Un episodio verídico que da fe del carácter de Hernán Cortés y de su espíritu de sacrificio y de superación de las adversidades.

Situémosnos en el contexto histórico, la Noche Triste, 30 de junio de 1520 y hagamos un esfuerzo por ponernos en la piel de esos españoles que intentan escapar de esa trampa mortal en que se había convertido la ciudad lacustre de México-Tenochtitlan.

La cosa pinta bastante mal, los españoles se abren paso entre la maraña de guerreros aztecas, repartiendo mandoblazos y golpes brutales de  espada que consiguen sólo respiros momentáneos, apenas unos segundos antes de que filas interminables de aztecas se cierren sobre ellos.

Un grupo de españoles, el que ahora nos interesa, uno de los últimos en evacuar, se ve rodeado de guerreros aztecas en una de las calzadas de salida de la capital azteca. 

La calzada ha sido demolida, con lo que los españoles, en uno de esos escasos momentos de respiro, se miran entre sí; todos han comprendido lo que significa eso: la muerte sin remedio,  antes de que termine el día serán sacrificados cruelmente en los sangrientos teocatli aztecas, sus templos para sacrificios humanos. 

Si por lo menos les esperase una muerte rápida, pero saben que los aztecas tienen predilección por el corazón de esos españoles, al que atribuyen propiedades guerreras… Así que estos españoles apretan los dientes, y recuperan su posición de erizo, pues la nueva oleada de aztecas se aproxima, confiada en tan fácil victoria. «Caballeros todos, en guardia, y ahorrad fuerzas, ¡¡¡ SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!!!».

La masa de aztecas se cierra sobre ellos, el erizo comienza a ceder al cabo de media hora, los brazos y articulaciones se resienten después de  toda la noche defendiéndose. Las fuerzas abandonan a esos españoles,  saben que ha llegado el final, y sin fuerzas ya, agotados del todo, se disponen a arrodillarse, y a encomendar sus almas al Altísimo, invocando un milagro o la gracia de una muerte rápida.

Y es entonces cuando surge esa chispa de heroismo hispánico, ese gesto hercúelo que nos hace comprender de qué madera estaban hechos los tipos como Cortés. De repente, de entre la perenne niebla del lago, se oye el galope de un jinete y el relincho de un caballo. Los españoles no dan 
crédito a lo que ven: de entre la niebla surge, cual Angel caido del cielo, un jinete que ha saltado de golpe el tramo de calzada,hasta caer entre el grupo de españoles. El jinete,una vez detenida su cabalgadura,  se descubre, y los españoles, que se habían resignado a lo peor, comprenden que algo va a cambiar, porque ese jinete no es otro que..¡¡¡HERNÁN CORTES!!! . «Caballeros, ánimo, yo les cubriré, naden hasta la otra orilla y unánse al resto de la tropa, no se preocupen por mi…».

Los españoles nada pueden decir, las palabras no acuden a su boca. Están asimilando lo que su capitán acaba de hacer, porque señores, Cortés ya había llegado sano y salvo a la otra orilla, y retornó al peligro mortal cuando vió entre las tinieblas a un grupito de sus soldados rodeados.

El gesto de Cortés será recordado por sus soldados durate todas sus vidas: Cortés, el capitán español que estaba sano y salvo, vuelve hacia el peligro para luchar con sus soldados, con su gente. Esos españoles comprendieron algo que quizás no habían notado: 

CORTÉS cumplia su palabra SIEMPRE, a cualquier coste.

Ni que decir tiene que esos españoles, junto con Cortés, consiguieron llegar sanos y salvos a la orilla contraria.Los que habían perdido todas sus fuerzas descubren que, con Cortés a su lado, la derrota es sencillamente una opción que no debe plantearse, así que alzan de nuevo sus armas, y en una salida a todo o nada, ganan la otra orilla…