El rey Baber de la India era un buen príncipe que hacía todo lo que le era posible para el bienestar de sus súbditos, pero entre ellos tenía a un soldado el cual era su mortal enemigo; 

cierto día paseándose el rey disfrazado por la ciudad para ver de cerca el ambiente de su pueblo se desarrolló la siguiente escena: 
Un elefante se había escapado y destruía con sus gigantescas patas todo lo que encontraba a su paso. 
Muy cerca de sus pies estaba un pobre niño de la casta de los parias, el cual se encontraba tendido en el suelo medio muerto de hambre, nadie se atrevía a levantarlo ya que si lo hubiese hecho todos le habrían aborrecido; 
en aquel mismo instante el rey se lanzó sobre el niño y lo arrebató con un rápido golpe, salvándole así de una muerte trágica. En el mismo momento de levantar al niño se le cayó de la cabeza el turbante y descubrieron todos que era el rey, causando un asombro general. 
Entre los concurrentes se encontraba su mortal enemigo, el cual al ver el acto de valor del rey, se derribó a sus pies y le confesó lo que intentaba hacer. 
-Señor, yo soy tu enemigo; había resuelto matarte hoy, pero el que salva la vida es mayor que el que la destruye; mis manos nada pueden contra los que Dios protege. 
Toma mi espada y mata a los que te quieren matar. 
El rey tomó el soldado por la mano y lo levantó; y con una sonrisa llena de bondad le dijo: 
-De ningún modo; toma tu espada y empléala desde ahora en mi servicio; desde hoy te hago guardia de mi palacio. 
Desde entonces fue uno de los soldados más fieles y más valientes del rey Baber.