Una madre llega de un retiro, con un par de buenos propósitos y una
sonrisa. 

Le saluda su hijo mayor de ocho años. Mamá ¿qué te pasa que
estás tan contenta? 
La madre, dispuesta a dar una pequeña lección a su
hijo, le dice la verdad: 
– es que vengo de confesarme, y cuando uno se
confiesa está mucho más contento… 
El niño se queda pensativo, quizá
cavilando acerca de los últimos días en que mamá había estado
especialmente nerviosa. 
Así rompe el silencio: 
– Mamá y si es tan bueno
confesarse…¿por qué no te confiesas todos los días?