Espíritu positivo

El sabernos jugando para el equipo ganador (aunque de vez en cuando parezca que el partido nos viene cuesta arriba) nos lleva a buscar lo positivo de cada situación, y con el talante que nos caracteriza (que sin duda se basa en la fe), buscar un futuro mejor, y corregir y corregirnos para no caer en los mismos errores en que incurrimos en el pasado.

Además, vamos a divertirnos un poco, haciendo bien lo que nos gusta; así no daremos vueltas inútiles sobre los mismos pensamientos recurrentes…

Sigue con un ejemplo entre mil de un sabio de fines del XIX, que preveía lo menos halagüeño, para el futuro de la humanidad…

Profetas del desastre

En un banquete que a principios del año 1894 celebraron los fabricantes de productos químicos de París, el famoso profesor Berthelot, ex ministro de Instrucción pública, cuyos trabajos en materia de química orgánica y termo-química son de incontestable e incontestada autoridad, pronunció un brindis muy notable en el cual describió los progresos de cuyos beneficios disfrutará la humanidad, gracias á las ciencias modernas, en el año 2000, por ejemplo.

Expuso primero lo realizado por la química en el corto espacio de los últimos decenios, la fabricación del ácido sulfúrico, de la sosa, el blanqueo y el tinte de los tejidos, el azúcar de remolacha, los alcaloides terapéuticos, el gas, el dorado y el plateado, etc. ; luego habló de la electroquímica que transformó completamente la metalurgia, la química de los explosivos que suministra nuevas energías a la industria minera y a la estrategia; las maravillas de la química orgánica en la producción de colores, perfumes, remedios terapéuticos y antisépticos, etc.

Todo esto, según el eminente sabio, no es más que el principio; en porvenir no lejano estarán resueltos problemas de mayor importancia aún.

El año 2000 no habrá ya agricultura, ni pastores, ni labradores, pues la química habrá por entonces dado al traste con el antiguo modo de producir los alimentos por el cultivo. No habrá minas ni industrias subterráneas, ni, por lo tanto, huelgas de mineros. Los combustibles estarán sustituidos por procedimientos químicos y físicos. Las aduanas, las guerras, las fronteras fortificadas y ensangrentadas pertenecerán al mito; la navegación aérea, que empleará las materias químicas como productoras del movimiento, habrá suprimido esas rancias instituciones.

El problema capital de la industria consiste en buscar energías que sean inagotables o se renueven con un trabajo insignificante. Hasta ahora hemos producido vapor por la energía química de la hulla en combustión; pero la hulla es difícil de extraer y su caudal disminuye de día en día. Es, pues, preciso pensar en otra cosa; es preciso utilizar el calor del sol y el calor interno del globo terrestre, así como la energía de las mareas.

Hay fundadas esperanzas de que estas tres grandes fuentes de energía se podrán explotar ilimitadamente. Horadar un pozo de tres á cuatro mil metros de profundidad no es empresa que no esté al alcance de los actuales ingenieros, y mucho menos al de los futuros. Así se obtendría el generador de todo calor y de toda industria; con la ayuda del agua se podrían activar en toda la tierra todas las máquinas imaginables, y la fuente de energía no sufriría disminución apreciable en centenares de años.

Por medio del calor central se logrará la solución de una infinidad de problemas químicos, entre otros el trascendental de la producción de los alimentos por la vía química. En principio está resuelto ya este problema; la síntesis de las grasas y aceites se conoce desde hace bastante tiempo; lo mismo sucede con el azúcar y los hidratos de carbono, y pronto se conocerá también la composición de los elementos azoados. El problema de la alimentación es puramente químico; el día que se obtenga la energía barata enorme á que antes hemos aludido, se fabricará toda clase de alimentos con carbono extraído del ácido carbónico, con hidrógeno y oxígeno extraídos del agua, y con ázoe extraído de la atmósfera.

Lo que hasta la fecha han hecho los vegetales será tarea de la industria, que tendrá productos más perfectos que la propia Naturaleza. Tiempo vendrá en que todo el mundo llevará consigo un bote lleno de productos químicos, del que surtirá su estómago con la cantidad necesaria de albúmina, grasas e hidratos carbónicos, sin preocuparse de las estaciones, del tiempo que reina, de la sequía, de las heladas, de los insectos devastadores. Entonces habrá en la Naturaleza una revolución de que ahora nadie puede formarse una idea. Los campos sembrados, los pastos, las viñas, las huertas habrán desaparecido. El hombre de aquellos dichosos tiempos será mejor y de más dulce carácter que sus antepasados, que tuvieron que vivir deja destrucción de plantas y animales.

Entonces tampoco habrá diferencia entre regiones feraces y estériles, y quizás los desiertos lleguen á ser los sitios donde con preferencia habiten los hombres, porque allí el clima es mucho más sano que en las humedades mefíticas de los terrenos cultivados.

Entonces también el arte y todos los encantos de la vida humana llegarán á la plenitud de su desarrollo. A la tierra no la desfigurarán las figuras geométricas de la actual agricultura, sino que vendrá á ser un jardín en que crecerán las flores y las hierbas, las matas y los árboles según el gusto de sus moradores, que vivirán en la fabulosa abundancia de la edad de oro.

No por eso la humanidad se abandonará á la holgazanería y la corrupción moral. Siendo el trabajo inherente á la felicidad, en la futura edad de oro el hombre trabajará tanto como antes, con el fin de lograr su perfección moral é intelectual.
«¡Esta es mi esperanza!,» concluyó M. Berthelot, y brindó por el trabajo, la justicia y la felicidad de todo el género humano.

No podemos menos de adherirnos á sus votos.

Texto sacado del Capítulo III: La química del porvenir