La fe del pueblo polaco y su temple a la hora de defender su derecho a practicarla es ejemplo para los católicos de todo el mundo.

Uno de los problemas que tenía la Iglesia en esa nación era el de escasez de templos; la guerra había destruido muchos y, además, surgían nuevas ciudades, nuevos barrios, como el de Nova Hutta-Nueva Siderurgia-, en los alrededores de Cracovia, donde vivían ya cerca de doscientas mil personas que no disponían de una sola iglesia.

Un día, los trabajadores se presentaron ante su obispo para pedirle la construcción de un templo. Éste elevó la correspondiente solicitud ante el gobierno, que al cabo de algún tiempo reservó unos terrenos. Pero como el permiso de construcción no llegaba, un domingo por la mañana se presentó en los terrenos, con autorización de su obispo, un sacerdote que clavó una cruz de madera, montó un altar portátil y se puso a celebrar la Santa Misa. A partir de aquel día, con lluvia o con sol, calor o con frío, con niebla o con viento, cada domingo se celebraron hasta doce Misas, a las que empezaron a asistir muchos miles de fieles.

Las autoridades comunistas no podían soportar aquello: montaron en cólera, denegaron el permiso para construir el templo y trataron de llevarse el altar portátil y la cruz de madera.

Aquello fue Troya. Los trabajadores de Nova Hutta se echaron a la calle, se enfrentaron a la policía, protestaron airadamente en defensa de sus derechos. Varios cayeron heridos, otros dieron en la cárcel con sus huesos, pero al domingo siguiente las Misas continuaron y el número de fieles prosiguió en aumento.

La batalla fue larga. Pero un día hubo templo en Nova Hutta. Lo bendijo el obispo de Cracovia: Karol Wojtyla, quien después sería el Papa Juan Pablo II.

Cfr. J. Esteban Perruca, Juan Pablo II, el primer Papa polaco