Un mercader inglés llegó a una de las islas del océano Pacífico.

Un nativo se le ofreció para llevarle el equipaje desde el bote hasta el hotel.

Durante el camino conversaron sobre los misioneros y su obra evangélica. El negociante, que además era ateo, le preguntó con tono despectivo:

– ¿Qué bien le ha hecho a usted ser cristiano?

– Yo puedo resaltar algo bueno que le ha hecho «a usted» el que yo sea cristiano.

¿Ve allí aquella gran piedra plana?

– Si, claro que la veo.

– Que bien, porque si usted hubiese venido cuando yo era pagano, le habría degollado sobre aquella piedra plana y luego mis amigos y yo nos lo habríamos comido.

En cambio, ahora, le ayudo a transportar su equipaje muy contento de servirle.