En el siglo pasado había en Francia un profesor
insigne, Federico Ozanam. Enseñaba en la Sorbona, era elocuente y
profundamente piadoso. Tenía un amigo, Lacordaire, predicador dominico,
que solía decir:

– ¡Este hombre es estupendo y tan bueno que se hará
sacerdote y llegará a ser obispo!. Pero no. Encontró una señorita
excelente y se casaron. A Lacordaire no le sentó bien y dijo:

– ¡Pobre
Ozanam!. ¡También él ha caído en la trampa!. Dos años después,
Lacordaire vino a Roma y fue recibido por el papa Pío IX.

– Venga,
venga, padre –le dijo -. Yo siempre he creído que Jesús había instituido
siete sacramentos: ahora viene usted, me revuelve las cartas en la
mesa, y me dice que ha instituido seis sacramentos y una trampa. No,
padre, el matrimonio no es una trampa, ¡es un gran sacramento!.

El matrimonio es «un
gran sacramento»: un gran cauce de gracia de Dios. Es el campo en el que
Dios distribuye sus dones para la mayor parte de sus hijos. El
matrimonio es camino de santidad, vocación –querer divino – para la
mayoría de los hijos de Dios en la tierra.