Estuve hace unos días en una residencia de ancianos. Una anciana, enferma de Alzheimer, se preguntaba a voces, desconsolada:

– ¿A dónde voy?
Y el personal una y otra vez le indicaba una dirección u otra. Pero la mujer no se movía y volvía a decir en alto, confusa y perdida: 
– ¿A dónde voy?
Me recordó a esos que te piden opinión, que acuden a ti a consultarte y luego no hacen nada de lo que les dices… 
Y vuelven de nuevo, como si nada…
Un caso.
Ahora otra anécdota de ¿A dónde voy?

¿A dónde voy? 

Cuentan de Chesterton que era muy despistado. 
En una ocasión, viajando en tren, el revisor le pidió el billete. Él empezó a buscarlo por todos los bolsillos y no lo encontraba. Se iba poniendo cada vez más nervioso. 
Entonces el revisor le dijo: «Tranquilo, no se inquiete, que no le haré pagar otro billete». 
«No es pagar lo que me inquieta –repuso Chesterton– lo que me preocupa es que he olvidado a dónde voy».