Él cargó con la peor parte.

Una pequeña, con Síndrome de Down, jugando un día con una pelota se manchó las manos de tierra. Luego, al frotarse la cara, cogió una fuerte infección en los ojos.

A pesar de la medicación, no acababa de mejorar. Un día, entrando en la iglesia de su pueblo, en la provincia de Santander, al pasar frente a un gran crucifijo que hay a la izquierda, un hermano suyo le dijo: 

• Pídele a Jesús que te cure. La pequeña se arrodilló delante del Cristo. Después de un rato, se levantó. Su hermano le preguntó si había pedido a Jesús que le curase los ojos. 

• ¿Cómo se lo voy a pedir? – respondió la chiquilla. ¿No has visto como tiene Él los suyos?. Él tiene sus ojos mucho peor que los míos. 


En esta tarde, Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma; pero, al verte, mis ojos van y vienen de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza. ¿Cómo quejarme de mis pies cansados, cuando veo los tuyos destrozados?. ¿Cómo mostrarte mis manos vacías, cuando las tuyas están llenas de heridas?. ¿Cómo explicarte a ti mi soledad, cuando en la cruz alzado y sólo estás?. ¿Cómo explicarte que no tengo amor, cuando tienes rasgado el corazón?. Ahora ya no me acuerdo de nada. Huyeron de mi todas mis dolencias. El ímpetu del ruego que traía se ahoga en mi boca pedigüeña. Y sólo pido no pedirte nada. Estar aquí, junto a tu imagen muerta, ir aprendiendo que el dolor es sólo la llave santa de tu santa puerta. (Himno de vísperas, viernes de la I semana)