¿Solo?… ¡ya sé que no puedes!

(el recurso a la Virgen para vencer)

(Una historia real)

Santiago tenía 17 años y estudiaba 2º de Bachillerato (último curso antes de la Universidad). Había estado en el mismo Colegio desde pequeño. Y era un buen estudiante. D. Juan (su preceptor y profesor de Biología) hablaba frecuentemente con él…

-“No sé de qué se trata…, pero a ti te sucede algo” -le comentó D. Juan ese día. “Llevo tiempo insistiéndote en algunos puntos sencillos de mejora personal y no veo resultados, como si estuvieses interiormente bloqueado…”

Santi permaneció en silencio unos segundos, como si un enorme nudo en la garganta le impidiese hablar… Y a continuación rompió a llorar… (D. Juan permaneció mirándolo en silencio, consciente de su sufrimiento, pues nunca lo había visto en esa situación).

-“Es que me pasa algo que nunca he contado porque me avergüenza y…”

(D. Juan le indicó que podía seguir hablando con total confianza, seguro de que iba a ser escuchado y ayudado por él).

-“Estoy teniendo problemas de impureza desde hace mucho tiempo. Y no veo cómo vencer. Son ya más de tres años los que han transcurrido sin vivir bien esta virtud… ¡ni un solo día! (a veces los tropiezos han sido más frecuentes). Y lo peor es que no sé cómo salir de esta situación: ¡Me siento incapaz de hacerlo!”

-“Santi, ¿esto no se lo has contado nunca a nadie?”

-“No”.

-“Pero en la confesión sí, ¿verdad?”

-“Tampoco: me daba vergüenza…”

-“¿Y después has ido a comulgar?”

-“Alguna vez sí”, respondió Santiago mientras bajaba la mirada -perdida durante el diálogo-, apesadumbrado.

D. Juan intentó tranquilizarlo: -“Mira, Santi, ya has tenido una victoria importante: contármelo a mí. Ahora debes prepararte una buena confesión en la que te acuses de esas caídas (intenta decir más o menos la frecuencia) y también de los sacrilegios cometidos por insinceridad en las confesiones anteriores y por acercarte indebidamente a comulgar: ésa será tu segunda victoria consecutiva”.

Santiago mostró su disposición a hacer lo que le aconsejaban. Pero seguía preocupándole principalmente el hecho de sentirse incapaz (así, ¡incapaz!) de vivir bien la pureza.

-“Santi, te entiendo: de entrada, aunque va a costarte mucho esta confesión, procura ser muy sincero y fomenta el dolor sobrenatural por tus pecados. Cuando lo hayas hecho te sentirás aliviado. Sin embargo, como tienes un vicio muy arraigado, no te extrañe que vuelvas a caer enseguida. Tampoco debes preocuparte por eso: vuelve a confesarte aunque apenas hayan transcurrido 2 días desde la anterior confesión. Sin escrúpulos: la nueva caída no será por falta de propósito de enmienda sino por debilidad”.

“De todas formas, como tu situación es muy delicada, vamos a poner medios extraordinarios. A partir de ahora, tanto tú como yo vamos a pedir con fe a la Virgen que consiga de su Hijo este milagro. Verás cómo vences…”

A los pocos días, Santiago volvió a informar a D. Juan de sus luchas. Dos semanas después se acercó de nuevo a él para decirle entusiasmado: -“¡D. Juan, llevo ya tres días seguidos sin ningún tropiezo!…”

Uno o dos meses después, la debilidad de Santiago en este aspecto era “agua pasada”. La Virgen –también Santi había ido a rezar a un Santuario Mariano- había conseguido el milagro. Muchos años después, la situación de Santiago permanecía estable: sincero, limpio… ¡normal! Y alegre: buen amigo de sus amigos.

Continúa el caso con una reflexión animante…

Es sólo un caso: los nombres son ficticios, aunque las situaciones pueden haber pasado en realidad.

********************************

Santiago había caído en un error muy común entre los adolescentes: pensar que sus dificultades eran cosas que sólo a él le sucedían y que, por tanto, nadie -menos aún alguien adulto- estaba en condiciones de entenderlas y ayudarle (ver “Piensa que…”)

Por ese motivo había ido “hundiéndose”, poco a poco, en dos vicios ya entonces muy arraigados: la insinceridad (cada vez le costaba más contar a alguien lo que le sucedía, mostrar al “médico” la “herida” de su alma “infectada” para recuperar así la “salud”); y la impureza (a esas alturas le resultaba imposible tener una vida limpia con sus propias fuerzas, y ese vicio arraigado le desanimaba y le hacía difícil llegar a amar de verdad a otras personas).

De esa situación él mismo era el único culpable. Pero deseaba salir del “cieno” en el que se había metido. Y como su situación “sanitaria” (en cuanto a la “salud” de su alma) era muy crítica (más bien propia de una “UVI”), fue preciso poner medios “extraordinarios”: pedir con insistencia a la Virgen que arrancara de su Hijo el milagro de su “curación”.

La Virgen tiene que ser un recurso ordinario -habitual- en nuestra lucha cristiana. Pero cuando hacen falta milagros en nuestra alma tenemos que acudir confiadamente a Ella, con más motivo que en las necesidades de cada día: nos conseguirá de Jesús las gracias necesarias para vencer -¡por muy débiles que seamos!-, igual que consiguió adelantar el primer milagro de su Hijo en “Las bodas de Caná”.

¿Queremos hacer a Jesús el regalo de una vida limpia? ¿Queremos disponer nuestra alma para entregar un corazón limpio (sin egoísmos) a otra persona? Pues, igual que hacen los niños pequeños cuando quieren comprar un regalo,… ¡pidámosle el “dinero” a nuestra Madre, que es Madre de Dios! (pidámosle la gracia abundante -pues somos flacos- que necesitamos de su Hijo para vencer).

Fernando del Castillo del Castillo