VIRUTAS DE MADERA PRECIOSA:

«La tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites; la tontería, no». (Claude Chabrol)

El orden del mundo

Sin duda, uno de los argumentos racionales más claros para llegar a la existencia de Dios es el del orden del universo.

En el universo creado reina un orden perfecto que mantiene en equilibrio a todos los seres, dándoles armonía y belleza.

Podemos pensar en la composición del agua y del aire que respiramos; en el mundo silencioso del fondo de los mares, donde viven millones de seres y no se corrompen gracias al 4 por 100 de sal que existe en el agua;
en todo el proceso de reproducción de las plantas y de los animales;

en el instinto de conservación de todos los seres vivos, que les impulsa a buscar el medio idóneo para vivir (piénsese en la migración de las aves);

en el mismo cuerpo humano, que es una máquina perfectísima y delicadísima (dicen los científicos que el corazón humano, en el espacio de unos ochenta años, ha movido tal cantidad de sangre que haría falta para transportarla un tren con 12.740 tanques);

en el sistema nervioso del cuerpo humano, muchísimo más perfecto que la más moderna calculadora (la longitud de los cordones nerviosos es de 480.000 kilómetros, es decir, 100.000 más que la distancia de la tierra a la luna).

¿Quién ha puesto orden en toda esta complicada maquinaria?

¿Quién ha dado lecciones de óptica a nuestro ojo? Hay quien gusta de hablar del azar, de la casualidad.

Anímese el defensor del azar a pasar por la prueba del cubo de letras arrojadas al suelo: ¿le saldrá alguna vez, en virtud de la casualidad, un soneto con perfecta rima de versos? Puede intentarlo millones de veces. Tampoco el azar logrará que las piezas de un reloj se ensamblen y resulte uno de pulsera que da la hora. Esto del reloj ya impresionó a un hombre tan poco sospechoso de credulidad como Voltaire: «El universo me inquieta, y no puedo pensar que existe este reloj y no hay relojero».
El célebre físico Newton (1643-1727) decía: «Lo que sabemos es una gota; lo que ignoramos, un inmenso océano. La admirable disposición y armonía del universo no ha podido sino salir del plan de un Ser omnisciente y omnipotente».

Cfr. J. García Inza, ¿Por qué creemos los católicos;

J. Eugui, La alegría de volver a Dios