Dejar pasar la luz

Un padre solía llevar con él a misa a uno de sus hijos, de tres o cuatro años. Iban normalmente, a una iglesia que tenía unas vidrieras con imágenes.

Un día el pequeño le preguntó a su padre ¿quienes eran aquellos  de las ventanas? El padre, sin más explicaciones, le dijo:

-Son santos.

Algún tiempo después se hablaba en casa de la beatificación de un sacerdote santo. Y el padre preguntó al pequeño:

-¿Tú sabes lo que es un santo?.

-Sí- dijo el niño-. Santos son los que dejan pasar la luz.

Una explicación a esta imagen de la santidad…

La mayor parte de los mimos de Dios, de su cariño, nos llegan a través de otras personas: padres, médicos, amigos… Esa es una verdad gozosa.

Pero no es menos verdad que ese amor de Dios debe llegar a quienes están a nuestro lado a través de nosotros.

Debemos ser cauces limpios por donde el amor de Dios pueda circular libremente hacia quienes se cruzan con nosotros en la vida. El gran tapón, el gran obstáculo es el amor propio, el egoísmo: paraliza el amor divino y no le deja circular.

Ser cristiano entraña que Dios pueda querer a quienes nos rodean con nuestro propio corazón: dejar pasar la luz del amor de Dios.

Agustín Filgueiras Pita. Sacerdote