Personas inteligentes  

En una reunión bastante numerosa, un individuo hacía alarde de su incredulidad y negaba a Dios. Viendo que todo el mundo guardaba silencio, añadió: -Jamás hubiera creído ser el único que no cree en Dios, entre tantas personas inteligentes. Replicó la dueña de la casa: -Se equivoca, señor; no es usted el único: mis caballos, mi perro y mi gato comparten con usted ese honor; sólo que como buenos animales. tienen el talento de no presumir de ello.        

Cfr. A. Hillaire, La religión demostrada