. Le da el teléfono
de su hotel y le dice que, si finalmente se reúnen, tiene un regalo
para él.

En las dos horas siguientes, los asesores de Nixon
encontraron en la oferta un atractivo político indiscutible para un
presidente odiado especialmente entre los jóvenes. A pesar de que algún
consejero escribió en los informes «Esto tiene que ser una broma», a
las 12.30 Elvis Presley entró en el Despacho Oval.

Allí estaba
Nixon, con su traje gris oscuro. Y allí entró Elvis, con pantalones
ajustados de terciopelo morado, camisa blanca de seda con cuello de
pico inmenso por encima de un chaleco corto que dejaba ver el cinturón
con su gigantesca hebilla dorada. Y una capa. Las gafas eran de cristal
tintado, con una montura de plata tan gruesa que cabían las letras «EP»
escritas con brillantes.

Atusadas las patillas y listo en su
traje de faena, dicen que Elvis se quedó helado cuando piso el despacho
oval, como si hubiera entrado en un lugar mitológico. Los informes que
conservan los Archivos Nacionales dicen que el artista habló de la mala
influencia de los Beatles, que habían ganado tanto dinero en Estados
Unidos para luego volverse a Inglaterra y criticar este país. Habló de
cómo él podía influir en los jóvenes en contra de las drogas pero para
eso, le dijo, necesitaba la chapa de Agente Federal. Nixon aceptó -no
le quedaba más remedio- y le dieron una chapa improvisada dos horas
después. Un fotógrafo oficial inmortalizó el encuentro y retrató a la
perfección la incomodidad de Nixon y la extravagancia de Elvis. A
petición del artista, la reunión se mantuvo en secreto hasta que el Washington Post destapó el encuentro un año después.

Cuenta
la leyenda que Elvis estaba «colocado» por su adicción a las pastillas
durante aquella reunión en la que arremetió contra las drogas. El Colt
45 se lo entregó a un asistente porque las armas están prohibidas en el
Despacho Oval. Los trajes, los documentos, las cartas y la pistola
forman parte de la exposición abierta hace unos días en la Biblioteca
Presidencial Richard Nixon en California.Entró con pantalones ajustados
de terciopelo morado y el cinturón con su hebilla doradaLe entregó un
regalo que expresaba su espíritu pacificador: una pistola.

Extraído de aquí…